Ya venciéndose la tarde, por una vez libre de bombardeos, Aub, Berenguer -Thomas estaba en Francia mendigando película virgen- y algunos mirones, entre ellos Clara, centraba su atención en una colección enmarcada de mariposas, puntos de color, recuerdo de vida, clavadas con un alfiler en una caja con tapa de cristal. Max daba las instrucciones en un rincón de la droguería que Agustín y los demás habían montado.
-Vamos a probar. No podemos desperdiciar un metro de película. Venga, López, sírvase dar un golpe en la mampara, justo detrás del cuadro de las mariposas.
Con el puño, el tal López hizo templar la pared.
El cuadro cayendo. Clara, al acecho, cogiéndolo al vuelo.
-¡Pedazo bruto! ¡Animal! Gracias, Clara.
Y ella:
-Se veía venir -con una mirada entre coqueta y despectiva hacia el hombrón que se asomaba tras la mampara.
Max con su queja rutinaria:
-He de estar en todo. Clara, pon estos almohadones debajo. Si vuelve a caer se podría romper el cristal. Así. Gracias. Mira, mejor que lo hagas tú misma. López, muchas gracias, pero deje el sitio a Clara. Manuel –a Berenguer- ¿cómo ves el plano?
Mientras Clara se entretenía volviendo a clavar las agujas que sostenían las multicolores mariposas, colección escolar de Elena, una de las hijas del jefe, éste se acercó a dar un vistazo a través de la cámara.
La joven pensó en aquellos pequeños bichos atravesados por alfileres. Le repugnaba la idea de la inmovilidad forzada, de la muerte en beneficio de la belleza, o de la ciencia. Pero intuía que Aub, por instrucciones de Malraux, estaba buscando una metáfora poética. A cada cañonazo cae una mariposa y con ella una ilusión, una esperanza, una de las innumerables ideas que han ido revoloteando por las cabezas de los españoles y que una guerra fratricida ha ido disecando. ¿Cuál será su destino cuando, con el último estruendo, caigan ya todas amontonadas?, ¿qué aleteará en la cabeza de los espectadores cuando de una paleta de colores pasen a ser un montón de insectos muertos?
Las mariposas en su lugar, Max seguía dando instrucciones. Los demás detrás, en la penumbra.
-Lo ideal es que la pared vaya vibrando progresivamente, a cada cañonazo hay que provocar una vibración que haga moverse ligeramente a las mariposas, hasta que una de ellas caiga. Pero sin que se desplome la caja entera: ¿se entera, Lopez? Atiende, Clara: la secuencia cuatro dice: La cámara encuadra una caja de mariposas colgada en la pared. Se ve caer una o dos mariposas a consecuencia del ruido del cañón. Y luego, en la seis, al final: Cuando la trastienda queda vacía, se continúa el movimiento de la cámara que acaba enmarcando la caja de mariposas, el ruido de una gran salva de artillería hace caer las últimas”. Vamos a filmarlo todo seguido. No toquéis las luces. Una última prueba y rodamos.
Clara golpeando con mimo. Al principio no cae nada. Luego, progresivamente, una, dos mariposas. Una pausa. Luego, un golpe seco, y el resto se desclava. Caen todas. Como tantas cosas. Consumatum est.
-Venga, filmemos. Si sale bien a la primera, os invito a un vino en Casa Paco. Nogueira, la claqueta. Con cuidado –con sorna.