(Capítulo 1.2 de LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL.)
De regreso de su prospectiva en Madrid, Malraux llega a París en plena efervescencia mediática, nervioso, excitado, hiperactivo. Su ideario, que ha ido desarrollando en los últimos años, surgido de encuentros y lecturas, viajes y reflexiones, parece eclosionar en la explosiva situación bélica en el país que acaba de visitar. Y sabe que él ha de jugar un papel decisivo, no puede quedarse quieto, y menos permanecer en los planteamientos teóricos. Dirá más tarde, en su novela La esperanza[i]: Pensar en lo que debería ser en vez de pensar en lo que puede hacerse, aún si nada realmente bueno puede hacerse, es una peste, dice Hernández, el comunista convencido a García, el pragmático jefe de la Información Militar. Y añade: Sin remedio, como dice Goya. Sí, el veneno que paraliza a los intelectuales. Él lo es, pero también un hombre de acción. Él si ha pensado en lo que hay que hacer: aviones de guerra para la República. Ha visto la situación, la había visto ya en mayo, pero ahora ha entrado en un punto de no retorno. Retruenan los cañones, muere la gente (ha visto cadáveres en las calles de Madrid, solo dos días atrás). También el entusiasmo suicida de tantos que confunden la algarabía callejera con un apoyo resolutivo a la República. Quién sea consciente de ello no puede dudar. Es el momento.
En España la prensa lo ha ensalzado, como cuando ha visitado, por invitación de Dolóres Ibárruri «La Pasionaria», Mundo obrero, el día 25, publicándose al día siguiente una elogiosa entrevista. Al contrario, en Francia, la prensa lo vigila de cerca. Intentan desprestigiarle. En L’Action française, lo tratan de ladrón y bolchevique. Desvelan que el viaje de vuelta lo ha realizado en un avión francés, pilotado por un amigo, y cargado con una fortuna. L’Echo de Paris del domingo 26 de julio informa que el escritor André Malraux ha viajado a Madrid con dos cajas de oro entregadas por el Socorro Rojo Internacional[ii].
Llegado a París el 28, discute con André Gide para quién la acción y la escritura son incompatibles. El reputado escritor considera que Malraux persigue la emoción, más allá de conseguir una cierta calidad literaria. La emoción, sí, ¿por qué no? La emoción consigue la fijación de las ideas en la mente, las incrusta para que permanezcan y surjan cuando los hechos lo requieran, como ahora.
Las noticias son contradictorias: Echo de Paris, indicará el 31 de julio que Valencia ha caído en poder franquista, y que el gobierno francés ha decidido no entregar armas a la República española. Rumores, mentiras y suposiciones disfrazadas de verdad. Era preciso aumentar la presión. Lo hará en un multitudinario encuentro en la Sala Wagraw, el día 30, ante más de 20.000 entusiastas asistentes. La muchedumbre canta La Marsellaise, La Jeune Garde, La Carmagnole. Entre gritos entusiastas: ¡Viva España libre!, ¡Viva el Frente Popular!, abre la sesión Octavio Arlandís, militante comunista, fundador del PSUC catalán: “España ha librado su batalla de la Marne”, “nuestra lucha es vuestra lucha”. Se leen adhesiones, como la del escritor Romain Rolland, y aparece en el estrado el poblado mostacho del director de L’Humanité, Marcel Cachin: “la lucha es entre los fascistas y el Frente Popular español, que representa la mayoría del pueblo”. Le sigue el representante del sindicato CGT, que afirma que cuatro millones de adheridos están dispuestos a ayudar a España. Los aplausos se recrudecen cuando anuncia la intervención del delegado del Comité mundial de lucha contra el fascismo, acabado de llegar de Madrid: André Malraux. Empieza informando de cómo el gobierno Giral había dado las armas al pueblo; su “¡Ya era hora!” recibe una sonora aclamación. La gente se apretuja, ha habido disputas para entrar, se han habilitado dos salas, y la gente en la calle espera que los de dentro les vayan dando noticia de la evolución del acto. Malraux sigue: “Los españoles necesitan chóferes, instructores en los distintos aspectos de su defensa, médicos, ingenieros”. Está lanzado.
¡Aviones!, repite sin cesar. Recuerda como él ya ha participado en una operación exitosa contra la estación de Córdoba, tomada por los fascistas. Nadie sabrá si es cierto. La ficción como instrumento para entender e interiorizar la realidad, la emoción como vehículo. La ovación es atronadora. Muchos lloran. Al salir, depositarán su óvolo. España les necesita. Será casi medianoche. L’Humanité indicará que: “durante más de tres horas, una masa entusiasta y fraternal ha confirmado su absoluta solidaridad con el pueblo de España que lucha por su libertad”[iii]
La semana siguiente será de actividad febril. Malraux visita a su amigo Jean Moulin, adjunto al ministro del Aire, Pierre Cot. Consigue de éste el permiso para que intervenga en la compra de aviones. Su labor se entrecruza, no sin algunos roces, con los enviados especiales del gobierno de la República, Warleta y Aboal[iv], que se afanan en conseguir todo tipo de material a pesar de la caótica situación de la embajada. En los primeros días, el embajador Juan Francisco de Cárdenas y sus consejeros filtraban informaciones e impedían o retrasaban operaciones financieras. Sustituido Cárdenas por el cónsul Antonio Cruz y luego por Fernando de los Ríos, los impedimentos sembrados por los anteriores diplomáticos entorpecían la inicial buena predisposición de una parte del gobierno francés.
En poco más de una semana, a pesar de las trampas urdidas por los anteriores diplomáticos franquistas, la inexperiencia del nuevo equipo de la embajada y la vigilancia policial, con la decisiva ayuda de André Malraux y sus contactos, se conseguirá reunir un buen número de aviones, así como tripulaciones a las que se ha tenido que prometer salarios fabulosos. En la Francia que empieza a degustar las vacaciones estivales, un salario medio de un operario ronda los 1.500 FF mensuales[v], el ofrece hasta 50.000 FF. Cuenta con la ayuda del ministerio del Aire, de sus amigos Pierre Cot y Jean Moulin, pero también con la reticencia, cuando no la franca oposición del ministerio de Asuntos Exteriores, que está ultimando con el gobierno británico el acuerdo internacional de la No Intervención, una de las causas de la derrota final de la II República[vi].
Pero él lo conseguirá. Desde luego, la República, por su parte, también comprará aviones además de otro material bélico. Pero en esos primeros y decisivos días, será él quien habrá conseguido llevar a España una veintena de aviones, en diversos envíos y por vías diferentes: Toulouse, Perpiñán, a Barcelona o directamente a Madrid.
En la embajada española, mudanzas, barullo, documentos desaparecidos. Los anteriores ocupantes, partidarios de los sublevados, no marcharon con elegancia, tenían que labrarse un futuro en su nueva España. Dicha felonía se añade al desbarajuste causado por sus reemplazos, casi un calco de lo sucedido con la presidencia del Gobierno a raíz del golpe de estado. El monárquico Juan Francisco de Cárdenas había presentado su dimisión el día 23 y con él habían marchado también el encargado de negocios, Cristóbal del Castillo y el agregado militar, Antonio Barroso[vii]. La reorganización dependía de algunos administrativos y españoles de segundo rango, a la espera del nuevo embajador. Por unos días, se ocuparon Fernando de los Ríos y Pablo de Azcárate, desplazados desde la Sociedad de las Naciones en Ginebra, hasta que el 27 fue nombrado para tal cargo Álvaro de Albornoz, hombre de confianza de Azaña y perteneciente a su mismo partido Izquierda Republicana. Duraría solo hasta setiembre.
Malraux dispone de un despacho en la propia embajada, en el que entrevista a vendedores de material y también a futuros miembros de la escuadrilla que planea formar. No es fácil, también mantiene reuniones con eventuales proveedores en su domicilio de la rue du Bac. Vigilado de cerca por la policía, también utiliza salas reservadas de diversos cafés. Encuentra todo tipo de personas, algunas serias, como los directivos del fabricante de aviones Potez, con los que su cuñado tiene relación. Pero también se presentan aventureros, timadores, soñadores que le ofrecen aviones que no existen, o contratos con aviadores que no desean jugarse la vida en España. Y Clara, siempre Clara, sus celos y su obsesión por acompañarle.
Josette, su amante, está en Italia. Despechada por la falta de atención por parte de André, aprovecha un viaje en coche de un amigo, para irse unos días lejos del barullo que intuye. Le escribe desde Pallenza[viii]: “André, mi amor, la vida transcurre en un monólogo dirigido a usted… Ahora estoy en Italia. Ya no podía soportar más ese teléfono que no sonaba, que nunca sonaba para mí. Me fui furiosa y nunca he tenido pensamientos más tiernos… Estoy cansada de desearle, de llamarle en vano. Cuando tenga setenta años, ¿llegaré a poder telefonearle por la noche sin terror y a ir con usted al cine el domingo? Le reprocho encontrarme entre tantas bellezas sin usted. No hay ni un centímetro de mí en el que no tenga necesidad de usted”. Se quedará en Italia hasta finales de agosto.
En este agosto tórrido, la embajada en un hervidero de idas y venidas. André Malraux acaba de marcharse. Ha salido con dos checos para almorzar y hablar de unos aviones que nadie verá. Su excitación, las prisas a sabiendas de que se está negociando la no-intervención por parte del Quai d’Orsai y el Foreign Office, hacen agarrarse a todo clavo ardiendo que se acerca por allí, y son muchos. Otra preocupación añadida, este lunes 3 de agosto, en un París casi incandescente, medio vacío por las recientes vacaciones promovidas por el Frente Popular, proviene de su conversación con el nuevo embajador, quién solo llegar ya ha manifestado su intención de centralizar las compras a través de una sola entidad[ix]. El día anterior, se ha enterado de que Albornoz ha cenado con Schneider, patrón de la Societé Europeenne d’Études et Enterprises. Es un conocido empresario, con un largo historial de componendas con los ministerios de finanzas a causa de sus relaciones con diversos países, como Polonia o Turquía, para compra de material bélico[x]. La centralización en exclusiva en una empresa francesa como intermediaria (que de hecho sucederá) mandaría al garete su estrategia, su protagonismo, su decisión de conseguir aviones ¡ya!, no cuando los rebeldes hayan cubierto media España.
En la embajada, le han visto salir charlando nerviosamente, su tic haciendo ondear sin pausa el eterno flequillo. Juan Aboal está en el centro de un grupito en el que están despidiendo, con una copa de vino en la mano, a Warletta que regresará a España al día siguiente[xi]:
—O ponemos orden en este desbarajuste, o se nos irán los cuartos sin resultados.
Una secretaria añade: —Gente de lo más variopinto y con una pinta… Arrogantes, dicharacheros, pero en absoluto de fiar.
—Alguno habrá, digo yo. Fíjate Corpus —tercia Warletta, al que le duele dejar a su compañero en la estacada. Su capacidad técnica es requerida por el mando republicano.
—Corpus, Corpus Barga, el intelectual. Es un hombre de confianza, no te digo que no. Se le ve. Austero, serio, omnipresente. Pero ante tanto gánster suelto. Para controlar las ansias de protagonismo de Malraux, lo entiendo. Pero no sé yo… —Aboal preferiría estar en Cuatro Vientos, luchando contra los sublevados. Pero órdenes son órdenes. Un asistente pregunta:
—¿Se han ido a firmar el contrato? Aquellos checos prometían dos Douglas.
—No creo. Estaba el asunto muy verde. Pero una comida en el Grand Café nunca es desdeñable. Seguro que les contará la historia de los hermanos Lumière y la primera proyección cinematográfica en su
sótano. Menudo el francés cuando puede meter baza en el tema. ¡Que os jugáis a que les relata su encuentro con Eisenstein! Es una apisonadora. No, creo que después de la comida irá a la l’Office de l’Air —mira el reloj—. Y yo también tendré que asistir. Quedamos ayer con Corniglion y Corpus. Esto sí parece serio. Se trata de, al menos, una docena de cazas Dewoitine.
—¡Caramba! Por fin algo sólido —comenta, no sin cierto resquemor por no estar ahí, Warletta. Sin querer quedarse atrás recuerda: Hablad también de los Potez.
El dueño de la fábrica Potez es favorable a la República, ha pensado. Algún resquicio habrá, aunque él no podrá verlo. En estos primeros días, el posicionamiento del fabricante es crítico para la obtención de material.
Juan Aboal ha ido a pie hasta l’Office de l’Air. No pilla lejos de la sede de la embajada. Va pensando en la propuesta que ha hecho de establecer una Oficina de Compras de la República, capaz de coordinar tanta iniciativa dispersa y en competencia continua. Incluso ha visto una ubicación ideal en el 27 de la rue George V, anejo a la sede diplomática. ¡Qué alegría tendrá cuando un diplomático de verdad, Luis Araquistain, materialice el proyecto. Pero será ya demasiado tarde.
Ha bajado hasta el pont de l’Alma, atravesándolo. Después. bordeando el Sena, ha llegado al boulevard Victor. Mas de media hora andando que le han sentado de maravilla, lejos del ajetreo anárquico de la embajada. L’Office de l’Air está en el Ministerio del Aire, un edificio feísimo, grandilocuente, arrogante. En la puerta, le esperan Corniglion y Malraux. Corpus ya entró, le dicen mientras se dan las manos. Malraux acepta a regañadientes la presencia del escritor, que pocos días antes le ha presentado Fernando de los Rios. Pero los aviones no pueden esperar.
Ya dentro, en una sala de reuniones poco acogedora, les reciben Corpus Barga[xii] y el administrador de la empresa Potez, André Faraggi, amigo íntimo del ministro del Aire, Pierre Cot. Malraux les conoce a todos, su entusiasmo y su verbo fácil aglutinan voluntades. Después de una hora de análisis de la situación y las disponibilidades, acuerdan la compra de 14 cazas Dewoitine 372 y seis bombarderos Potez 540. Corpus Barga saldrá mientras ellos toman un café, y a la media hora volverá con el contrato ya redactado, a nombre de un tal Andrés Ramírez, calle Fomento 21, Madrid. Por parte española, firmará Corpus, único autorizado por el embajador, con visible enojo de Malraux. Contentos, la parte española buscará un restaurante acogedor en el distrito XV, donde correrá abundantemente el champán. No se hablará en absoluto de los precios, en algunos casos superiores en más del 50% a los habituales en el mercado. Aviones para España. Como sea, pero lo han conseguido.
Los días posteriores no serán fáciles. Pero conseguirán que la mañana del 4 de agosto empiecen a salir, desde diversos puntos de Francia, los aviones contratados, haciendo escala en Toulouse, donde el administrador, Édouard Serre era también favorable a la República.
La aventura no termina aquí. De los catorce cazas, cuatro sufrirán percances, posiblemente debido a la premura en la contratación de pilotos, no siempre con la adecuada experiencia. Uno de ellos se estrellará aún en Francia, mientras que otros tres capotarán a su llegada a Barcelona: uno en el aeropuerto reservado a Air France y otros dos en el terreno militar colindante de El Prat. Quizá el recuerdo de dicho siniestro inspirará la primera escena de Sierra de Teruel. Pero esta es otra historia, por ahora.
Un personaje de su novela L’espoir dirá: “He visto a las democracias luchar contra casi todo, menos contra el fascismo”[xiii]. El piensa, está convencido que va a revertir la situación, España, con su ayuda, saldrá al paso de la ola que amenaza destruir la convivencia en Europa, y de ahí a todo el mundo. Y llega, ya el 6 de agosto, a Madrid. El 15, uno de sus mejores pilotos, Darry abatirá ya dos aviones de reconocimiento italianos, el primer éxito de la escuadrilla España. Empieza un periplo de siete meses donde todo será, o parecerá, posible. Hasta la victoria.
Aviones, aviones para España. Su idea, su obsesión ya desde su viaje a Madrid en mayo. Aviones, sí, pero también tripulaciones, pilotos, mecánicos, ametralladores. En una cita[xiv], aparecen localizados en Barcelona a primeros de agosto algunos de los que formarán parte de su escuadrilla, como Jean Darry
(mercenario, piloto de caza) o uno de sus líderes, Abel Guidez, jefe de los pilotos, voluntario antifascista, y que morirá más tarde, en la primavera de 1937, abatido por los cazas franquistas cuando esté pilotando un avión sanitario. Los primeros pilares de la Escuadrilla España, dirigida por André Malraux, el recién nombrado comandante por las autoridades españolas. En esta primera etapa, la formación constará de 32 miembros: 22 franceses, 5 italianos, 2 españoles, 1 ruso, 1 checo y 1 belga (Paul Nothomb). Pero esto nos da paso ya al siguiente capítulo de esta “Verdadera historia del rodaje de Sierra de Teruel”, donde veremos algunos de los sucesos vividos por la escuadrilla y que se incluirán en el argumento de la novela L’espoir, y más tarde en el guion de la película que nos sirve de hilo conductor a nuestras pesquisas.
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[i] MALRAUX, André (1995). La esperanza. Madrid: Cátedra. Página 283.
[ii] Echo de Paris, 26.7.1936, página 1. Artículo de Henri de Kerillis. aviador y escritor.
[iii] L’Humanité, 31.7.1936. Página 2
[iv] Léase el informe completo que redactó Aboal para el Ministerio de Marina y Aire: “La saga de los primeros aviones adquiridos en Francia”. En VIÑAS, Ángel (2007) La soledad de la República. Madrid. Cátedra. Página 458
[v] http://clioweb.free.fr/dossiers/salaires/salprix.htm
[vi] GRELLET, Gilbert (2017) Un verano imperdonable. Madrid: Guillermo Escolar Ed. Libro imprescindible para entender la No-Intervención
[vii] VIÑAS, Ángel (2007) La soledad de la República. Madrid. Cátedra. Página 33
[viii] CHANTAL, Suzanne. (1976) Un amor de André Malraux – Josette Clotis. Barcelona: Grijalbo. Página 85.
[ix] En su interesantísima tesis doctoral, ÍÑIGUEZ CAMPOS, Miguel (2016) Armas vengan de donde vengan: las dificultades de abastecimiento republicanas y su viraje al mercado negro durante el primer año de guerra (julio 1936-mayo 1937). Madrid: UAM. Dirigida por Juan Carlos Pereira y Ángel Viñas. En ella afirma que Albornoz viajo de Madrid a París en el mismo avión que Malraux. No queda claro si es mera suposición, si era en vuelo regular, o si utilizó el mismo avión pilotado por Corniglion-Molinier en que el francés fue a la capital española. En cualquier caso, ello desmentiría la posibilidad de que hiciera escala en Barcelona, como se indica en otros estudios.
[x] HEIBERG, Morten y PELT, Mogens (2005). Los negocios de la guerra (Armas nazis para la República española). Barcelona: Crítica. Página 66.
[xi] De hecho Warletta regresó a Madrid a finales de julio. Permítaseme el pequeño error en favor de la narración.
[xii] IÑIGUEZ (2016). Pag. 151 y ss.
[xiii] MALRAUX, André (1995). Página 191
[xiv] GESALI, David y IÑIGUEZ, David (2012). La guerra aèria a Catalunya. Barcelona: Rafael Dalmau Ed. Página 63.