LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL – CAPÍTULO 1.3.
Sentada en su mesita del hall del hotel Florida, Clara contempla el ir y venir de militares, políticos, periodistas y busconas. Su esposo le ha encomendado, por hacer algo, para tenerla ocupada y así evitar sus reproches e ironías, que lleve el diario de la escuadrilla España. ¡El diario! ¿A quién interesará? Desde los primeros días se ha dado cuenta que las autoridades republicanas los miran con recelo, los tachan de mercenarios pagados generosamente, de soñadores.
Llevan dos operaciones con un cierto éxito, André lo ha comentado ampliamente con todo periodista que ha tenido a mano, aun no han llegado los Hemingway ni Saint Exupéry, pero los que hay le escuchan aparentemente embobados, al calor de su premio Goncourt y su labia arrolladora. También ha mandado cartas a los amigos de Ce Soir, de l’Humanité. Para él cada día hay lances bélicos y anécdotas heroicas que destacar. Que en su primera participación, el día 14, Darry y Guinet hayan derribado dos aviones italianos de reconocimiento[i], es un hecho remarcable para la escuadrilla, aunque no tanto para el conjunto de la aviación republicana, que no les aprecia el sacrificio. Por ende, el 16 les han derribado un aparato, pudiéndose salvar el piloto Thomas al saltar en paracaídas. Después, operaciones de reconocimiento, de vigilancia y protección de otros aviones, nada que Clara considere digno de aparecer en la historia de una escuadrilla que está llevando su matrimonio a la ruina.
La discusión ha sido agria, con reproches mutuos. En su habitación. Clara sentada en la cama mientras él recorre el estrecho espacio a grandes zancadas, acentuando sus tics imparables.
—¿Eres consciente de lo poco que consigues a cambio de tanto sacrificio? Tuyo y mío.
—Clara, ¡no! Es una lucha larga y desigual, y no puedo inhibirme. Estoy en ello por convicción y no voy a cambiar ahora.
—Convicción. ¿Y yo?, ¿y Florence[ii]? ¿Estás, o estabas convencido también cuando la engendramos?
—Sabes que la amo —corrige, ya tarde. Que os amo.
—Y yo. Y la hecho de menos. Teniendo que estar aquí, en este ambiente anárquico, redactando notas inútiles de una escuadrilla de pacotilla.
—¡Clara, por ahí no!
—¿Recuerdas como bailamos los tres, en el comedor de casa, al volver de los bulevares, donde habíamos ido siguiendo los resultados de la victoria del Frente Popular? Ella, primero lloró, pero acabó riendo con nosotros. ¡Qué euforia, cómo lo vivimos los tres! ¿Qué nos ha pasado, André? A los pocos días vinimos a España y todo empezó a torcerse.
No quiere ni tan siquiera mentar a Josette. Sabe que no está en Madrid, y que su rival tampoco tolera la arrogante trayectoria de aquel hombre empeñado en hacer realidad sus sueños. O al menos narrarlos como éxitos reales.
—Torcerse, torcerse… ¿Estoy aquí, verdad? Contigo, no con mi amigo Thomas, que acaba de salir de un buen apuro y que al entrar me ha invitado a una cerveza, ni con Guidez preparando los planes de vuelo de mañana. ¡No! Contigo. Y discutiendo. Mejor estaría en la cervecería del sótano.
—Planes de vuelo —la irónica sonrisa es hierro candente. A mi también me gustaría estar tomando una cerveza con alguien que me escuchara y me valorara.
—Si bajas, dime donde te sientas, y yo cambio de bando.
La cafetería situada en el sótano del hotel Florida tiene dos barras en paralelo.
—Pues me voy, si tanto te ato.
—¿A cenar? —A ironías, que no le ganen. Pues vete. Al fin y al cabo…
—A París. No creo que aquí haga falta.
—No se trata de eso.
—Pero es que tú tampoco pintas nada aquí —la ira en los ojos de él. Tonta como soy, nunca había imaginado este desarrollo de los acontecimientos. Dirigir un conjunto tan especializado requiere una formación que estás lejos de poseer. ¿A eso hemos venido a Madrid?, a transmitir las instrucciones de Hidalgo a tus hombres. Por cierto, instrucciones de poco compromiso en general. ¿Te sientes realizado con tu papel en esta parodia?
André mira por la ventana. La plaza de Callao, la Gran Vía. A cuatro pasos de la Telefónica y sus conferencias con amigos de París, siempre a la caza de nuevos voluntarios y fondos para mantenerlos. Y algo más allá, Chicote y sus combinados. Imagina por un momento como sería la velada con Koltsov, ahora en Barcelona pero que le ha dicho que en breve se hospedará en el hotel. Se gira y la mira fijamente:
—Creo que en París serás de más utilidad. Flo te necesita… más que yo, desde luego.
—Está con mi madre. No le falta nada.
—Le falta su madre. Por la mañana te pido un billete. Y ahora, si me permites…
—¿Necesitas permiso?, ¿no te los da Hidalgo de Cisneros?
El sarcasmo saca de quicio a André. Hidalgo de Cisneros no es de su cuerda. Buen militar, pero demasiado disciplinado, comunista de carnet reciente, reglamentista, que además, desde la pérdida de Núñez de Prado y González Gil[iii], dos de los mejores técnicos en aviación de España, va un poco perdido. No le pedirá a él el billete. Conoce suficiente gente en el aeropuerto. Solo hace falta que Clara se decida. No baja el tono agresivo.
—La primera misión en situaciones como la nuestra es no desmoralizar a quién lucha. Y yo lo hago. Te guste o no, ahí estoy. Y espero que tu tomes tus responsabilidades, pero no aquí sino en París.
El día ha terminado con Clara cenando, sola, en el restaurante del hotel y André tomando unos vinos en la cervecería del sótano con el primer periodista que ha encontrado. Comentarán el avión que derribó Darry.El avión sigue retrasado. La línea no es suficientemente segura, aunque de momento se respetan los símbolos franceses. Hará escala en Burdeos y por la noche podrá ya estar en casa de sus padres, con Florence.
Un oficial de aviación se le acerca. Va acompañado de un hombre bajo, enjuto, de tez morena y días sin afeitar. Huele mal.
—¿Señora Malraux?
—Sí, soy yo.
—Voy a Cuatro Vientos a buscar a su marido. ¿Quiere que la lleve?
—No, me marcho, estoy esperando el vuelo de París. Va con retraso.
—Ha pasado algo insólito. ¿Ve este señor? Viene de Olmedo, ¡a pie! Quiere ver a los aviadores. He llamado al ministerio y me han dicho que se lo pase al coronel Malraux.
—Pues páseselo. Mire, estoy cansada.
—Perdone, yo solo quería…
—No, perdóneme usted a mí. No podía saber si iba o venía. Ande, vaya, vaya.
La historia es verdaderamente novelesca. Captará la atención de André Malraux en cuanto la oiga. La misma noche, la primera en que se siente liberado de los comentarios sarcásticos y las desconfianzas de su esposa, lo contará a un corrillo de periodistas. Carlos de Baráibar, del diario de la noche Claridad, lo recogerá en una crónica del día 1 de septiembre[iv].
Un campesino de Olmedo, en la provincia de Valladolid, había descubierto un campo escondido de aviación de los sublevados (ver abajo fotograma Secuencia XIV). Al principio dudó, la provincia era rebelde desde los primeros días, y los fusilamientos y desapariciones de gente de izquierdas estaba al orden del día. Finalmente, andando entre los bosques, escondiéndose al menor ruido, consiguió pasar las líneas, de noche, hasta llegar a Buitrago. Sin fiarse de nadie, sin saber exactamente con quién hablar, se subió a un camión que se dirigía a Alcalá de Henares, y de allí, otra vez a pie, había llegado a Barajas. Aviones por fin. Sabía que la destrucción del aeropuerto clandestino solo se conseguiría bombardeándolo desde el aire; las líneas republicanas estaban lejos de su ubicación.
La policía militar de Barajas oyó su relato, y sin creerle demasiado, telefonearon a Aeronáutica Militar. Que espere, le dijeron.
Horas más tarde, el propio Hidalgo de Cisneros telefoneó a la policía y les dijo escuetamente:
—Mándenlo a Cuatro Vientos. Que hable con el francés. Le va a gustar —y colgó.
Eso no lo sabe Malraux, aunque lo intuye. Pero para él es una oportunidad de demostrar la valía de su escuadrilla. De inmediato reúne a sus pilotos, y anuncia a los periodistas que a la madrugada siguiente saldrá un bombardero, escoltado por tres cazas, para destruir el campo de aviación que al parecer está situado en las cercanías de Arévalo. Y añade con una sonrisa relajada:
—Al campesino lo subiremos a un avión. El pobre, espero que sepa orientarse. Ahora duerme como un lirón. Y yo debería hacer lo mismo. Buenas noches, señores.
Lo publicado en Claridad, aparece también al día siguiente en El socialista y El Pueblo. André recortará los artículos y los unirá a una carta que, con tono amable, dirigirá a Clara. Habrá marcado en rojo el último párrafo: “La Escuadrilla España, después de este servicio, volvió majestuosamente a su base, ¡Una felicitación entusiasta a los bravos aguiluchos de la escuadrilla “España”!
El recuerdo de la valentía del campesino quedará en su memoria, y lo plasmará en su novela La esperanza y también en la película Sierra de Teruel. Lo veremos en su momento.
Clara recuerda los días pasados en aquel pandemónium del Hotel Florida, sus interminables y aburridas sesiones de cronista de la escuadrilla en un rincón del hall, el desagradable olor a sudor y a celo masculino. La cercanía de la muerte avivando instintos, ¡carpe diem!. Solo una visita a Toledo le dio material para contar a sus relaciones en París. Acompañó al corresponsal de L’Humanité, George Soria; vio en primer plano la muerte, la destrucción, la insensatez que le aleja cada vez más de su marido y su mundo. Ya no es la Clara que inspiró el personaje de May en La Condition humaine, la militante. Hasta los comentarios plagados de consignas de su acompañante la dejan ya indiferente. No lo sabe, pero al cabo de un año, André se sincerará en L’espoir utilizando la voz del personaje de Guernico, con reflejos de su amigo José Bergamín: “no puedo batirme cuando ella está aquí”.
Parece que el avión ha llegado, movimiento en Barajas. Sacudiendo sus cabellos para alejar reflexiones, coge el bolso de mano y se dirige a la puerta. Ha construido su mundo con André basándose en la aventura y ahora es esta la que le aleja de él. Ya no son los viajes a Indochina o a Moscú, ahora se muere por las calles, lo ha visto en Toledo. La muerte, tan presente siempre en la obra del premio Goncourt, marca una diferencia insalvable. Piensa en Flo, su visado para una nueva vida que deberá ir construyendo a partir de ahora.
Sin embargo, en setiembre volverá. Nuevos intentos de recuperar lazos perdidos no tendrán éxito. Salvo alguna tertulia con integrantes de la escuadrilla, alguna conversación con periodistas, la intimidad sigue agriada. Clara, políglota, se desenvuelve bien con corresponsales alemanes, ingleses, rusos o italianos. A pesar de ello, André, que no habla otras lenguas, trata de eludir su ayuda cuando debe relacionarse con ellos. Después de una cena con Bergamín, a quién conocen desde París, agradable, profunda en sus análisis políticos, el epílogo en la habitación es de franca ruptura. Malraux hace la guerra, y en ella no cabe el amor, ni el sentimentalismo. Ella le sigue recriminando la anarquía, la irresponsabilidad de algunos de los aviadores, que él no consigue atajar dado su desconocimiento del mundo aeronáutico. Cuando Clara afirma que la guerra está perdida, que no hay ninguna posibilidad de éxito, y que por lo tanto maldito el esfuerzo que está haciendo él, André la acusa de derrotista aludiendo a que se va consiguiendo la organización que no fue posible en los primeros días, gracias a la aportación comunista, y que con ella se conseguirá la victoria final, y cuando ello suceda, él quiere estar ahí y haber contribuido… y que se sepa.
Hasta los celos han dejado de ser un acicate. Clara lo intentará en una brevísima relación con un piloto. A finales de mes, Clara llega a Madrid acompañando un grupo de mujeres comunistas, para entregar un banderín al Vº Regimiento. Malraux está en Checoslovaquia intentado comprar aviones. Ella, después de la ceremonia, regresa al Hotel Florida. El conserje le aconseja cambiar de habitación, evitando las que den al exterior, de gran riesgo al haber empezado ya los bombardeos sobre la ciudad. En el recorrido ha visto las primeras trincheras y sacos terreros en las calles de Madrid. Dirá en sus memorias: “Cette nuit-là j’ai dormi dans les bras d’un homme”[v]. Se sabrá. Al día siguiente, el periodista Louis Fischer le dirá: “Eres tonta, Clara. Debías haberte acostado conmigo. Yo ahora soy un hombre libre”. Pero ella no quiere atarse. Encontró a un compañero de la escuadrilla y sucedió. Punto. Y antes de partir de nuevo hacia París, se lo contará por escrito a su marido en una carta que después, en otra visita al hotel, buscará para destruirla, pero que no encontrará.
A su vuelta de Checoeslovaquia, Malraux estará un corto tiempo con Clara en París. No hablarán de ello, el tema España y la escuadrilla es terreno minado. Pero seguirán las disensiones. Él regresa con su escuadrilla para vivir otro hecho luctuoso que también reflejará en la novela y en Sierra de Teruel: la muerte de Viezzoli. (Ver fotograma Secuencia II)
l 30 de setiembre, un avión Potez 540 pilotado por Deshuis es atacado por cazas Fiat italianos en las cercanías de Talavera, al oeste de Madrid. El piloto sale indemne, pero hay tres fallecidos: el francés Blondeau, un mecánico español y el italiano Giordano Viezzoli, miembro de Justizia e Libertá. Aparecerá, con riqueza de detalles, bajo el nombre de Marcelino Rivelli, en la Secuencia II de Sierra de Teruel, y también en La esperanza, donde narra[vi]: “Tres heridos, tres muertos. Faltaba un ametrallador que bajó mucho después que los otros… Ciego… Como a Marcelino lo había matado una bala en la nuca, estaba poco ensangrentado. A pesar de la trágica fijeza de los ojos que nadie había cerrado, a pesar de la luz siniestra, la máscara era hermosa”. Y añade el comentario de una de las camareras del bar donde han llevado el cadáver: “Hace falta por lo menos una hora para que se comience a ver el alma”.
Ante el acoso franquista que progresivamente se vivía en Madrid, el gobierno de la República decide trasladarse a Valencia a primeros de noviembre. La escuadrilla se ha ido desplazando y ha recalado finalmente en el único aeropuerto aún republicano, en Alcalá de Henares. A las poca semanas se desplazarán a Albacete. Quede como testimonio de lo vivido en el Hotel Florida, las palabras de Mijail Koltsov[vii], el fiel corresponsal de Pravda que en 1942 será fusilado en una de las purgas de Stalin:
“Aquí viven los aviadores e ingenieros de la escuadrilla internacional, que llevan deportivas camisas de seda desabrochadas, navajas y parabellums en fundas de madera colgadas al cinto. Al principio querían hacer venir a sus mujeres, no les dieron permiso; ahora ya no lo piden -las mujeres, se han encontrado en Madrid-. Por la noche suele haber escenas ruidosas con salidas precipitadas al pasillo, de modo que los periodistas y unos diputados socialistas extranjeros se quejan al director. Entre los aviadores hay hombres valientes y fieles; éstos se agrupan en torno a Guides: se les ve poco por el hotel, a menudo hacen noche en el aeródromo. Hay unos diez hombres que son indudables espías y una docena de haraganes, que intrigan escandalosamente contra André y Guides sentados a la barra del bar. ; Les dan carracas en vez de aparatos! i No van a acabar suicidándose en el estúpido cielo de este país de locos sólo por satisfacer el amor propio de alguien!
Aquí hay antiguos gánsteres norteamericanos, transportadores de alcohol del destacamento aéreo de Al Capone, buscadores de aventuras de Indochina y un desilusionado terrorista italiano que escribe poemas”
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[i] THORNBERRY (1977). Pág. 44
[ii] La hija de Clara y André Malraux, nacida en 1933, falleció en París en 2018.
[iii] HIDALGO DE CISNEROS (1977). II. Página 196 para González Gil, muerto en el frente de Guadarrama. Malraux evocará el error de que el entusiasmo lleve a gente imprescindible a dejarse matar como un soldado cualquiera en La esperanza. Núñez de Prado fue fusilado por Cabanellas, al ir a Zaragoza a negociar una paz acordada al principio del levantamiento.
[iv] THORNBERRY (1977). Pág. 46
[v] MALRAUX, Clara (1976). Pág. 139
[vi] MALRAUX, André (1995). Pág. 235
[vii] KOLTSOV (2010) Pág. 117