Le Havre, finales de febrero de 1937. Advierto que hay cierta discrepancia entre los historiadores, respecto a las fechas del viaje que se va a relatar. Según Lacouture, llega a Estados Unidos a primeros de marzo. Ello encajaría con el retraso debido a la visa de entrada de Malraux. Así pues, uno de sus más relevantes discursos, en el banquete ofrecido por The Nation, se tuvo que posponer al 13 de marzo[i]. Sin embargo, según el detallado anexo de Thornberry[ii], dicho discurso, “Forging Man’s Fate in Spain” se dio el 26 de febrero, mientras que no figura ninguna actividad el mencionado día 13. Para este relato, nos acogeremos al relato de Lacouture, ya que según publicaba Publisher’s Weekly[iii]: André Malraux was unable to be in New York on January 28 to be guest of honor at a dinner sponsored by The Nation…
Desde una escotilla de tercera clase, dos atractivas mujeres están mirando la llegada de los pasajeros de primera clase[iv]. Sonríen cómplices. Se susurran comentarios al oído, aunque no hay nadie a su alrededor. Josette está pletórica: le lleva con él. Y no a un encuentro clandestino en una guinguette a orillas del Marne, ni tampoco en el hotel du Louvre, donde unos días atrás él la miraba ensimismado mientras le mostraba los modelos de Lanvin que llevaría en los Estados Unidos. Ahora parece serio: un viaje de más de un mes de duración, en un país que desconoce, donde se codeará con lo más granado de los intelectuales de izquierdas y, ¡por encima de todo!, con actores de Hollywood. De repente se crispa, su amiga Suzanne Chantal lo nota.
Llega André rodeado de señores encopetados y, agarrándose de su brazo, Clara Malraux. Él reparte sonrisas, recoge encargos y recomendaciones, estrecha manos. Está impaciente por subir al trasatlántico SS Paris, que ya ha hecho sonar su primera sirena anunciando la inmediatez de la partida. Han debido retrasar unos días su partida debido a la negativa de la embajada estadounidense a dar el visado a un peligroso activista que apoya al comunismo internacional. Al final su André lo consiguió, pero ello le obligará a hablar más de ambulancias que de aviones, de médicos que de las Brigadas Internacionales. Ya en Toronto, sin embargo, llegará a decir al periodista Edward Knowles del Toronto Star, al preguntarle por los personajes que según él representan mejor el ideal democrático[v]: Hay tres, Stalin, Blum y Roosevelt. Y luego, al inquirir sobre el número de brigadistas internacionales en la contienda: Son unos 15.000, aunque un 60% están muertos o heridos.
De un lujoso coche, Maréchal se ocupa de sacar unas maletas que entrega a un mozo. Josette no conoce a la mayoría de los presentes, aunque intuye que deben ser miembros del ministerio de Aire de Pierre Cot, o del gobierno republicano, para el que su amor va a recoger fondos y, como siempre recalca, apoyo moral y político. Clara no le suelta. Josette los mira con cierta aprensión, aunque sabe que lo tendrá solo para ella durante todo el periplo.
Dos aproximaciones distintas a un hombre que está construyendo su propio mito. Clara, la compañera de aventuras, la sintonía en planteamientos políticos, y también la introductora en una sociedad elitista, cerrada para los advenedizos. Josette, el reposo del guerrero, la intimidad, el saberse adorado, una calma necesaria en pleno terremoto mundial, con el fascismo esparciéndose por todas partes, agitando sin cesar la conciencia del intelectual que necesita la acción, más allá de presupuestos teóricos.
Lo dijo y repitió dos semanas antes en el mitin de la Mutualité, sentado entre André Gide y Julien Benda. Organizado por la Alianza Internacional de Escritores, había sido un éxito total de público, en un intento de presionar al gobierno francés que mantiene su vergonzosa No Intervención. Sin embargo, la presidencia de Léon Blum se tambalea, aguantará hasta junio, pero no está en condiciones de afrontar una crisis como la que comportaría un cambio en el acuerdo tomado en agosto del año anterior. La prensa de derechas es inmisericorde también con André Malraux. François Mauriac dirá, en L’Echo de Paris, a raíz de su discurso del día 1: “Sobre un fondo rojizo, el pálido Malraux se ofrece, hierático, a las ovaciones…Las imágenes que inventa, en vez de caldear su discurso, lo congelan: son demasiado complicadas, se nota al hombre de letras… El punto débil de Malraux es su desprecio por el hombre”[vi]. Brassilach, en Je suis partout, le recrimina haber mencionado en su parlamento al corresponsal de France-Soir, Louis Delapré, muerto al ser atacado su avión por cazas republicanos (hecho no demostrado), siendo André uno de los jefes de la aviación. Al contrario, Armand Petitjean, reconoce que “Señor Malraux, no teniendo una especial simpatía por usted, desde que se ha puesto a hablar, no a los que estábamos en la sala, sino a los que están en las trincheras, me ha dado una idea de lo que es la grandeza humana”[vii].
En el acto, no solo habló Malraux, también lo hicieron Rafael Alberti, María Teresa León, Louis Aragon o Max Aub. Este no pensaba hacerlo, habiendo sido el propio Malraux quién le convenció. Mientras pronunciaba sus encendidas palabras, en su rico francés, no sabía que aquel evento le implicaría grandes perjuicios. Su discurso, improvisado, formaría parte de la ficha policial que lo consideraría un “comunista” (cosa que nunca fue) peligroso y de acción. Durante la ocupación de Francia, dicha imagen y también una denuncia anónima a la embajada franquista de José Félix de Lequerica, le llevarán a varios campos de concentración[viii].
Días después del mitin de la Mutualité, mientras visitaban en el Petit Palais la exposición «Los maestros del arte independiente», en la que Picasso participaba con 32 obras 1, Max Aub se había despedido de André. No podría ir a Le Havre, estaba ya ultimando los preparativos para que su esposa Peua y sus hijas fueran a París; dejaría ya el triste hotel, había encontrado un luminoso apartamento en el Boulevard Souchet. Además, los preparativos para la Exposición Internacional, los primeros contactos con Picasso y Sert y, cuando podía, su pasión por el teatro le llenaban todo el tiempo disponible. Tenía ya en marcha la representación de Numancia de Cervantes, con puesta en escena de Jean Louis Barrault… No, no podría acompañarle a Le Havre, pero estaba seguro de que su viaje a Estados Unidos sería un éxito, no solo económico, sino también político y diplomático.
Josette se ha despedido de su amiga íntima, Suzanne Chantal en Southampton. Lo han celebrado con André en el bar de primera clase. A partir de ahora, son una pareja de enamorados que parten al Nuevo Mundo para difundir la situación en España, y pedir ayuda para un gobierno legítimo asediado por unos sublevados a quienes apoyan las fuerzas nazis y fascistas, a pesar de un vergonzante acuerdo de No Intervención. Estados Unidos no lo había firmado, pero su Neutrality Act[ix], fechada en agosto de 1935, y con una reciente corrección en febrero de 1936 (que añadía la prohibición de dar créditos a los beligerantes) a raíz de la invasión italiana de Etiopía (dejando esta a merced del poderoso ejército fascista), establecía de facto un bloqueo a los suministros a la República, mientras que bajo mano, algunas empresas petroleras sí suministraban al bando franquista.
El viaje es placentero, lleno de expectativas. Al requerimiento de Josette para que André deje constancia escrita de sus experiencias en España, este le confirma que ha hablado ha con Gallimard, que en cuanto tenga un minuto de sosiego, empezará a escribirlas, que tiene ya algunos apuntes no solo de experiencias propias sino también de sucesos que le han contado. Se empieza a gestar L’espoir.
A su llegada, junto con representantes de la embajada española, acudirán a recibirle miembros de la revista The Nation, que a los pocos días le ofrecen un banquete de bienvenida en el Hotel Roosevelt, previsto para el 26 de febrero. Allí, André cuenta vivencias de la Escuadrilla, impresionando al público con ejemplos de heroica solidaridad. Josette, que se ha sentado a su lado en la mesa, lo escucha embelesada, al igual que la predispuesta asistencia formada por lo más relevante de la política y las artes de tendencia progresista.
Malraux, ya desde el primer momento, ha intentado conseguir una entrevista al más alto nivel. Unos minutos con Roosevelt darían la vuelta al mundo, sería el espaldarazo a todo su esfuerzo. No lo conseguirá. Se lo dicen el miércoles 3 de marzo, cuando llega a Washington para dar una conferencia promovida por la American League against War and Fascism. La sala del Hotel Williard de la capital está llena de gente. Insiste en sus recuerdos de la guerra, repite lo apuntado en Chiva, durante el entierro de Jean Belaïdi[x]: “Siguiendo las camillas de los heridos, me he dado cuenta que está sucediendo algo sin precedentes desde la Revolución francesa: la guerra civil mundial ha empezado”.
André piensa que quizá con la ayuda de Ernest Hemingway conseguirá una audiencia presidencial, o al menos de la primera dama, Eleanor Roosevelt, pero le informan de que el escritor está ya en París ultimando su viaje a España. Le dan a saber además la intención de rodar un filme de apoyo a la República, para lo que ha montado ya la productora Contemporary Historians[xi]. A pesar del contratiempo, su estancia en Washington es también un éxito como lo fuera en Nueva York. Al cabo de un par de días, el 6 de marzo, da una de las conferencias más significativas en el New Lecture Hall de la Universidad de Harward: “The facist Threat to Culture”. A la semana siguiente, de vuelta en Nueva York, dos nuevas conferencias, el día 11 en el Meca Temple Auditorium, organizado por la North American Committee to Aid Spanish Democracy, y el 16, en el Hotel Pennsylvania por la American Friends of Spanish Democracy. Organizaciones izquierdistas que, a pesar de la oposición de un amplio sector de dirigentes estadounidenses, se esfuerzan por recaudar fondos, comprar y mandar ambulancias, medicamentos y, a escondidas, apoyar los voluntarios que se unen a las Brigadas Internacionales.
Pero la verdadera obsesión de André es la costa oeste. En Hollywood, los días 22 y 23 de marzo, dará sendas conferencias en el Hollywood Roosevelt y el Srine Auditorium. Josette alucina con las estrellas cinematográficas que acuden a las citas, lo que la compensa de los largos periodos de tiempo que permanece sola, en el hotel o visitando la ciudad, para lo que siempre cuenta con algún voluntario, deslumbrado por la rubia francesa que acompaña al famoso escritor. Ella quisiera saludar a Joan Crawford, tener delante a los mitos que aparecen en las revistas de París. No podrá, pero sí coincidirá con Edward G. Robinson y Boris Karloff, el famoso intérprete de Frankenstein que le confesará que a él, “Malraux le asusta”[xii]. En uno de los escasos momentos de asueto, han visitado el desierto. Allí, la supersticiosa Josette ha comprado unas pequeñas imágenes de dioses de los indios Hopi, que se convertirán en sus fetiches. La historia demostrará su inexistente poder.
La gira está resultando un éxito. El periódico Ce Soir el 23 de marzo informa que solo en Hollywood se han recaudado más de un cuarto de millón de dólares que servirán para la compra de equipos médicos. Además, otro fruto está naciendo. El contacto con el mundo del cine hace que Malraux se dé cuenta de la importancia del séptimo arte como formador de la opinión pública. Y es precisamente esto lo que precisa la República. No serán los congresistas, ni siquiera el apoyo de algunos intelectuales, sino el público quién pueda forzar al presidente Roosevelt a cambiar el rumbo de la guerra con su ayuda.
La cena está resultando un éxito. Josette, radiante, con un nuevo vestido estrenado para la ocasión, está sentada a la derecha de uno de sus anfitriones, el joven escritor de origen armenio William Saroyan. Deslumbrada por la brillante conversación y sus vivos ojos de azabache, no atiende a la conversación entre André y la actriz Miriam Hopkins y Chevalier que ejerce de traductor[xiii]. Ella le habla del último filme que ha rodado, The woman I love, un triángulo amoroso, con la infidelidad de la bella esposa de un piloto de la primera guerra mundial (interpretado por Paul Muni) con el ametrallador de su tripulación. El espíritu de la aviación de guerra envuelve a los dos comensales. En un momento dado, Marlène Dietrich, sentada enfrente, dice profética:
—Solo mediante el cine llegarás a crear opinión pública. Olvídate de que escritores tachados de comunistas puedan influenciar a la masa. La masa, los votantes, los que sí pueden empujar a Roosevelt a cambiar de actitud se encandilan con el cine.
Ella es el foco de toda la atención. Acaba de rodar Desire[xiv], con Gary Cooper, las vicisitudes de una ladrona que confía un collar de perlas a un apuesto ingeniero que marcha de vacaciones a España, hasta enamorarse de él.
El vuelo de la conversación da un giro hacia el cine y su capacidad de influencia. Malraux recuerda su estancia en Rusia (en este ambiente sí puede), sus encuentros con Eisenstein y la intención de este de pasar La condición humana a la pantalla.
—Te lo digo yo —quién habla es Clifford Oddets, dramaturgo que el año anterior ha estrenado su reivindicativa Awake and sing! No valen las novelas, ni tan solo las obras teatrales. El cine. El cine es el futuro. Solo hay que ver la cara con que la que la gente mira lo que le echen, y salen con la idea en la cabeza.
Haaron Chevalier, su traductor de La condición humana sonríe resignado. Miriam mira fijamente a los ojos al francés:
—¿Quieres que hable con la Paramount?
“No hay tiempo”, piensa André excitado por la propuesta. “Tampoco es posible decidirlo sobre la marcha. Pero ineluctablemente la idea irá cuajando en la cabeza de Malraux. Una película, sí, claro. Y para ello servirán las ideas que ya está pergeñando para una novela. Pero quizá mejor en París, donde Corniglion puede ayudarle técnica y económicamente. No en América, donde no habla suficientemente su idioma, donde todos son estrellas y el sería solo un servidor. Sí, una película rodada en Joinville, con un apuesto comandante de escuadrilla, con un campesino atravesando las líneas para informar a los aviadores, con el pueblo solidario levantando el puño, con los internacionales muertos en combate… Sí, una película. Pero dentro de tres días salgo para Toronto y Monreal. Y aquí aún me quedan San Francisco y Berkeley. Sí, una película, de todas, todas”. Se están dando los primeros pasos que conducirán a Sierra de Teruel.
El Hollywood progresista recogerá la idea. En pocas semanas se empezará a rodar The last train from Madrid para la Paramount y Love under fire para Twentieth Century Fox, historias con la guerra civil de fondo, tratados con la ligereza y falta de compromiso que imponía la época, la recelosa administración y los gustos populares.
Por fin en Canadá. Malraux puede ahora hablar en francés. En Toronto dos conferencias: una de ellas en la universidad, organizado por el Bethune Committee, en honor del relevante médico que se ha unido a las Brigadas internacionales. Y luego en Montreal, el 3 y 4 de abril, cuatro conferencias organizadas por el Comité pour l’aide médicale à l’Espagne y la Canadian League Agains War and Fascism. Éxito total, salones a rebosar y entrevistas en la prensa. Y una anécdota que contará más tarde. En Montreal, un obrero se le acercará y le entregará un reloj de oro. Al preguntarle por qué, responde: “Porque no tengo nada más precioso que dar a mis camaradas españoles”.
Durante su regreso a Francia a bordo del S/S Normandie, André ha empezado a escribir notas sobre su novela sobre la guerra de España que servirán posteriormente como base a una película. Es una nueva etapa, en la que de nuevo va a poner todo su empeño, toda su imaginación y toda su capacidad en ella. Hasta el transatlántico parece sumarse a su excitación, con sus tres chimeneas humeantes avanzando a toda velocidad a la búsqueda de su segunda “banda azul”[xv], lo que conseguirá meses después.
Cinco días después de partir de Nueva York, Malraux y Josette cogen el tren Le Havre – París. Pero no se dirigen al hotel habitual. Él, con la cabeza rebosante de proyectos que le exigirán todo el tiempo disponible, y pese a los reproches de su amante, regresa a la casa conyugal de la rue du Bac, y a Clara y su disposición para acompañarle, a pesar de todo, en algunos eventos dando una imagen que esconde lo que, por dentro, se va deteriorando cada vez más. Mientras, Josette, decepcionada, después de unos días de encuentros cada vez más esporádicos en el hotel du Louvre, se ubicará en un piso junto a su amiga íntima Suzanne Chantal. No romperán, la nueva novela servirá de alivio. Las notas escritas en lápiz azul y rojo serán dactilografiadas por Josette, lo que le permitirá seguir con él en el día a día.
El empeño de Malraux por ayudar a la República no se debilita. El 23 de abril, dice en una entrevista de la periodista Edith Thomas para en Ce Soir[xvi]:
—Tengo ahora en la cabeza el recuerdo de las masas que ha habido que convencer, y que ahora están convencidas. Ante la Babel de círculos de estudios, de obreros de las fábricas, de campesinos del Canadá, ante las estrellas de Hollywood, he hablado de España […] Cuando un país se cubre de heridos, ningún servicio médico previo es suficiente.
Si las democracias no quieren intervenir militarmente, tendrían que aportar al menos una ayuda pacífica, una ayuda económica, una ayuda médica. […] No dudo que desde ahora, los Estados Unidos y Canadá continuarán aliviando las heridas del sufrimiento humano.
[i] LACOUTURE (1976), página 241-242
[ii] THORNBERRY (1977), anexos.
[iii] Publisher’s Weekly, Feb. 1937, página 737, curiosamente citado a pie de página por THORNBEYY (1977), página 56.
[iv] CHANTAL (1976), página 92.
[v] TODD (2001), página 254. En Toronto Star, 2.4.1937.
[vi] LACOUTURE (1976), página 240.
[vii] THORNBERRY (1977), PÁGINA 55.
[viii] Excelente visión del recorrido de Max Aub en Francia en: MALGAT (2007)
[ix] Se ofrecerá información específica. Hubo varias etapas, como se puede ver en: https://history.state.gov/milestones/1921-1936/neutrality-acts y con todo detalle en ESPASA (2017)
[x] TODD (2001), página 247
[xi] http://guerracivildiadia.blogspot.com/2012/11/ernest-hemingway-1899-1961.html Se tratará del filme dirigido por Joris Ivens Tierra de España, que logrará que sea visionada por el presidente Roosevelt y su esposa.
[xii] CHANTAL (1976), PÁGINA 93.
[xiii] La andadura americana de Chevalier finalizó en 1935. Lacouture señala su presencia en Hollywood durante el viaje de Malraux. Puede ser que estuviera allí, pero no que estuviera rodando en aquellos momentos. Quizá hay una confusión por la presencia del traductor de Malraux al inglés Haakon Chevalier (LACOUTURE (1976), página 243).
[xiv] Dirigida por Frank Borzage en 1936, para la Paramount.
[xv] https://es.wikipedia.org/wiki/Banda_Azul
[xvi] Ce Soir, 23.4.1937, página 3. (En LACOUTURE (1976),página 245, indica erróneamente el 21.4.1937