LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL. CAPÍTULO 1.1.
Acaba de estallar la guerra, aun flotan en el aire noticias y bulos, nervios y desazón. Unos militares se han alzado contra la II República. Se esperaba. Los rumores venían de meses atrás, de cuando se reubicaron algunos generales, de cuando el Frente Popular ganó ajustadamente las elecciones de febrero. De cuando el asesinato de Calvo Sotelo, como represalia al del teniente José del Castillo. Muro de incomprensión generado por el aluvión de desencuentros radicalizados hasta separar irremediablemente las dos Españas. ¿O eran más?
La situación no solo era seguida con inquietud en España. En Francia, André Malraux, el famoso escritor y activista de izquierdas se multiplicaba en discursos y escritos. Había visitado España en primavera y era plenamente consciente de que la situación podía estallar de un momento al otro. Había ido como delegado de la Asociación Internacional para la Defensa de la Cultura. Fue un viaje problemático, puesto que si bien él se desplazó a Madrid el 17 de mayo con dos hispanistas (Jean Cassou y Henri Lenormand) y su esposa Clara, su amante Josette Clotis (a quién encontraremos durante el rodaje de Sierra de Teruel) lo hizo también por su cuenta y riesgo. El 22, Malraux dio una conferencia en el Ateneo, donde sentaba las bases del drama en ciernes:
Sistemáticamente, en todos los países, nosotros somos antifascistas. Es inútil discutir sobre una acción que a partir de ahora es indispensable. Sabemos que las diferencias que nos enfrentan a los fascistas deberán resolverse un día con las metralletas… Lo que nos separa, en definitiva, de forma innegable y absoluta, de la ideología fascista, es que nosotros queremos una civilización que nos lleve a la paz, mientras que, en esta última, todo tiende hacia la guerra y la muerte[i]
Ya de vuelta, había participado en múltiples conferencias y manifestaciones en apoyo de la II República española. El ambiente era propicio en una Francia en la que el Frente Popular se había alzado con la victoria en las elecciones del 26 de abril.
Han pasado dos meses de febril actividad. El domingo 18 de julio, Malraux y Clara están en el teatro, confortablemente instalados en el palco del recientemente nombrado subsecretario de Estado para los deportes y el tiempo libre, Leo Lagrange. Antes de empezar, evocando la atormentada España, han compartido experiencias: del viaje en mayo del escritor a las visitas del político para preparar la Olimpiada Popular de Barcelona, que corre el riesgo de no celebrarse. También de lo que significa para un pueblo inquieto una de las cartas jugadas por el Frente Popular galo: las vacaciones pagadas, que ahora, gracias a una iniciativa del anfitrión, serán subvencionadas con un 40 % de descuento del importe de los desplazamientos.
En el segundo entreacto de la obra que se está representando[ii] irrumpe en el palco un ujier que solicita a los dos hombres que vayan al palco del ministro del aire, Pierre Cot. Allí, este les informa del golpe de estado sucedido en España, y quedan para hablarlo con detenimiento a la mañana siguiente en la sede del ministerio, en el boulevard Victor del distrito XV.
Allí, el ministro y su jefe de gabinete, Jean Moulin (futuro héroe y mártir de la Resistencia), reciben al escritor, que ha acudido acompañado de su amigo y piloto, Édouard Corniglion-Molinier, su compañero en la búsqueda del reino de Saba en el Yemen dos años antes. Le piden que vaya a España para informarse de la situación. Es una percepción compartida que una de las debilidades de la República es la aviación. Malraux se apresurará en preparar el viaje. Corniglion conseguirá, en veinticuatro horas, el encargo de un periódico para hacer un reportaje sobre los sucesos y convencerá al empresario y aventurero propietario de la sociedad Gnôme et Rhône (la futura SNECMA SA) para que le preste un pequeño avión para el desplazamiento.
Pocos días después[iii], parten de París para, tras una escala en el aeropuerto militar de Forgas (Biarritz), llegar a Madrid. Durante el vuelo, debido al fallo en la brújula, viven unos momentos de riesgo, al confundir inicialmente Ávila con su destino. Reparado el error al ver el cartel de la estación, logran remontar el vuelo y llegar a Madrid, donde Clara propone desplegar un paño rojo para indicar que son partidarios de la República, a lo que Corniglion-Moliner se opone por el riesgo de entorpecer las hélices. Al aterrizar, les recibe el recién nombrado Comisario General del Ejército y futuro Ministro de Estado en 1937, Julio Álvarez del Vayo, al que Malraux conoció en su anterior viaje. Les ha preparado las entrevistas oportunas para que en el menor tiempo posible se hagan cargo de la situación y recojan las peticiones del inestable gobierno republicano, que en tres días ha tenido tres presidentes.
Los encuentros se inician al día siguiente por la mañana y durante el almuerzo. A media tarde, André Malraux se toma un respiro y va a visitar a su amigo José Bergamín. Se tratará de un encuentro que marcará el devenir del rodaje de Sierra de Teruel, dos años después, al propiciar el encuentro con el escritor de origen francés (aunque él siempre se tiene por valenciano, ya que “uno es de donde hace el bachillerato”), Max Aub. Sigámoslos mientras departen sentados en una cervecería cercana a la plaza de España.
Llega Malraux con algún retraso. Bergamín y su amigo Aub han bajado a tomar una caña atentos a su llegada. Antes, han estado discutiendo sobre la posible publicación en la revista Cruz y Raya, dirigida por el primero, de alguna obra de Max. No siempre ha sido posible, muchas firmas relevantes quieren estar presentes en esta publicación de prestigio. La sangre no ha llegado al rio. Algo publicará. Además, le ha dicho al candidato, te voy a presentar a un gran hombre, a un premio Goncourt que ha venido a España para ayudar a la Republica. Esta mañana ha estado con Azaña y con Giral. Te interesa conocerle. Y el agradecerá poder hablar un rato con tu excelente francés. Yo le conocí durante el I Congreso de Escritores en defensa de la cultura, en el 35, en París, y me causó una gran impresión su dinamismo, su aplomo y seguridad en sí mismo. Y ama a España. Fue él quien sugirió España como sede del II Congreso. Ya verás.
Aparece el francés, sudando, con el flequillo ondeando, agitado por el ambiente y por lo que lleva discutido y negociado al más alto nivel. Después de las presentaciones, se sienta y pide un vaso de tinto. En el aire, olor a humo, vibración de bocinas y gritos en la cercana Gran Vía.
A pesar de que la prensa local airea titulares triunfalistas, hay rumores de que en otras partes de España el levantamiento está afianzándose, que parece, dicen, se rumorea, que tropas rebeldes avanzan hacia Madrid. ¡Ah, si tuviéramos aviones!, que pronto les pararíamos, apunta Malraux, ajustándose la crencha con un tic nervioso.
Bergamín, amable, intenta transmitir un sosiego que nadie siente:
—¿Y Clara, ha venido contigo? —su francés es excelente.
—Sí, pilotaba Édouard. Casi caemos en manos de los rebeldes en Ávila. Yo no quería que viniese. Pero, las mujeres, ya sabes. Ha dejado a Flo —la hija de ambos— con su madre.
—La situación parece controlada. El ejército no, pero en general las fuerzas del orden han cumplido con su deber. Y el pueblo ha echado el resto —apunta Aub, para hacerse presente.
—Clara, Clara —suspira Malraux. Ya había venido en mayo. Pero ahora era distinto. Había peligro. Pero ella, dale que dale. No lo dijo, pero creo que es por Josette —y ante la cara interrogante de sus compañeros, aclara, en un francés pícaro, reforzado por una mueca que se refuerza con sus tics habituales— mon petit jardín privé.
A Bergamín, el tema le es incómodo. Católico convencido, practicante, ha adoptado también las ideas comunistas que sugieren un cierto rigor en el comportamiento. Rusia, su revolución, aunque parece ya asentada, es un tema de discusión, de disensión entre los intelectuales comprometidos. A pesar de los crecientes rumores del autoritarismo estalinista, sigue siendo seductora su capacidad de organización, de una disciplina que ha conseguido que de una antigua estructura política en descomposición, haya surgido una nación potente y capaz de señalar el horizonte de millones de trabajadores en el mundo entero. Cambia de tema.
—Se veía venir que a Casares se lo llevaría el viento insurreccional. Pero Martínez Barrio, ¿un presidente por horas? ¡A quién se le ocurre!
—Me han dicho que intentó un acuerdo con Mola —interviene Aub, él también está enterado, sus amigos del PSOE le informan—. Iluso. A ver si Giral…
Malraux mira el reloj, está impaciente, no son los vaivenes de la política lo que le interesa, sino la acción. En su cabeza bullen mil ideas, proyectos a menudo utópicos cuya realización piensa que es decisiva para la suerte de aquella España a la que ha aprendido a querer. Además, Josette, su petit jardín, se enfadó por no poder acompañarle. Teme que a su regreso ella le regatee su compañía, como de hecho pasará yéndose de vacaciones a Italia.
Se levanta: —Lo siento, me esperan.
¿Quién le esperaba? A tenor de la misión llevada a cabo pocos días después en Francia, las máximas autoridades, tanto militares como civiles. La necesidad de compra de material bélico apremiaba. Pero no podía ser fácil, dado que el gobierno aún no había calentado las sillas ministeriales. El gobierno de Santiago Casares Quiroga había durado solo dos meses, pero el de su sucesor, Diego Martínez Barrio, ¡solo un día! para ser relevado por el de José Giral, que duraría mes y medio.
Como le había confiado al escritor francés, inmediatamente después de haber tomado el mando, el 19 de julio por la noche, el presidente del Gobierno había ya remitido un telegrama en clave al gobierno francés: «Sorprendido por un peligroso golpe militar. Le ruego nos ayude inmediatamente con armas y aviones. Fraternalmente, Giral». Aviones. ¡Aviones! Pues claro. ¿Quién mejor que un prestigioso francés, acompañado de un aviador, para negociar? Malraux intuyó que aquella era su entrada en el proceso revolucionario. Aviones. Además, eran amigos de Pierre Cot, el ministro del Aire, ¡quien mejor, sí, quién mejor!
Va al hotel a buscar a Clara. Cenarán con Corniglion-Molinier, Álvarez del Vayo y gente de las fuerzas aéreas. Esbozarán un plan. Redactarán un memorándum. La República no les puede negar el dinero necesario, una suma que se adivina colosal. Clara lucirá un vestido acabado de comprar en las primeras tiendas que han ido abriendo después del golpe. Ha paseado por la Gran Vía; en Montera lo ha visto en un escaparate. Aún no hay trincheras ni sacos terreros. Le ha parecido barato.
En la calle reina más la euforia que la inquietud. El cuartel de la Montaña se ha rendido. Sobre la mesa del bar un suplemento de Blanco y Negro, en su portada: Buen comer y buen beber. Aub ha traído un ejemplar de El Sol del día anterior. En portada: El Gobierno ha dominado la rebelión militar. En Barcelona se rindió el general Goded. Cuando venía a España, el general Sanjurjo muere carbonizado en un accidente de aviación. En una columna central, el mensaje del presidente Giral, radiado el día antes a las nueve de la mañana:
“Españoles: Sin jactancia alguna, con toda sencillez, pero también con entera serenidad, el Gobierno de la República cumple con su deber y está en su puesto… Una criminal maniobra, que ha prendido en una minoría de loa militares, y que España contempla con enorme estupor, indignación y asombro, asombro, indignación y estupor que aumentan al ver que no han dudado siquiera en intentar, aunque sea con fracaso, la invasión del solar de la patria por soldados moros y mercenarios, nos ha traído en estas horas perturbación y dolor; pero no consiguieron ni conseguirán vencer la firmeza del Gobierno ni el entusiasmo republicano del pueblo español, ni tampoco detener la marcha de la República por los caminos de la justicia y el progreso”[iv].
José Bergamín y Max Aub le han visto alejarse. El segundo comentará más tarde: Era ya igual a su leyenda[v]. Los dos amigos seguirán un rato más, habiendo pedido otra cerveza. Después, subirán a la redacción de la revista. Si Imaz ha terminado con lo que estaba haciendo, quizá vayan los tres al cine. En el Capitol, allí cerca, en su enorme pantalla, podrán ver a Janet Gaynor y Robert Taylor en “Una chica de provincias”.
[i] TODD, Olivier. (2001). André Malraux, une vie. Paris, Gallimard, 2001. Página 218.
[ii] Clara Malraux piensa que era Numancia, aunque añade: “era demasiado bello para ser verdad”. MALRAUX, Clara (1976). La fin et le commencement (Le bruit de nos pas, V). Paris: Grasset. Página 7.
[iii] Algunos historiadores no coinciden en la fecha de salida. Ver: SABER +: El vuelo de Malraux.
[iv] El Sol, 22.7.1936 Página 1.
[v] LACOUTURE, Jean. (1976) Malraux, une vie dans le siècle. Paris, Ed. Du Seuil. Página 214