André Malraux y Max Aub: España en el corazón de la amistad[i]
1ª parte: La guerra es infinita (1936-1956)
Gérard Malgat[1]
“Durante mucho tiempo, decir gracias a Max Aub, fue decir gracias a España. Puesto que hoy está separado de su país, que el agradecimiento de Francia, que no lo ha olvidado, no se dirija más que a él”. Así escribía André Malraux en 1966 sobre un hombre, Max Aub, al que había conocido treinta años antes, y con el que no había dejado desde entonces de mantener una amistad inquebrantable. Dos vidas comprometidas en el siglo, dos destinos que llevan la huella de sus terremotos bélicos y políticos, dos obras literarias que conocieron un destino radicalmente diferente. Porque si Malraux conoció la gloria desde sus primeras obras, Max Aub nunca pudo conocer a sus lectores: sus sucesivos exilios relegaron al hombre y su obra a un anonimato que la Historia impuso hasta el último aliento de vida. Desde hace tres o cuatro años, Max Aub reaparece en la actualidad literaria española: las ediciones se multiplican, en particular gracias a los esfuerzos de la Fundación que lleva su nombre. Que estas pocas líneas contribuyan a su conocimiento en Francia, y aporten una luz sobre el compromiso de André Malraux en España, compromiso inscrito, creemos, en lo más profundo de su excepcional trayectoria[ii].
Julio de 1936: el encuentro
Cuando André Malraux llega al hotel «Florida», en Madrid, el 21 de julio de 1936, es acogido por José Bergamín y Max Aub. El primero es conocido como poeta, ensayista y autor dramático, pero ¿quién es el segundo, este español de nombre tan poco castellano?
Max Aub nació en París en 1903, y vivió allí hasta 1914, con una madre francesa y un padre alemán que decide abandonar Francia para no tener que tomar parte en el conflicto que acaba de estallar entre su país de origen y el de su esposa. Instala a toda la familia en Valencia, donde Max Aub se integra rápidamente, adoptando la lengua y la cultura españolas. Joven poeta, autor dramático, Max Aub elige la lengua de Cervantes para escribir sus primeras obras y abraza la causa de la República cuando ésta surge de las urnas, en abril de 1931. Cree en la cultura, el progreso, la libertad y la justicia. Así, en aquel día de julio de 1936, se pone en movimiento porque, tres días antes, los principales jefes del ejército español – dirigidos por el general Franco – desencadenaron un levantamiento militar y se dirigían hacia las principales ciudades de España.
En cuanto tuvo conocimiento de estos trágicos acontecimientos, André Malraux quiso comprobar la situación sobre el terreno y, en compañía de Clara, tomó el avión con destino a Madrid. Max Aub, en una entrevista radiofónica difundida en 1967 por France Culture, evocaba en estos términos este primer contacto con Malraux[iii]:
“Lo conocí en Madrid, la tarde de su llegada. Llegó en un bombardero que traía como regalo a España y partió de inmediato lanzando algunas bombas sobre la estación de Córdoba. Debía ser el 21 de julio del 36. Malraux, Bergamín y yo nos encontramos tomando una cerveza frente a la revista que dirigían Bergamín, Cruz y Raya”[iv].
Acompañado de Max Aub, Malraux recorre Madrid, cuya población se esfuerza por resistir la ofensiva de los golpistas. Después de haber viajado a Barcelona, Malraux regresó a París a principios de agosto, convencido de que debía actuar para crear una aviación al servicio de la República Española. En pocos días consigue obtener del Ministro del Aire Pierre Cot una veintena de aviones y parte el 8 de agosto a Barajas – aeródromo situado cerca de Madrid – para establecer lo que constituirá “La escuadrilla España”[v]. También Max Aub se compromete totalmente a defender la República, como director del diario socialista Verdad[vi] pero también como escritor: escribe obras dramáticas cortas, «teatro de circunstancias» según sus propios términos, cuyo objetivo es movilizar al pueblo español para que participe en la lucha contra los franquistas.
En diciembre de 1936, Max Aub es nombrado agregado cultural de la embajada de España en París, junto a Luis Araquistáin, entonces embajador. Sus raíces parisinas, su perfecto dominio de la lengua francesa, su excelente conocimiento de la cultura y de la sociedad francesas le destinan naturalmente a este nombramiento en un momento tan difícil para la joven República española.
1937: De la embajada en París al congreso de intelectuales de Valencia
Febrero de 1937: «La escuadrilla España», rebautizada desde el mes de noviembre de 1936 como «escuadrilla André Malraux» por los aviadores del grupo en homenaje a su jefe, pone fin a sus actividades, después de siete meses de compromisos[vii]. La mayor parte de los aviones han sido destruidos o están inutilizados, una parte de los hombres de la escuadrilla ha resultado muerta o herida; las unidades militares hasta entonces relativamente autónomas se integran para formar un ejército republicano.
André Malraux vuelve a París con otros proyectos para ayudar a España: quiere escribir, organizar giras de propaganda y mítines para recaudar fondos. Uno de ellos tuvo lugar el 1 de febrero de 1937 en la Mutualité. André Malraux y Max Aub participan y toman la palabra ante una asistencia de la que forman parte Rafael Alberti y María Teresa León, Louis Aragon, Julien Benda, André Gide, François Mauriac, y muchos otros…
A finales de febrero, Malraux viajó a Estados Unidos en busca de apoyo y fondos para la España republicana. Max Aub, como comisario adjunto de la Exposición Internacional de París, participa en la organización del pabellón español y le encarga a Picasso un cuadro que se expondrá en este pabellón. Cuando va a visitar al pintor, en el 7 de la rue des Grands Augustins, Max Aub descubre los primeros bocetos del Guernica. Picasso quiere, con su arte, rendir homenaje al martirio de este pueblo vasco, brutalmente destruido el 26 de abril por bombardeos de la aviación alemana. En junio, con motivo de la inauguración del pabellón español, Max Aub pronuncia un discurso que es sin duda también el primer análisis – y el primer homenaje – a este cuadro hoy tan conocido universalmente.
Max Aub regresa en junio a España, donde continúa preparando el segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. André Malraux, después de su estancia de casi dos meses en Estados Unidos y luego en Canadá, toma también una parte activa en su preparación: En particular, los organizadores le encargan ayudar a los delegados cuyos países se oponen al congreso proporcionándoles pasaportes falsos para entrar en España.
Este congreso se abre el 4 de julio en Valencia[viii]: André Malraux y Max Aub se encuentran allí, junto a José Bergamín, Ilia Ehrenbourg, Ernest Hemingway, Nicolas Guillén, Antonio Machado, Anna Seghers, Alexis Tolstoi, Tristan Tzara … por citar solo algunos de los numerosos escritores solidarios con la República Española. Este congreso se traslada sucesivamente a Madrid (del 5 al 8), Barcelona (el 11), y París (del 16 al 18). Muchos de los cuatro discursos que Malraux pronunció durante estos días siguen siendo inéditos.
Dos meses más tarde, el 13 de septiembre, Max Aub vuelve a la Exposición Internacional de París para rendir homenaje a Federico García Lorca.
Fue durante la primavera y el verano de 1937 cuando Malraux escribió L’Espoir[ix], que se publicó a finales de noviembre de 1937. Muchos de los amigos españoles de Malraux están desconcertados por la densidad metafísica de los personajes y por la intensidad de su debate interior. Max Aub, en un artículo dedicado a Malraux muchos años después, relata así el asombro del presidente de la República española, Manuel Azaña: “Fue en Barcelona, en 1938, en el palacio de Pedralbes. Hablamos mucho de Malraux, de La Esperanza que el presidente acababa de leer. “Son magníficos esos franceses”, me dice, “de todos modos, ¡hacer que un comandante de la Guardia civil hable de filosofía! …”
1938: Sierra de Teruel
Desde su viaje a Estados Unidos, Malraux proyecta realizar una película para sensibilizar a la opinión pública y reunir ayudas financieras para España. En Valencia, durante el congreso de escritores, Negrín entonces presidente del Consejo y Álvarez del Vayo, ministro de Asuntos Exteriores le pidieron que escribiera un guion y le garantizaron una ayuda financiera. A partir de enero de 1938 Malraux se sumerge en la preparación de la película y constituye un equipo de dirección compuesto por Louis Page, André Thomas, Boris Pesquine y Denis Marion. En mayo, en Barcelona, durante una visita al Ministerio de Instrucción Pública, le propone a Max Aub (que desde su regreso a España es secretario del Consejo Nacional del Teatro) encargarse de la adaptación y traducción del guion. Aub duda porque no sabe casi nada del cine, pero André Malraux insiste, según el testimonio de Max Aub:
“Entró en mi oficina en Barcelona, donde yo dirigía los teatros españoles y me dijo: «Vamos a hacer L’espoir«. El libro acababa de ser publicado y pensaba hacer una película, de acuerdo con el Gobierno español. En ese momento teníamos una posibilidad fenomenal con los Estados Unidos de distribución. Le dije: «Escucha, de ninguna manera. Yo puedo dirigir una obra de teatro, eso es lo que he hecho toda mi vida, pero en cuanto al cine no sé una palabra.» Me dijo: «¡Yo tampoco, pero vamos a hacer la película!» ¡E hicimos la película! Fue allí donde se estableció mi gran amistad y admiración por André Malraux”.
En el momento de rodar las primeras imágenes, en Barcelona, el 20 de julio de 1938, Max Aub se dirige solemnemente a todo el equipo de dirección con estas palabras[x]:
“Camaradas, ahora trabajamos con Malraux. […] Ninguno de los acontecimientos de la película es inventado, sino transpuesto. Unas veces pertenecen al dominio popular, otras Malraux las vivió él mismo cuando comandaba las fuerzas aéreas extranjeras al servicio de la República, antes de se unieran otras alas amigas”.
El rodaje durará seis meses, durante los cuales Malraux y Aub afrontarán diariamente innumerables dificultades, y compartirán las aventuras y los riesgos de una película sobre la guerra rodada en plena guerra. A lo largo de este rodaje convulso, Max Aub va a ser “el hombre para todo”[xi] de Malraux desempeñando numerosas tareas: localización de lugares de rodaje de exteriores, audiciones de actores y fotografías de campesinos catalanes como figurantes, organización del trabajo con los actores… así como varios viajes a Toulouse (ciudad escala del avión París-Dakar) para ir a buscar película virgen y llevarla a Barcelona. Denis Marion, en su libro André Malraux[xii] (París, Seghers, 1970) rinde homenaje al trabajo incansable de Max Aub, escribiendo “que durante toda la realización de la película fue el doble español de André Malraux, su intérprete y su agente de ejecución”.
Max Aub ha evocado en varias ocasiones los múltiples avatares que marcaron estos meses de rodaje, en particular en la serie de entrevistas radiofónicas de 1967 mencionadas anteriormente:
“Una vez subimos a un viejo Potez; En vez de ametralladoras, pusimos cámaras. Era para ver a Cervera – quizás solo hay diez imágenes en la película. Estábamos filmando y de repente miramos arriba y vi tres Messerschmit. Así que corrí para avisar a Malraux que estaba en la parte delantera, pero él ¡estaba solo recitando a Corneille! Entonces el avión descendió y se escapó entre las gargantas de Cervera hacia Barcelona y los Messerschmit no nos hicieron nada. [… ]
Y ya al final de su estancia: “Cuando salimos de los estudios de Montjuich, donde acababan de hacer estallar el puente, salimos a la terraza de los estudios y veíamos las hogueras del ejército de franco que estaba allí; Entonces Malraux me dijo: «¡los persas!”.
La película no pudo terminarse: el avance inexorable de las tropas franquistas obliga a Malraux y a su equipo de rodaje a interrumpir las tomas y salir precipitadamente de Barcelona para cruzar la frontera francesa el 1 de febrero de 1939, con el fin de salvar las bobinas filmadas. Esta experiencia compartida por los dos hombres será la base de una amistad que se mantendrá a lo largo de toda su vida. Pero para Max Aub, esta colaboración también tendrá consecuencias en los años siguientes, como señala en su diario: ”Nadie sabía quién era yo hasta que Malraux decidió – para mi sorpresa – llevarme a hacer Sierra de Teruel. Entonces empezaron a considerarme comunista”.
1939: La retirada y el reasentamiento en París
Después de este retorno forzado en Francia, Aub y Malraux se reinstalan en París. Dedicaron los meses siguientes a terminar la película en los estudios de Joinville. En abril, van a rodar racords indispensables en Villefranche de Rouergue. La situación de Max Aub es muy precaria: en su exilio, que es el segundo después del de 1914, lo había dejado todo en España. André Malraux le ayuda, según lo que Aub cuenta en su diario:
“La película, mil francos por aquí, mil francos por allá, según lo que Malraux consigue. Rodamos las escenas que faltan para completar la película, que de todos modos quedará incompleta. ¿Dónde filmar, ahora, la secuencia de los tanques? […] Joinville, el Sena, algunas buenas comidas con Malraux y Josette”[xiii].
Sierra de Teruel se termina en los últimos días de junio. En julio se organizan algunas presentaciones privadas a las que asisten Claude Mauriac, Louis Aragon, Georges Altman y miembros del gobierno republicano en el exilio. El 23 de agosto, Malraux y Max Aub presentarán la película al presidente Negrín. La proyección tiene lugar en el cine Le Paris en los Campos Elíseos. Después de ella, los dos hombres cenan juntos y comentan el importante acontecimiento de aquel día: La Unión Soviética acaba de firmar un pacto con Alemania. “¡La revolución a este precio, no!” exclama André Malraux a Max Aub, que comparte este punto de vista. Ambos rechazan el acuerdo inaceptable. Porque “tanto para Malraux como para mí, un intelectual es una persona para la que los problemas políticos son problemas morales” escribirá posteriormente Max Aub en un artículo titulado “André Malraux et le cinéma”[xiv].
¿Es durante esta misma cena cuando planean el proyecto de explotación de Sierra de Teruel en México? Porque aquí aparece un episodio poco conocido de la historia agitada de esta película.
La salida comercial de la película está prevista para el 15 de septiembre de 1939, pero es prohibida por la censura instaurada por el Gobierno Daladier, que no quiere herir las susceptibilidades del nuevo poder en Madrid. Malraux decide entonces enviar una copia a México, el país más abierto y solidario de los republicanos españoles, para continuar el esfuerzo de apoyo y ayuda financiera en su favor. Confía esta difusión a Max Aub – que ha solicitado un visado a las autoridades mexicanas – y advierte a su amigo José Bergamín de la llegada de Aub:
“La llegada de Max Aub, encargado de una copia española de mi película, es posible e incluso probable dentro de un tiempo bastante corto. […] En caso de que deba ser explotado, no por una organización comercial, sino por una organización vinculada a los refugiados españoles, deseamos, Negrín y yo, que los acuerdos que tome Max, para ser válidos, lleven tu firma. […] Esta película, que no tiene nada de documental y que, sin la guerra, habría sido proyectada el 15 de septiembre simultáneamente en tres de los mayores cines de París, es hoy uno de los pocos medios poderosos de propaganda que nos quedan”[xv].
Este proyecto no podrá concretarse: antes de que Max Aub haya obtenido las autorizaciones necesarias para su entrada en el territorio mexicano y para la difusión de la película, es detenido en París el 4 de abril de 1940 por la policía francesa, que lo conduce al estadio Roland Garros. Una denuncia anónima, depositada en la oficina del nuevo embajador – franquista – de España en París, lo acusa de ser un “alemán nacionalizado español durante la guerra civil, judío, comunista y revolucionario de acción”. Estas acusaciones, que auguran el negro período de Vichy, significarán para Max Aub el comienzo de un período de persecuciones con más de dos años de detenciones, de estancias en diferentes cárceles (Niza, Marsella), y campos de internamiento: Le Vernet d’Ariège (dos veces) y luego el campo de Djelfa, en Argelia, donde la gendarmería francesa interna a los presos políticos «revolucionarios y peligrosos». Entre ellos, muchos republicanos españoles que creían haber encontrado asilo en Francia.
1940-42: los años oscuros
Durante este período, que no podemos sino evocar brevemente aquí porque es confuso y cargado de acontecimientos, Malraux y Aub se encuentran en el sureste, en particular en Marsella donde Max Aub reside a partir de noviembre de 1940, esperando su hipotética salida hacia México. Los dos hombres participan en mítines y se encuentran con militantes de la resistencia española. Después de una de estas reuniones, en las que discutieron los medios de lucha contra la infiltración de agentes de la policía de Vichy en estas organizaciones de resistencia, el 2 de junio de 1941, Max Aub es detenido y encarcelado en la prisión de Niza. Es liberado el 22 de junio por intervención de Gilberto Bosques[xvi], cónsul de México en Marsella (quien ayudó a numerosos exiliados a escapar de los campos de internamiento). Max Aub se encuentra inmediatamente con André Malraux en Marsella, donde van a acompañar a Édouard Corniglion-Molinier que se embarca para unirse al general de Gaulle. Después de su partida, los dos hombres cenan juntos en un restaurante del viejo puerto: ignoran que no se verán durante más de quince años.
El 5 de septiembre, Max Aub es detenido de nuevo y enviado al campamento de Vernet. Desde allí lo embarcan y conducen al campamento de Djelfa, en el Alto Atlas argelino. Logró escapar de él en agosto de 1942 gracias a la tenacidad y eficacia de Gilberto Bosques, y, según su testimonio, con la complicidad de dos gendarmes gaullistas. Consiguió embarcar hacia México donde llegó en octubre, más de dos años después del viaje proyectado para llevar la copia de Sierra de Teruel a dicho país.
1950-51: la prohibición de estancia en Francia
Sin noticias el uno del otro después de esa noche de junio de 1942, los dos hombres reanudan contacto en septiembre de 1944 y comienzan una relación epistolar que mantendrán durante casi treinta años[xvii]. Cartas a menudo cortas, precisas, con frecuencia impregnadas de causticidad: los dos hombres conocen la fórmula y están muy ocupados… ¡No hay tiempo para largas cartas! A lo largo de esta correspondencia, se envían fotografías de objetos de arte, a veces pequeños objetos que encargan a tal o cual amigo de paso por París o México y, por supuesto, se envían sus respectivos libros en cuanto se publican. Aub escribe mucho: ¡no publica menos de 27 títulos durante este período de 42-56!… Novelas sobre la guerra de España, relatos y cuentos, obras teatrales, antologías e historias de la literatura. Años en los que André Malraux publica también numerosos libros: La Lutte avec l’ange (Ginebra, Skira, 1945), Goya : dessins du musée du Prado (Ginebra, Skira 1946), Esquisse d’une psychologie du cinéma (París, Gallimard, 1946), Scènes choisies (París, Gallimard, 1946), ), Psychologie de l’art. Le Musée imaginaire, La Création artistique, la Monnaie de l’absolu, (tres tomos entre 1947 y 1949, Ginebra, Skira) Saturne, le destin, l’art et Goya (París, Gallimard 1950), Les Voix du silence (París, Gallimard, 1951), Vermeer de Delft (Galerie, Pléiade, 1952), Le Musée imaginaire de la sculpture mondiale. La Statuaire, Des bas-reliefs aux grottes sacrées, Le Monde chrétien (tres tomos publicados en París por Gallimard en 1952 y 1955).
Sin embargo, un asunto domina la correspondencia de este período: la inverosímil prohibición de estancia que Francia impone durante años a Max Aub. Las cartas de los dos hombres permiten trazar la génesis de este problema. En 1950, Max Aub – que no ha vuelto a Europa desde su llegada a México en 1942 – planea venir a reunirse con sus padres en Francia, siendo para él imposible la entrada en España. Sorprendido de no recibir respuesta del consulado francés a la solicitud de visado, informa a André Malraux en diciembre. Sin embargo, el expediente va a resultar más complicado de lo que esperaba Malraux: las denuncias anónimas – falsas y antisemitas – de los años 1940 siguen estando en los archivos del Ministerio del Interior, que se opone a la entrada de Max Aub en el territorio francés. Max Aub, sorprendido por esta decisión incomprensible que, además, reaviva las persecuciones sufridas diez años antes, comunica a André Malraux su intención de dirigirse directamente por carta al Presidente de la República, Vincent Auriol. Malraux aprueba la iniciativa y transmite la carta de Max Aub a Auriol el 28 de abril de 1951[xviii]. Max Aub no recibe respuesta y, después de varias peticiones de ayuda a sus amigos – entre ellos Jean Cassou – debe renunciar a su viaje. Su padre muere sin que haya podido verle.
1957-58: “París bien vale una visa”
Pasarán cinco años antes de que Max Aub presente una nueva solicitud, en junio de 1956. Y de nuevo se le niega el visado. Las intervenciones insistentes de la embajada de México en París le permiten, al fin, obtener in extremis un «visado para una estancia de corta duración», que autoriza la llegada de Max Aub solo durante dos semanas. Éste se queda en París del 27 de noviembre al 10 de diciembre y puede por fin ver a sus amigos de los años de guerra: André Malraux el primero de ellos. Las notas inéditas conservadas por Aub de este viaje revelan que los dos hombres discuten sobre el posible retorno al poder del general de Gaulle.
La prohibición injustificable impuesta a Max Aub, basada en fichas de denuncia establecidas por el régimen de Vichy y mantenidas en vigor por la Cuarta República, lo hieren profundamente. Él está vinculado visceralmente a Francia, tanto por la sangre como por la cultura, así que decide llevar el caso a los tribunales y, en enero de 1957, encarga al abogado Gaston Bouthoul que se ocupe de su expediente. Los meses pasan sin aportar una solución, lo que alarma a Max Aub que prepara un nuevo viaje a Europa. Sigue informando a André Malraux de lo inverosímil de la situación de sus solicitudes de visado. Pero cuando Malraux, en octubre de 1957, le propone una vez más intervenir ante el Quai d’Orsay, Max Aub rechaza esta propuesta. Harto de las vanas gestiones, y de las medias medidas concedidas en el último momento, Max Aub quiere conseguir definitivamente una solución a este asunto por la vía judicial.
¿Lo consiguió? Hasta la fecha no podemos afirmar esto. Nuestra investigación nos lleva más bien a retener la hipótesis de que fue gracias a la intervención de otro amigo de Max Aub, André Camp, que informó a un miembro de su familia que trabajaba en la Inteligencia General. Las fichas difamatorias fueron finalmente retiradas del expediente gestionado por el Ministerio del Interior y Max Aub obtuvo entonces sin restricciones las visas tan largamente esperadas… “¡París bien vale una visa!” solía decir Max Aub a su amigo Malraux, en uno de esos juegos de palabras y lenguas que él tanto amaba, él: el niño parisino convertido en escritor español y ciudadano mexicano por los seísmos de la Historia y la mediocridad de hombres hostiles.
André Malraux y Max Aub: España en el corazón de la amistad
Segunda parte: París, a pesar de todo (1958-1972)
Junio de 1958:
Max Aub obtiene por fin la anulación definitiva de la medida de prohibición de residencia que, desde su primera solicitud de visado presentada en 1951, Francia le opone.
Ya se ha comentado (1ª parte) el testimonio de André Camp, gran amigo de Max Aub, sobre la intervención decisiva de uno de sus parientes para que por fin se archiven las fichas de denuncia que datan de 1940[xix], origen de unas medidas tan injustificadas como arbitrarias. A este testimonio hay que añadir una observación: junio de 1958 corresponde precisamente a la época en que Malraux, siguiendo los pasos del general de Gaulle, que regresó a la cumbre del Estado en junio, es nombrado ministro delegado de la presidencia del Consejo. Concomitancia que permite pensar que, en su nueva posición de hombre del poder, interviene quizás en la resolución de la inverosímil, pero tristemente real, situación de la que es víctima su amigo.
1959-1960: L’Espoir, de París a México
Max Aub inicia su segundo viaje a París el 15 de noviembre de 1958, aliviado de poder finalmente permanecer sin restricciones de duración. Pocos días después de su llegada, asiste a una proyección de la película Espoir-Sierra de Teruel, que en esa época se proyecta regularmente en París en el circuito «Artes y ensayos». Max Aub escribió en su diario, en la fecha del 8 de enero de 1959:
“Veo Espoir exactamente veinte años después. Sorprende el primitivismo, el éxtasis. Normal. Ni Malraux ni yo sabíamos nada de las técnicas del cine. En última instancia, el primitivismo es esto: ignorancia de la técnica. Ésta se añade sola, con la corriente de las obras. […] Como película primitiva, Espoir está bien. Nuestros progresos son visibles en la propia película. El descenso de la montaña – el último rodaje que realizamos – es mejor que las otras secuencias”.
Al año siguiente, más de veinte años después del proyecto que había tenido Malraux de difundirlo en México, Sierra de Teruel es finalmente programada en México. En esta primavera de 1960, Malraux se encuentra en dicho país: el que se convirtió en Ministro de Asuntos Culturales desde julio de 1959 emprende una serie de viajes por diversos países de América del Sur (México, Argentina, Perú, Uruguay) para explicar y defender – callando sus sentimientos y sus dudas sobre una cuestión dolorosa y sangrienta – la política del gobierno francés en Argelia. A finales de marzo, Max Aub planea acompañar a Malraux en un viaje a Oaxaca y Yucatán. Pero, plagado de problemas de salud, no puede realizar este viaje.
Sus compromisos ministeriales obligan a Malraux a volver a Francia antes del día de la proyección de Sierra de Teruel y, por supuesto, es Aub, el adjunto dedicado de la realización de la película y el amigo fiel quien, el 24 de abril, preside la sesión en el cine Las Americas. Para esta circunstancia, que lo conmueve profundamente, Max Aub pronuncia una alocución en la que inserta las palabras que había dirigido solemnemente a todos los participantes el primer día del rodaje, de los cuales reproducimos un extracto en la primera parte de nuestro artículo[xx].
961: Jusep Torres Campalans, o la fábula del pintor encontrado.
Si en estos años 60 Max Aub escribe mucho, es poco leído. La obra, como su autor, está en el exilio. Los lectores mexicanos sólo se interesan moderadamente por los libros que tratan de la guerra de España,
mientras que los lectores españoles no pueden obtenerlos: la gran mayoría de los libros de Aub, este republicano “rojo”, están prohibidos por las autoridades franquistas. “Soy un escritor sin lectores” constata tristemente Max Aub en las páginas de su diario. Para luchar contra la relegación de su obra literaria, Max Aub trata de hacer traducir y publicar algunos de sus libros en Europa, y en primer lugar en Francia, ¡este país natal que lo ha maltratado durante tanto tiempo pero con el que se siente tan unido cultural y emocionalmente! Piensa en particular en uno de los últimos libros que escribió: Jusep Torres Campalans. Este libro original y sorprendente, publicado en 1958 en México, fue aclamado por la crítica y pareció suscitar más interés que sus novelas o su teatro sobre la guerra. Presentándose como una monografía, del tipo de las publicadas en la época por el editor suizo Skira, Jusep Torres Campalans describe la iniciación artística de un pintor catalán, amigo de Picasso, en el París de principios de siglo, y posteriormente su repentina desaparición en el umbral de una obra prometedora. Max Aub afirma haber encontrado por casualidad el rastro de este pintor durante un viaje a las montañas del sur de México y trae la cosecha de su minuciosa investigación: anales, biografía, fotos, diario del pintor, reproducciones de una cincuentena de cuadros pintados durante su época parisina. ¡Pero en realidad todo este conjunto no es más que invención y parodia talentosa creadas desde cero! Max Aub se burla de la excesiva seriedad de la vida artística-literaria parisina, que ve florecer económicamente en estos años «gloriosos» una gran cantidad de galerías de arte, de artistas «modernos» o «contemporáneos» y de monografías lujosas.
André Malraux está en connivencia desde el nacimiento del libro, que por otra parte le está dedicado ya que se abre con estas simples palabras: “a André Malraux”. Con motivo de la publicación de la obra en la capital mexicana, en julio de 1958, Malraux sigue con diversión la efervescencia periodística producida por la exposición de los cuadros, iniciativa a la que aporta su complicidad ya que un cuadro, cuyo título es Retrato de Picasso, se expone con la mención “propiedad de André Malraux” … Esta mención, como todas las colocadas en la parte inferior de los cuadros, es una burla de Max Aub que en realidad pintó él mismo todas las obras, y utiliza la complicidad de sus amigos para atraer la curiosidad de los críticos de arte mexicanos sobre la fama de este pintor desconocido encontrado por él en las montañas de Chiapas. Cuando en los primeros días de agosto de 1958 Malraux recibe la edición original, felicita por carta a su amigo con estas palabras: “Acabo de recibir al Pintor imaginario y le he visto un buen aspecto – además de una buena dedicatoria”.
André Malraux jugará un papel clave en la publicación de la edición francesa. Convencerá a Gaston Gallimard para que publique el libro. Massin, entonces director artístico y responsable de esta edición francesa, constata a la vez el papel esencial de Malraux y la complicidad que une a los dos hombres:
“Fue Malraux quien impuso a Gallimard el libro de Max, ¡eso es seguro! Porque Gaston Gallimard aborrecía los libros ilustrados, no amaba más que la literatura, los textos. La colección “El universo de las formas” estuvo a punto de no hacerse en Gallimard porque Gaston arrastraba los pies y Claude también, no querían. Retrasaban lo más posible los plazos. Malraux tuvo que ejercer un verdadero chantaje y esta colección se acabó haciendo en 1957. En cuanto a Campalans, este tipo de libro, sabiendo que además era un engaño… Pero Malraux tenía una influencia enorme. ¡Llamaba por teléfono a Gastón y decía «saca ya este libro»! Gaston lo estaba haciendo. Max Aub visitaba frecuentemente a Gallimard. ¡Nos invitaba a menudo a buenos restaurantes que conocía mucho mejor que muchos parisinos! Éramos varios: había Malraux, Bernard Anthonioz, el marido de Geneviève de Gaulle, que era uno de los consejeros más cercanos de Malraux, Albert Beuret que era entonces director de gabinete de Malraux y que fue secretario general de la colección “El universo de las formas”. […] Max iba a ver a Malraux al ministerio, rue de Valois, sin hacerse anunciar: ¡empujaba a los ujieres – al final todos lo conocían! – y entraba en la oficina de Malraux como si fuera su casa. ¡Él lo sabía todo! Un día, de vuelta de la visita a Malraux rue de Valois, me dijo: ¿No conoce la última?… de Gaulle propone a Malraux para el Ministerio del Trabajo. ¡Se negó porque, me dijo, si hubiera aceptado este ministerio, habría tenido quinientas huelgas a mi espalda!” Max Aub estaba al tanto de todo lo que estaba pasando en los pasadizos del poder.
Malraux se esfuerza también por facilitar la promoción de esta obra en la prensa parisina, como se esfuerzan otros amigos de Max Aub: Jean Cassou, Max Pol Fouchet, Pierre Gascar y su esposa Alice, que es la traductora del libro, Emmanuel Roblès. De hecho, cerca de una treintena de artículos serán publicados en relación con esta edición francesa. Pero el fracaso de venta es total, como informa Massin:
“En el momento de la publicación del libro Jusep Torres Campalans, todo iba bien; Malraux estaba en el ajo, aportaba su apoyo, con otros como Jean Cassou, Roger Caillois… Al final del libro se habían divertido atribuyendo los cuadros: así se puede leer “propiedad de André Malraux, propiedad de Massin, de Roger Caillois, de Picasso, de Cassou…” Todos amigos de Max. ¡Pero todo era inventado! Además, con Malraux y con varios familiares de Max, habíamos hecho lo necesario para que los periodistas fueran “intoxicados” … Pero el artículo titulado a grandes rasgos «BROMA» y publicado por France Soir el 21 de febrero, el mismo día de la publicación del libro, acabó con todo. Fue un fracaso comercial”.
Este Jusep Torres Campalans, sobre el que Max Aub había depositado tantas esperanzas de ser finalmente leído en Francia, se vendió muy poco. Ni la complicidad activa de los amigos de Max Aub, ni los numerosos artículos publicados en la prensa francesa en el momento de la publicación provocaron la curiosidad de los lectores. El pintor imaginado no pudo hacer “volver” a Europa ni a su creador ni a su obra.
1962-1966: Las idas y venidas parisinas de un escritor español
El fracaso de difusión en Francia de Jusep Torres Campalans es tanto más doloroso para Max Aub cuanto que el exilio en tierra mexicana, del que no puede saber cuándo terminará, le pesa cada vez más. Europa es su crisol, quiere volver a vivir allí. En sus cartas a Malraux escritas en los años 60, dio a conocer sus gestiones ante las autoridades mexicanas para ser nombrado agregado cultural de México en París. Esta esperanza no se concretará, ya que la ley del país reserva los cargos diplomáticos a los ciudadanos mexicanos por filiación.
No logrando reunir las condiciones para instalarse en Francia, Max Aub se esfuerza por multiplicar las oportunidades para permanecer allí. Cada uno de sus viajes a París le permite saciar su sed de teatros, cines y museos. Aub nutre su pasión por la pintura visitando galerías de arte y exposiciones temporales. Aprovechó estas actividades para escribir una serie de retratos de escritores y pintores que habían vivido y trabajado en París. A veces crónicas de la actualidad artística, a veces homenajes necrológicos cuando se entera de la muerte de escritores o artistas que ha tenido ocasión de conocer. Se hace con gusto «moralista-pintor», preparando los retratos de escritores – Aragón, Ilia Ehrenburg, Montherlant – y pintores como Bonnard, Chagall, Giacometti, Picasso, Tzara.
Periodista, escritor, Max Aub se hizo también «barquero de cultura» de una orilla a otra del Atlántico. Director de los servicios de radio televisión de la Universidad Autónoma de México a partir de 1961, estableció una colaboración fructífera con André Camp, director de los programas de lengua española de la RTF. Los dos hombres intercambiaron y difundieron numerosos programas radiofónicos sobre la literatura y la actualidad teatral parisina.
En México, Aub conoce a mucha gente en los medios políticos y culturales y se esfuerza por apoyar los proyectos que Malraux y su ministerio dirigen, asumiendo un papel de corresponsal particular del ministro. Esta posición no oficial le permite preservar una libertad de palabras y de tonos perceptibles en este extracto, donde se habla de la preparación de la Exposición francesa de octubre de 1962:
“Mi querido André, he visto al elegante Monsieur L.…, que parece no haber inventado nada, entre el inefable Conde Viau de Lagarde y el sutil Señor D… Me llamaron a última hora del último día para decirme que además de la gran exposición habría una participación cultural “con cuadros”. Dije: “¡Ah!” Dicho esto, hace seis meses pedí a los servicios del Sr. Sirol que me enviaran una copia del programa que yo había hecho en France III de la poesía mexicana contemporánea – en francés – que fue emitido, creo, el 7 de mayo. Todavía estoy esperándolo”.
En el momento en que esta exposición tiene lugar, Aub advierte a Malraux de la insatisfacción de los mexicanos sobre la calidad de los cuadros expuestos por Francia:
“Mi querido André, los mexicanos – ya sabes lo que quiero decir, se llaman a engaño (difícil de traducir), tienen la sensación de sentirse engañados… Porque habiendo expuesto lo mejor de que se disponía, (hemos enviado [sic] las joyas de oro de Montalbán, el verdadero Caballero águila, etc.) encuentran el conjunto insuficiente (hablo de cuadros, no de dibujos). La razón es simple: desde que las reproducciones – sobre todo en color – desempeñan el papel que tu sabes mejor que nadie, cuando se les anuncia la pintura francesa de 1860 a 1960, creen que deben encontrar el Olympia, si no el Entierro, Los Jugadores de Cartas, Guernica (que no es vuestro, pero no importa), El Almuerzo sobre la Hierba, etc. En general, usted debe tener en cuenta, no solo para aquí: resultado del Musée Imaginaire.
Durante los once años de las responsabilidades ministeriales de Malraux, Max Aub acoge en México a sus principales colaboradores, todos los cuales se hacen amigos de él. Geneviève de Gaulle-Anthonioz, testigo de algunos de los encuentros entre Aub y Malraux, nos dio su testimonio sobre la gran complicidad que unía a los dos hombres, véase una parte a continuación.
“Mi marido tenía que ir al festival de cine de Acapulco. En el aeropuerto había un grupo para darle la bienvenida porque era una figura oficial. Y luego, de espaldas, había un personaje que le decía con un aire conspirador: “Vengo de parte de André…”: era Max. A partir de ese momento mi marido llevó una doble vida: durante el día visitaba a las personas, los lugares donde se le recibía oficialmente. Y luego, por la noche, se reunía con un grupo de republicanos españoles, seducido por Max Aub. Dormíamos hasta tarde, en horarios españoles; También bebíamos mucho… y se hicieron amigos. Ellos continuaron por correspondencia. [… ]”
“Cuando Max Aub vino a París, nos vimos varias veces. Max Aub tenía en ese momento un puesto ideal para él ya que era director de la televisión escolar mexicana, que de hecho no existía… ¡Fue un sueño para él! Malraux lo recibió enseguida. Un día Bernard conoció a Pierre Lazareff, que le dijo: “Bernard quisiera preguntarle algo: hay un personaje totalmente desconocido para todos nosotros que ha comido varias veces con Malraux: varios periodistas lo han visto, pero no sabemos quién es. ¡Aunque Malraux parece muy contento al verlo! Se ríe, está encantado, se cuentan historias…”. Y ese era Max Aub.
En cada una de sus estancias en París, Max Aub visita a algunos libreros para remediar las deficiencias de su biblioteca y recuerda los buenos recuerdos de las casas editoriales. Buscando obstinadamente las posibilidades de ser leído en Francia, informa regularmente a Malraux de sus intentos de acercarse y convencer a los editores para que le publiquen. Colaborador de numerosas revistas editadas en el continente sudamericano, solicita a Malraux una o dos veces artículos o editoriales, pero André Malraux declina estas invitaciones, alegando que este tipo de escrito es inconciliable con sus funciones. Sin embargo, acepta que algunos de sus discursos sean traducidos y publicados por Max Aub. Así sucede con la oración fúnebre pronunciada por Malraux el 19 de diciembre de 1964 con ocasión del traslado de las cenizas de Jean Moulin al Panteón, oración que Max Aub publica en México en noviembre de 1965, en una revista titulada por él Los Sesenta, ¡Porque estaba abierta sólo a los escritores mayores de esa edad!
1965-1967: Sierra de Teruel, del cine al libro
En mayo de ese mismo año, Aub viaja a Francia para ser miembro del jurado del festival de Cannes y participar en la aparición de su Campo francés, guion escrito en 1942 para un proyecto de película ampliamente inspirado en la cruel experiencia que sufrió en Francia durante estos años negros (sus sucesivos internamientos en Roland Garros, en el campo del Vernet de Ariège, en Djelfa sobre el Alto Atlas argelino, mencionados en la primera parte de este artículo). Habiendo perdido toda esperanza de realizar dicha película, tiene al menos la satisfacción de ver el guion publicado en París, en versión española, por las ediciones Ruedo Ibérico, creadas en París por José Martínez, español exiliado en Francia.
En las semanas siguientes, Max Aub discute con José Martínez otro proyecto: la publicación del guion de la película Sierra de Teruel. Cuando Max Aub pide a Malraux su autorización, éste impone dos condiciones: que la edición aparezca únicamente en México y no en París, y que se edite únicamente en español. El ministro de Estado no parece dispuesto a ver su pasado de combatiente de la guerra de España aparecer en las librerías parisinas… La preparación del manuscrito reactiva los recuerdos de un rodaje realizado con la pasión y los sobresaltos del conflicto, y Max Aub anota, cuando en septiembre de 1967 cierra la maqueta del libro:
“Preparación de Sierra de Teruel. ¡Tantos recuerdos! Un auténtico flash back. Un trabajo como el que hicimos solo puede llevarse a cabo con entrega total. Trabajábamos sin reservas, obstinados, absortos, recurriendo al límite mismo del genio, esforzándonos a fondo, sin otra intención que la de hacer que todo quedara lo mejor posible. El más duro, Malraux. No nos contaminó: lo estábamos ya. […] Se puede ser lo que no se es, (ni Malraux ni yo éramos cineastas) si nos entregamos apasionadamente a lo que hacemos”. Cuando Malraux, unos días más tarde, recibe la edición del libro publicado por el editor mexicano Era, advierte a Aub con estas palabras lacónicas: “Bien recibido Sierra. Induce a soñar… hasta pronto. A.M.”
En ese mismo año 1967, Gallimard acepta publicar Últimas noticias de la guerra de España, obra que reúne una parte de los relatos-testimonio de Aub, sobre la guerra y su resultado – esta «Retirada» hacia Francia -: el exilio. Ningún otro libro será publicado en Francia en vida del escritor, muy a su pesar.
Mayo 1968 «visto» por Max Aub
Max Aub comprende la fidelidad y la admiración que Malraux profesa por el general De Gaulle: él mismo admira sinceramente al general, por su altura de miras y su capacidad de aplicar una política de tercera vía, «no alineada» con un bloque u otro. Tras el acceso de De Gaulle a la presidencia, intenta, a través de Malraux, obtener una entrevista con el general, en vano: “Respecto al general de Gaulle, nada que hacer, no da ninguna entrevista”, responde Malraux a su petición.
Mayo de 1968, este mes en que “las paredes tienen la palabra”, mientras que las fábricas y los teatros nacionales están ocupados, despierta la curiosidad de Max Aub. Intenta, desde su domicilio mexicano, descifrar el alcance de estos acontecimientos y anota sus reflexiones en su diario. El 31 de mayo escribe:
“Los obreros y los estudiantes “de izquierda” protestan, por todas partes, contra la decisión de De Gaulle de permanecer (¿qué otra solución le quedaba?) al frente del destino de Francia. No se dan cuenta de que si no hubiera sido así no serían ellos los dueños del juego sino un general del tamaño de Salan o Massu, con su deseo de quitarse la espina venenosa de Argelia. A pesar de todas sus maquinaciones, los comunistas se han dado cuenta claramente, y no hablemos de Guy Mollet.
Como las comunicaciones directas con Francia son escasas, Max Aub se esfuerza para obtener información por el consulado de Francia en México sobre las iniciativas y actitudes de su “amigo el ministro”, como suelen decir los amigos de Aub. El 7 de junio escribe:
“Sirol me cuenta sobre Malraux, en los Campos Elíseos, en la manifestación gaullista. “Está asustado”, me dice. No lo creo. Sorprendido sí, supongo. Creer firmementeque hemos trabajado en serio durante diez años y que, de repente, todo se desmorona sin una buena razón. Hablar unas horas con él me haría feliz”.
Al mes siguiente, habiendo recibido la copia del discurso pronunciado por Malraux el 20 de junio de 1968 en una reunión de la Unión para la Defensa de la República en el Parc des expositions, Aub le comunica sus reflexiones y le ofrece su interpretación de los acontecimientos ocurridos en Francia, con su habitual franqueza y agilidad lingüística que demuestra, obviamente, su excelente dominio del francés[xxi]:
“Querido André: para el discurso: habiendo visto las fotos, entiendo su reacción sobre la Sorbona-Huelgas; Pero aun así, no debería hacer de ello una historia. Por lo que respecta a la Universidad – y al sector audiovisual – sé algo: no saldremos de ello hasta dentro de un siglo. La humanidad se había acostumbrado a una guerra mundial: cada 25 años, ahora (la bomba) los de 40-50 no quieren dejar su lugar a los de 25. ¿De ahí la revolución? No del tipo comunista. Que las máquinas hablen. ¿Una «Francia tambaleante»? ¿Non? Inglaterra es peor, ¿y Oxford? ¿y Cambridge? Wimbledon, y aun gracias. No: es Gallimard contra Hachette. En fin, todos los que habían tomado el surrealismo en serio, Leiris o Aragón, además de sus jóvenes Max-Pol Fouchet y Compagnie. Está bien respecto a la literatura, no está mal visto fuera de Francia: “revolución cultural” más verdadera que la otra. El problema de la juventud no es un problema de revistas literarias. Obviamente hay que ir rápido en todo el mundo. Pero ¿qué? Por lo demás, te conviertes en un profeta. Bueno, ya nos acostumbraremos. […] Volveremos a hablar de ello, espero, con un poco de aire fresco”.
De Max Aub al Max Torrès presentado por Malraux…
El contexto y el tono de estas observaciones, alimentadas por la ironía y la vivacidad que Max Aub muestra en todos los debates con sus amigos, nos conduce hacia el personaje que Malraux hace entrar en su oficina ministerial el lunes 6 de mayo de 1968 en el tercer capítulo de La Corde et les souris. Este Max Torrès, visitante entre otros «Huéspedes de paso», ¿no esconde a Max Aub? En su introducción al tomo Le Miroir des limbes de la nueva edición de las obras completas de Malraux en la Pléyade, Marius-François Guyard observa que, además de esta identidad de los nombres, el visitante hace entrar con él el pasado español de Malraux. De hecho, hay muchas pistas para desenmascarar a Max Aub detrás de este visitante… Evocando su itinerario de exiliado, de profesor desarraigado, Torrès sugiere que su destino se asemeja al de Max Aub cuando afirma: “¡por su culpa [Hitler] estoy obligado a pensar que soy judío! ¡Pero no me importa!” o que confiese sentirse como los estudiantes que se manifiestan en las calles de París, “desorientado” aunque tenga el recurso de recurrir al exilio. A estas observaciones de Torrès se añaden las del narrador que observa que su visitante es “sensible a los cumplidos como antes – solo a propósito de España, ya que no tiene ninguna vanidad” y que ha iniciado unas Memorias pero no las ha continuado. ¿Y cómo no pensar en Aub cuando el narrador toma nota de la necesidad de pensamiento, de interrogación de su amigo Max, añadiendo que “la guerra civil hizo [de él, el emigrado] un pasado”? A estos indicios relativos al itinerario y a la personalidad de Torrès se añade un indicio relativo a la lengua del visitante, que marca sus intervenciones con la expresión “puro y simple”. Su reiteración – no menos de diez veces a lo largo de las páginas de este diálogo – suscita por parte del narrador este comentario: “Estudió en Francia, y su falta de acento aumenta la rareza de esta locución, que ya empleaba en España”. Esta observación se aplica totalmente a Max Aub, que en una lengua francesa hablada con un total natural – era, recordémoslo, su lengua natal – dejaba aflorar esta expresión: “Pura y simplemente” surgida de la lengua española.
Sin embargo, este “Torrès” cuyo patronímico nos recuerda el de Jusep Torres Campalans, antes mencionado y que fue sin duda el libro que Malraux prefirió, no es Max Aub, quien en mayo de 1968, lo hemos observado, se encontraba en México y no en la oficina de Malraux. Otros indicios impiden asimilar a los dos Max: Aub nunca fue “un joven judío anguloso con ojos brillantes”; nunca emigró a Berkeley y no fue ni psicoanalista ni especialista en química del cerebro; no fue herido durante la Guerra de España ni tampoco condenado a muerte después. Max Torrès es un personaje compuesto por Malraux, como Jacque Méry, el Bonze u otros, mezcla de realidad y ficción. Por lo tanto, no se pueden asimilar completamente los dos Max como propone Marius-François Guyard en el índice de la Pléyade que acompaña su notable introducción. Porque si el nombre de Max Torrès se cita tres veces y el nombre «Max» vuelve en diecisiete ocasiones, Malraux alude a Max Aub una sola vez en las primeras líneas de este capítulo, disociándolo así del diálogo novelesco que luego entabla con Max Torrès.
Los vínculos de la historia vivida en común y la influencia de la escritura
Para Aub la obra novelesca de Malraux – escrita, recordémoslo, entre 1928 con Les Conquérants y 1937 con L’espoir, si se exceptúa La Lutte avec l’ange publicado en 1943 – es una referencia, si no un modelo, para la tarea que se ha asignado: «rendre compte» dar cuenta de la guerra de España, de sus terribles acontecimientos y de sus trágicas consecuencias. A lo largo de más de treinta años de exilio, Aub no deja de completar un inmenso reportaje, una larga crónica de la aniquilación de la República española. Para Max Aub el testigo, las novelas de Malraux, La Condition humaine, L’Espoir son precisamente reportajes ejemplares, en los que la ficción se pone al servicio de lo real, siendo este más verdadero por el hecho mismo de la fuerza de esta ficción. Como Malraux es en estas novelas, Aub quiere ser escritor de esta épica trágica, quiere ser escritor directo, a la vez testigo y actor de esta. Al igual que Malraux, Aub quiere que sus personajes compartan sus debates ideológicos, sus dudas y sus convicciones sobre la imperiosa necesidad de la acción.
Siempre que, en las páginas de su diario, en sus escritos críticos sobre la literatura, o incluso en sus correspondencias, Aub alude a los escritores a los que se siente vinculado, menciona a André Malraux. Así, en una carta escrita en enero de 1949 a Roy Temple House, profesor estadounidense que publica la revista Books Abroad y en la que este profesor aludió al existencialismo de Max Aub y de sus personajes, escribe:
“Me siento mucho más conectado con otro movimiento de las letras contemporáneas, más claro y más normal – y, si quieres, heroico -[… ] donde se encuentran personas tan diferentes en apariencia, como son, por ejemplo: Hemingway, Malraux, Ehrenbourg, Koestler, Faulkner, O’Neill. Personalidades que, a pesar de sus esfuerzos, no pueden ir más allá de reflejar su época”.
Sin embargo, Aub relativiza la influencia directa que Malraux pudo ejercer sobre su escritura: en páginas autobiográficas redactadas en 1953 escribe: “¿Qué influencia tuvo Malraux sobre mí? Me resulta difícil decirlo, creo que es más personal que literaria”. Y en mayo de 1967, en una serie de entrevistas con André Camp difundidas por France-culture, declara:
“Sigo siendo un gran admirador de Malraux y Aragón y un gran amigo de Malraux y Aragón y sigo creyendo que son dos de los más grandes escritores franceses. Ahora, evidentemente, estoy más cerca de Malraux que de Aragón, porque soy novelista y creo que Malraux ha escrito algunas de las novelas más importantes de nuestro tiempo, entre otros sus libros sobre el arte. Puede que no esté de acuerdo, pero creo que son más novelas que libros de arte”.
Esta admiración y este reconocimiento del valor ejemplar de las novelas de Malraux se acompaña de una mirada crítica sobre las obras publicadas posteriormente por éste. Cada nuevo libro recibido de su amigo alimenta a veces las páginas de su diario, a veces las cartas que dirige a Malraux. Cuando recibe las Antimémoires las recorre con pasión, porque le proporcionan materia de reflexión sobre las memorias y sobre la imposibilidad, según él, de escribirlas: porque el hombre no puede decir toda la verdad de su vida, sino sólo una parte. Aub decidió, por otra parte, no escribirlas, no dando curso a las propuestas de los editores. Para él lo importante no es escribir sus memorias, sino dejar huella “para la memoria” de lo sucedido. La introducción de Malraux suscita sus reflexiones:
“Las memorias son recuerdos de cosas mortales; las Antimémoires se refieren a obras inmortales, el paso de un hombre a través de las ruinas acumuladas durante cincuenta o sesenta siglos. No hay memoria de ultratumba. Las antimemorias de Malraux no son sino su cuaderno de viaje a Oriente – con extractos de libros agotados (Les Noyers de l’Altenburg, que “no serán reeditados”) -, con un prólogo fulgurante (como el del Temps du mépris). Su paso por el Mediterráneo – Italia, Egipto -, por el Mar Rojo, su vuelo en Saba, Adén. Supongo que lo que sigue lo lleva naturalmente a la India, a Indochina, a China, con todo lo que, a sus sesenta y cinco años, resurge de su juventud y de su madurez. […] Tal como es: Malraux por sí mismo. Es decir: se aleja unos metros y se mira. Emocionante por la inteligencia… Nada nuevo para mí, y mucho menos lo que desconcierta a los demás: los saltos en el tiempo y los lugares. Así es como es él.
Cuando en 1971 recibe Les Chênes qu’on abat, obra de entrevistas entre Malraux y el general De Gaulle, Max Aub prosigue su diálogo crítico con André Malraux y le escribe:
En las Antimémoires, (hablo de literatura), los retratos de Nehru y de Mao eran más profundos, precisos, sorprendentes que el del General. Era, después de todo, bastante comprensible: no tenías que volver. Me dirás “no es una novela”. Vale. Dices que La condición es un reportaje, vale, y Guerra y Paz es un libro de historia. Te escribía que Les Chênes daban al General un retrato mucho más en relieve que el del Tomo I. Un retrato llamativo, sobre todo por la mañana (con las ventanas y la nieve). Para el almuerzo, yo estaba allí y lo encontré alegre como, supongo, todos tus lectores. Y no es fácil, lo sé. (Ya hablaremos de eso, espero). Voy a leer: ¿Entiendes? Estas no son las conversaciones (de todos modos, la muerte, además, aquí), es el físico si quieres. Has pasado de la pintura a la escultura (sobre madera). Es difícil seguir hablando de eso. Pero no he leído nada desde hace mucho tiempo que se acerque a tu libro. Yo que me olvido de todo y, de inmediato, no puedo borrar en ningún momento aquella oficina y a ustedes dos.
1972: el reconocimiento y el último encuentro
Después de ser nombrado el 1 de julio de 1966, Max Aub se entera, en enero de 1972, que ha sido proclamado Comendador de la Orden de las Artes y las Letras. El 24 de enero, el embajador de Francia en México, Javier de la Caballería – que antes de ser embajador de Francia en México había sido director del gabinete del general de Gaulle – organiza una ceremonia oficial para entregar a Max Aub su enseña de comendador. En su discurso de recepción, Aub sintetiza las etapas de su destino en algunas fórmulas que combinan humor y seriedad, consciente de que debe esta distinción honorífica más a la fidelidad atenta de Malraux que a un conocimiento de su obra por parte de la sociedad francesa.
Unos meses más tarde Aub, en el camino de regreso a México después de su segundo viaje a España, hace escala en París para plantear a Luis Buñuel algunas preguntas que quedaron pendientes en la redacción de su libro en curso. El 20 de junio, se encuentra con André Malraux y anota en su diario:
“Almuerzo con Malraux. “Ay, éstas fueron…”. Tristeza infinita. ¿Va a seguir escribiendo? Él dice que sí. No, no lo creo. En el restaurante, al fondo, Dalí. André Malraux dice que Skira va a publicar un capítulo de las Antimemorias y veinte, cincuenta metros más lejos Luis Buñuel filmando. Sordo, pero filmando, muy concentrado: feliz con una pantalla de televisión que reproduce la imagen que la cámara está grabando, parece un niño: – Mira, mira. ¡Eso sólo se encuentra en Francia! – ¿Es verdad? – Ya no estamos en ello. ¡A su salud, señor! Y Pablo Neruda muriendo en su embajada, en caso de que faltara alguien en este cuadro”.
En estas pocas líneas, conmovedoras, se siente la nostalgia de la despedida, púdica, contenida, pero presente. Aub presienten que el fin, el suyo, el de sus amigos, se acerca… Morirá brutalmente unos días más tarde, el 22 de julio de 1972.
Malraux visto por Max Aub: boceto de un retrato inacabado
Dejemos que Max Aub concluya esta evocación, incompleta, de la gran amistad que unió a los dos hombres. El texto que sigue y que tiene por título “André Malraux, portrait”, ha sido publicado recientemente en España en una obra titulada Cuerpos presentes[xxii], libro que recoge artículos escritos por Aub en diversos periódicos y revistas mexicanas. Ya lo hemos traducido.
No siempre se puede evitar ser perseguido por los dioses. Byron no pudo, quizás porque cojeaba. Para alguien bien constituido, los dardos son otros.
Rápido. Seguro de sí mismo. Atravesado de tics nerviosos, un tanque lo persigue, se da la vuelta, se esconde, dispara, lo destruye. En ese momento aparece otro; dos, diez. Muere, pero los detiene. En el fondo, miles de hombres desfilan desnudos, cargados de cadenas, caminando hacia la esperanza.
Se arriesga, se pone en peligro, se expone, se aventura, con la crencha en la frente. Determina, explica, forja la realidad: esto es así, esto es así, esto es de otra manera y para otra cosa. Lo importante es luchar contra el destino. Vencer. Conquistar. Todo puede ser conquistado.
– Y el resto no importa.
Levanta la mano, aleja la estupidez, endereza su mechón en la frente, hace un guiño involuntario.
Nunca se preocupó por aquellos que no lo entendían.
Este rey Lear caminando por el campo, sin pelo, tentando fortuna y suerte, llevando la vida al escenario.
Vale la pena arriesgar la vida si se puede contar, porque si no se puede – dijo el señor de la Palisse – no tiene remedio.
La vida, a cualquier precio, es barata, pero hay que ir a buscarla; Es difícil que venga a lamerte los pies.
Y Ministro. ¿Dónde se ha visto algo así? Cualquier cosa humana le es extraña, excepto el arte o, para decirlo de otra manera, los demás pueden tener la impresión de que todo lo que no está en el campo del arte le es ajeno: él es el arte hablado, escrito, pintado o esculpido.
Endereza su mechón.
Ha pasado por las pruebas más crueles, perseguido por los reveses de la adversidad. Dio el más alto valor a la vida y perdió mucho. Su manera de expresarse escapa a lo ordinario, hace confrontarse los conceptos, dejando la comprensión al libre albedrío de cada uno, cruzando constantemente los límites, obligando a los que siguen su pensamiento a dar grandes pasos.
Amar los precipicios, con la única herramienta de memoria; él no buscó los naufragios, se ofrecieron a él. [… ]
Hizo más que cualquier otro, porque tenía los medios a su alcance; pero él los aprovechó como pocos. Todo hace suponer que se lo agradeceremos. No le importará mucho: es lo suficientemente inteligente para saber lo que se puede esperar de los hombres.
Y la fraternidad. Y la soledad, que no son antitéticas.
La vida y la obra de Malraux son solidarias, como las de Byron, Schiller, Camus y Mauriac, y otros cien escritores. No es el caso de muchos escritores del siglo XIX ni del de Stendhal, ni de Balzac, ni de Baudelaire, por ejemplo. Es curioso constatar que, por regla general, los románticos no transformaron su vida en obra en viceversa, sino que, a lo sumo, tan convencidos estaban de la capacidad de su imaginación, que cuando viajan se contentan con tomar – y publicar – notas. Que la solidaridad entre las obras y los hechos no es indispensable por su calidad está claramente demostrado – en Francia – por Aragón, Montherlant o incluso Claudel. Es una amalgama innecesaria. Sin embargo, por lo demás, cuenta. Y el resto, aunque solo sea la Historia (con H mayúscula) deja un testimonio.
Deseo que este artículo y los acontecimientos previstos en 2003 para honrar su centenario contribuyan a un mejor conocimiento de la trayectoria y de la obra de Max Aub, ambas tan emblemáticas de los terremotos del siglo XX, cuyos estruendos se hacen oír aún en la actualidad de estos días. No, la historia no ha terminado.
Gérard Malgat.
Villiers-le Bâcle, 12 de febrero de 2003
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[1] Traducción, notas e imágenes: Antoni Cisteró
[i] Artículos publicados en Présence d’André Malraux nº 1 (2001) y nº 3 (2003). Traducción de Antoni Cisteró.
[ii] Muchas de las citas y referencias forman parte del libro: MALGAT, Gérard (2007) Max Aub y Francia, o la esperanza traicionada. Sevilla, Ed. Renacimiento (Biblioteca del exilio), a su vez extracto de la tesis doctoral del autor, en la Universidad Paris X Nanterre, presentada el 1 de julio del 2002.
[iii] Serie de seis entrevistas de veinte minutos cada una, titulada “Combats d’avant-garde: les souvenirs de Max Aub recueillis par André Camp”. France Culture, 29 y31 de mayo y 2,5,7 y 9 de junio de 1967. (Institut National de l’Audiovisuel. Paris).
[iv] Para mayor detalle y ajuste de fechas, ver: https://www.visorhistoria.com/el-vuelo-de-malraux-2/
[v] Abundantes detalles e imágenes en: NOTHOMB, Paul (2001). Malraux en España. Barcelona, Edhasa.
[vi] En su cabecera, durante 1936, se definía como “Diario político de unificación, editado por los partidos comunista y socialista”. A partir de mediados de 1937, quedó solo en comunista.
[vii] Su última operación consistió en la protección de los fugitivos de Málaga en lo que se ha venido a llamar “La Desbandá”. Ver: https://www.visorhistoria.com/la-desbanda-y-la-escuadrilla-malraux-2/
[viii] AZNAR SOLER, Manuel (Ed.) (2018) II Congreso Internacional de Escritores para la defensa de la Cultura. Valencia, Inst. Alfons el Magnànim. Ver también: https://www.visorhistoria.com/congreso-expo/
[ix] MALRAUX, André (1996). L’espoir. Paris, Gallimard. En español: La esperanza. Madrid, Ed. Cátedra, 1995.
[x] AUB, Max (2002) Hablo como hombre. Segorbe, Fundación Max Aub. Página 156.
[xi] Para mayor detalle del papel de Max Aub en el rodaje de Sierra de Teruel, ver vídeo de la conferencia de Antoni Cisteró en la UAM. https://www.visorhistoria.com/max-aub-lhomme-a-tout-faire/
[xii] MARION, Denis (1970). André Malraux. Paris, Seghers, con abundantes imágenes. También: MARION, Denis (1996). Le cinéma selon André Malraux. Paris, Les cahiers du cinéma.
[xiii] AUB, Max (1998) Diarios. Barcelona, Alba editorial. Página 187.
[xiv] AUB, Max (1989). André Malraux et le cinéma. En Sierra de Teruel, cincuenta años de esperanza. Valencia. Archivos de la Filmoteca, Año I, nº 3. Página 24.
[xv] Borrador de una carta de André Malraux a José Bergamín, fechada el 25 de diciembre de 1939. Biblioteca Jacques Doucet, París.
[xvi] MALGAT, Gérard (2013). Gilberto Bosques -La diplomacia al servicio de la libertad, Paris-Marsella (1939-1942). México. Vanilla Planifolia, SA y Consejo nacional para la Cultura y las Artes.
[xvii] MALGAT, Gérard (ed.) (2010). André Malraux y Max Aub. Cartas, notas y testimonios (1938-1972). Lleida, Pagès Editors. (Traducción d’Antoni Cisteró).
[xviii] AUB (2002): 109
[xix] MALGAT (2007): 143
[xx] Texto completo en: Archivos de la Filmoteca. I.3. (1989). Página 34
[xxi] MALGAT) (2010) : Página 118.
[xxii] AUB, Max (2001). Cuerpos presentes. Segorbe, Fundación Max Aub. Página 199