En la narración LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL, se relata el ajetreo que vivió André Malraux durante las primeras semanas que siguieron al golpe de estado de Franco contra la II República. Aquí, ampliando el foco (vocación de esta web), procederemos a exponer la situación en la embajada de España en París, puesto que era un elemento clave en todas las negociaciones.
Malraux, después de desplazarse a Madrid los primeros días para hacerse cargo de la situación, regresa a París con la intención de organizar una escuadrilla de combate aéreo para apoyar al gobierno legal de España. Para ello debía proceder a la adquisición de aviones (él o los enviados de la República), a la contratación de las tripulaciones y personal complementario, así como el armamento preciso. Y todo ello, en un ambiente de urgencia máxima y una parte de la opinión pública (y del gobierno de Blum) en contra. ¿Qué estaba pasando en la embajada en estos primeros días posteriores al levantamiento militar? Hagamos un breve preámbulo.
Después del triunfo del Frente Popular en 14 de abril de 1931, todo estaba por hacer. Hubo una cascada de leyes y decretos que intentaban adaptar el funcionamiento de la administración a los nuevos tiempos. Al contrario que en el ámbito judicial[i], en la diplomacia sí se dictaron normas de inmediato. Ya solo una semana después, en un decreto de Presidencia del gobierno se declaraban en suspenso “los preceptos de las leyes y reglamentos de las carreras que dependían de la misma”. Era una secuela del decreto de constitución del gobierno de 15.4.1931 que propugnaba extender el alcance de las disposiciones que se fueran promulgando a todos los cargos de carreras dependientes de Presidencia, para conseguir que en todo momento contara el Gobierno de la República con personas completamente compenetradas con las ideas que inspiraban la actuación internacional de dicho Ministerio. ¿Dieron sus frutos tales decisiones?
Sea por falta de tiempo en adaptar las estructuras y el escalafón, sea por el efecto del bienio negro de gobiernos derechistas (noviembre 1933-febrero 1936), la respuesta es que, al menos en París, no. En tal periodo hubo seis ministros de Estado, paralizándose las reformas iniciadas en 1931. “En esta etapa ya no se nombraron a destacados intelectuales, sino a diplomáticos de dudosa fidelidad republicana o a candidatos cuyos méritos respondían a las prácticas clientelares del PRR”[ii], como posiblemente fue el caso de Juan Francisco de Cárdenas, nombrado en 1934 como embajador en París. No llegó a tiempo la reforma que quería promover el proyecto de ley de bases para la reorganización de la carrera diplomática de mediados de junio de 1936[iii].
Al suceder la sublevación militar, Juan Francisco de Cárdenas Rodríguez de Rivas[iv] se mantuvo en el cargo hasta el día 23 en que dimitió de su cargo. Durante estos primeros días aprovechó el desconcierto reinante para boicotear en lo posible las primeras gestiones de compra de armamento hechas por la República, siendo secundado en ello por buena parte del equipo de la embajada, como el ministro consejero Cristóbal del Castillo o el agregado militar, teniente coronel Antonio Barroso. Cárdenas permaneció todavía una semana más en París, para entorpecer en lo posible las operaciones de compra y de relaciones institucionales, para luego trasladarse a Estados Unidos, donde ejerció de “representante del Gobierno Nacional”, con sede en el hotel Ritz-Carlton de Nueva York[v].
Ya el día 20 de julio, el presidente de la República, Giral, había remitido un telegrama al presidente francés Blum, en que decía: “Nos hemos visto sorprendidos por un golpe militar peligroso. Ruego disponga ayuda armas y aeroplanos. Fraternalmente. Giral[vi]. La reacción fue rápida, considerándose a Francia el país con mayores probabilidades de apoyo, dado que también era gobernado por un Frente Popular. Y ello a pesar de que en 48 horas se habían sucedido tres presidentes del Consejo de Ministros de la II República: Santiago Casares Quiroga[vii], que como presidente y ministro de la guerra había despreciado y minimizado el riesgo del golpe de estado que se presagiaba; Diego Martínez Barrio, que le sucedió interinamente en calidad de presidente de las Cortes y que duró solo unas horas, y el citado José Giral Pereira[viii], a la sazón ministro de Marina.
Para materializar la petición, dos enviados llegaron a París al día siguiente. Ismael Warleta y Juan Aboal eran portadores de un pedido de veinte aviones Potez, debidamente equipados, 1000 fusiles, 50 ametralladoras Hotchkiss, 8 cañones de campaña Schneider de 75 mm, con sus correspondientes municiones[ix]. Dicha gestión se vio entorpecida ya de entrada por el equipo de la embajada, que no solo retrasaba trámites, sino que filtraba la información a la prensa de derechas. Su labor de zapa fue secundada por gran parte de la cúpula del ministerio de Exteriores francés.
Uno de los efectos más visibles de tal deshonrosa acción fue el de la filtración de las gestiones iniciales de la República a la prensa de derechas, que realizó una intensa campaña en contra de ayudar al gobierno de España. Por ejemplo, L’Action française de 22.7.1936[x] afirma que:
« Los franceses prohíben al gobierno del judío Blum de dárselo (dinero, fusiles, cañones…) Si los sublevados salen victoriosos, serán el gobierno español del futuro… Si pensaran que los fusiles y los aviones franceses sirvieron para retrasar el éxito de los que quieren liberar un gran número de españoles, nunca se lo perdonarían a Francia”
Con la dimisión, el 23 de julio, de Cárdenas, acompañada por una rueda de prensa de Castillo y Barroso en la que anunciaron también su salida (aprovechando para denostar a la República y filtrar datos de las gestiones en curso), el gobierno español reaccionó llamando urgentemente a dos intelectuales: Fernando de los Ríos, que estaba en Ginebra de vacaciones, y a Luis Jiménez de Asúa, que fue desde Estocolmo donde asistía a un congreso[xi]. Ambos, junto al cónsul general, Antonio Cruz Marín, que había permanecido fiel a la República, intentaron paliar el daño causado. Esta interinidad duró cuatro días, hasta la llegada del nuevo embajador, Álvaro de Albornoz, que viajó el día 27 desde Madrid en el mismo avión en el que regresaba también André Malraux, acompañado por su esposa Clara y pilotado por Édouard Corniglion-Molinier. Cabe imaginar la intensa conversación entre ambos durante el vuelo[xii].
Para desgracia de la República, ya se empezaba a gestar la No-Intervención[xiii]. El presidente francés, Léon Blum, y algunos ministros, en especial el del Aire, Pierre Cot, y su colaborador, el futuro mártir de la Resistencia, Jean Moulin, los tres amigos de Malraux, eran partidarios de dar la ayuda solicitada, en especial la correspondiente a pedidos ya cursados de antemano. Pero el ministerio de Exteriores, con
Yvon Delbos al frente y el influyente diplomático y poeta Marie-René-Alexis Saint-Leger (cuyo seudónimo era Saint John Perse), ayudados por la prensa derechista, pusieron todos los escollos posibles al suministro de armamento a España, hasta la firma del tratado, el 8 de agosto. Así pues, la ayuda recibida por la República, en parte con la colaboración de André Malraux, tuvo que materializarse en solo dos semanas.
Desde luego, los problemas no quedaron ahí. Ante la urgencia y desorganización en la embajada, se procedió a contactar con todo tipo de posibles proveedores. Sirva como apunte lo que dice de ellos el nombrado embajador de la República en Londres, que estaba entonces aún en París, Pablo de Azcárate:
“ofrecía un espectáculo indescriptible, convertida en un verdadero Oriente, un auténtico bazar en el que personas de las más diversas nacionalidades y cataduras entraban y salían a todas horas del día y hasta altas horas de la noche, ofreciendo toda clase de armas, municiones, aeroplanos… ¡Cuántas veces Fernando de los Ríos y yo tuvimos que padecer la angustia de no saber si una oferta era seria y merecía ser considerada o era simplemente otro vil intento de estafarnos”[xiv]
Si el alud de ofertas de todo tipo, no todas honestas, era un problema, no lo era menos la cantidad de personajes de todo pelaje que se atribuían el papel de compradores. Veamos que nos dice Jiménez de Asúa al respecto:
“Una avalancha de individuos y comisiones de Madrid y provincias que exigen, provocan, insultan y sobre todo distraen nuestra atención y roban nuestro tiempo. Todos creen poder comprar armas. Que se les entregue dinero y ya veremos. Y muchos reciben dinero y se van para volver al cabo de días o semanas con menos dinero. Algunos volvieron de largos viajes habiendo comprado unas cuantas tiendas de campaña viejas, algunas cantimploras o algún pedazo de hierro viejo[xv]”.
Incluso en el caso de efectuarse alguna compra, tal dispersión de peticiones se traducía en un aumento de precios. En pocos días, en Bélgica, el precio de los cartuchos pasó de 0,55 francos a 1,25.
Tal desbarajuste se mantuvo durante el mes que nos ocupa (el primero de guerra), y se intentó paliar con dos decisiones: los compromisos con una tal Societé Européennee d’Études et d’Entreprises, y la constitución de una comisión de compras, que se estableció en París la segunda quincena de agosto. Era necesario un mínimo control sobre el empleo de los diversos envíos de oro que se realizaban a toda prisa desde España, y que algunos autores calculan de un valor de 159 millones de francos, solo en el periodo entre el 31 de julio y el 12 de agosto[xvi]. Cifras difundidas malintencionadamente por la prensa de derechas, informada por los topos que quedaban en la embajada, o compradores sin escrúpulos.
Los tres contratos firmados por el embajador Albornoz con la Societé Européennee d’Études et d’Entreprises el 8 de agosto, día clave al acordarse también la No Intervención (y el día que Malraux volaba a Barcelona con lo que había podido agrupar para formar la Escuadrilla España) implicaba: “centralizar todas las ofertas, dar encargo a los abastecedores, cuidar de la conformidad de los envíos, etcétera… para lo cual recibiría un 7,5 % sobre la totalidad de la factura establecida”[xvii]. El resultado de tal colaboración no fue el deseado, dada la existencia de otros acuerdos de la misma empresa que fueron ocultados a las autoridades españolas. Ello acabó al percatarse el nuevo embajador Luis Araquistáin de los déficits legales y de gestión, por lo que se decidió un arbitraje que decidió limitar el alcance de las comisiones.
No solo eran las compras. Durante este primer mes, la gestión de la embajada, con constantes llegadas y salidas de personal, tuvo que afrontar infinidad de problemas, tanto respecto a la labor de los franquistas residentes en Francia como de relación con las autoridades del país, para lo cual no fue ninguna ayuda que el propio embajador no dominara su idioma. En lo referente a adquisiciones, el grupo que formó la comisión de compras, llamada oficialmente Servicio de Adquisiciones especiales, estaba inicialmente ubicada en la Oficina Comercial de España en París, en el 27, av. George V; fue dirigida por Asúa y De los Ríos, encargo que asumió posteriormente Alejandro Otero, y contaba con varias secciones: Corpus Barga, con André Malraux y Aboal (Warletta había regresado a España el 27) y Riaño como asesores, Sanidad y Alimentos con Madinaveitia y Vargas Castro, Personal, con Nolla, Lavart Giral y Giménez, y la de Armamentos y transportes, con el propio Otero junto con Echevarría, García Larache y Azcárate, asesorados por Bolaños y el coronel Monreal. De la clave se ocupaba un tal Díez, hombre de confianza para las actividades bancarias[xviii]. Fue disuelta a finales de 1936, con un demoledor informe de Indalecio Prieto, que afirmaba que el único logro había sido “provocar el alza de precios”[xix].
A pesar de tanto desbarajuste, y a un costo exorbitante, se consiguieron compras importantes, aunque no suficientes para permitir a la República dar la necesaria réplica a las tropas rebeldes. Dado que los aviones eran las piezas de mayor valor, nos centraremos en ellos, siempre en esta primera etapa, señalando en lo posible su relación con la futura escuadrilla de André Malraux.
A finales de julio, Corpus Barga acompañó a Aboal al Office Général de l’Air ya que tuvo noticia de la existencia de un lote de catorce cazas Dewoitine destinados a Lituania y cuyo pedido se había anulado. También existía otro lote de seis Potez recién terminados para una escuadrilla francesa y que podían adquirirse. Allí se reunieron con Malraux, el capitán Corniglion-Molinier y Faraggi, administrador delegado de Potez y amigo íntimo de Pierre Cot… Gracias a la ayuda prestada por estos colaboradores, especialmente Malraux -quien contaba con amistades tanto en el Ministerio del Aire como en el Gobierno- pudieron adquirirse todos los aviones y obtener, tras mucho forcejeo, las autorizaciones correspondientes de los Ministerios del Aire y de Negocios Exteriores para poder sacarlos de Francia…
El pedido, con el permiso de exportación firmado por Corpus Barga, a nombre de un tal “Andrés Ramírez. Calle Fomento, 21. Madrid”, y aún teniendo en cuenta que los aviones no iban equipados para la lucha, y que tampoco se incluían las comisiones que hubiera, se calcula que ascendió a unos 478.000 francos por Dewoitine y 945.000 francos para los Potez, lo que daría un total de más de 12 millones de francos[xx].
Los primeros aviones comprados, empezaron a partir el día 4 de agosto, recalando en Toulouse, donde aún sufrieron algún retraso, no despegando hacia España que el mismo día del acuerdo de No Intervención, el 8 de agosto. Fueron 13 Dewoitine 372 (uno, pilotado por Halotier, se averió cerca de Tarbes, no llegando a España hasta el 5 de noviembre) y 6 Potez 54[xxi]. La información en la bibliografía nos permite contrastar en parte el nombre de los pilotos, viendo que la mayoría pilotaron el día 4 y también el día 5 o 6 (habiendo, por lo tanto, regresado a París). Cabe reseñar que en uno de los Potez, pilotado por Corniglion-Molinier, viajó también André Malraux. Entre los pilotos, algunos nombres corresponden a pilotos de la escuadrilla: Dary, Guidez e Issart[xxii].
El 14 de agosto, los pilotos Dary y Gouinet, abatieron ya dos aviones italianos, y el 17 los Potez bombardearon la columna Yagüe en Medellín, retrasando el avance franquista hacia Madrid[xxiii]. Se completaba así un mes frenético, difícil de comprender casi un siglo después.
[i] ARÓSTEGUI, Julio (2010) De lealtades y defecciones. La República y la memoria de la utopía. En: VIÑAS, Ángel Al servicio de la República -diplomáticos y guerra civil-. Madrid, Marcial Pons, Página 43.
[ii] GONZÁLEZ CALLEJA, Eduardo et al. (2015) La Segunda República Española. Barcelona, Ed. Pasado¬Presente. Página 257.
[iii] DSC, nº 45, 16-VI-1936. Apéndice 10. (https://app.congreso.es/est_sesiones/) “esta ley, cuyas disposiciones tratan de imprimir un sentido verdaderamente democrático a la carrera, nutrido con la esencia del espíritu en que se basa la Constitución de la. República”.
[iv] https://www.mcnbiografias.com/app-bio/do/show?key=cardenas-y-rodriguez-de-rivas-juan-francisco-de
[v] REY GARCÍA, Marta (1996) Fernando de los Ríos y Juan F. de Cárdenas: dos embajadores para la Guerra de España (1936-1939), en REDEN: Revista Española de Estudios Norteamericanos, Nº 11, página 140.
[vi] HOWSON, Gerald. (2000). Armas para España. Barcelona, Península. Página 40.
[vii] https://dbe.rah.es/biografias/11123/santiago-casares-quiroga
[viii] https://www.biografiasyvidas.com/biografia/g/giral.htm
[ix] HOWSON (2000). Página 43.
[x] Texto casi idéntico al día siguiente en L’Écho de Paris, en su primera página.
[xi] MIRALLES, Ricardo (2010). El duro forcejeo de la diplomacia republicana en París. En: VIÑAS, Ángel Al servicio de la República -diplomáticos y guerra civil-. Madrid, Marcial Pons, Página 125
[xii] MIRALLES (2010). Página 126.
[xiii] GRELLET, Gilbert (2017). Un verano imperdonable -1936: la guerra de España y el escándalo de la No-intervención. Madrid, Guillermo Escolar editor. Recomendable la lectura de todo el libro sobre el tema.
[xiv] Citado en CAMPOS, Miguel I. (2022). Armas para la República. Contrabando y corrupción, julio de 1936-mayo de 1937. Barcelona, Crítica. Página 99.
[xv] Citado en CAMPOS (2022), página 111.
[xvi] VIÑAS, Ángel (2006). La soledad de la República. Barcelona, Ed. Crítica. Página 116.
[xvii] Texto del acuerdo marco en: OLAYA, Francisco (2004). El expolio de la República. Barcelona, Belacqva Ed. Anexo 1, en la página 461.
[xviii] CAMPOS (2022). Página 106.
[xix] CAMPOS (2022). Página 123
[xx] HOWSON (2000). Página 77, con referencias a las fuentes.
[xxi] HOWSON (2000). Apéndice I, página 355 y ss.
[xxii] THORNBERRY, Robert S. (1977). André Malraux et l’Espagne. Ginebra, Lib. Droz. Apéndice I. Página 207 y ss.
[xxiii] Mundo obrero, 18.8.1936 Primera página.
Gracias por toda esta investigación