Texto del artículo de Vicente Ferrer Ripollés, aparecido en Nuestros Pueblos: Viver. El autor ha tenido la gentileza de autorizar su publicación en VISOR HISTORIA. Si estamos a punto de conmemorar los 50 años de ausencia de Max Aub, este escrito de hace 25, nos renueva el aprecio hacia el escritor, que supo como nadie entreverar historia y narración, aportando todo el aroma de una época ya distante.
Al comienzo de los años ochenta llegó a mis manos un libro editado por Ediciones Alfaguara SA de un tal Max Aub, titulado “Campo cerrado”. El primer capítulo de la primera parte lleva por título “Viver de las aguas”.
Una lectura tranquila y sosegada de estes capítulo nos permite trasladarnos en el tiempo e imaginar a los habitantes de Viver embargados por los sentimientos y sensaciones previas al inicio de su fiesta más popular “el toro de fuego, el toro embolado”, “…En lo más remoto de su memoria Rafael López Serrador no halla un recuerdo más viejo de su niñez. Es esa su imagen más cana: el momento en el cual, por las fiestas de septiembre, van a soltar el toro de fuero; eso y el ruido del agua viva por la tierra: fuentes, manantiales y acequias”.
En éste podemos encontrar los elementos más vitales: el fuego, el agua, el aire fresco, el miedo, los campos, el sexo, el silencio, la soledad… La vida social: tertulias en el casino y en el círculo radical, las polémicas: “…se runrunea que este año habrá un día más de vaquillas…”, “…todas las tertulias del pueblo, de la del Casino a la del Círculo radical -que ahora se llama Unión Patriótica- condenan durante 357 días al año la cruel costumbre…” polémicas que en la actualidad, a medida que se acercan las fiestas, recobran una vigencia sorprendente. Los lugares y personas que describe: la fuentecilla barroca, el casino, el ómnibus, el faetonte, el río, el tío Cuco, el notario, D. Vicente el maestro, D. Blas el cura… La tristeza “…cuando Rafael remira su niñez percibe el vaho y el tufo a muladar de la casucha, el lamedal de los excrementos podridos”. La miseria. “Cada año, con la vendimia, nace un crío. A veces muere, otras no. Entonces se va alzando sucio, con costras, granos, ulcerillas y lagañas sin conocer lo que es frio ni hambre, porque son su aire y su alimento”. El odio: “Rafael Serrador odia a sus convecinos: al Maho, al Pindongo, al tío Cuco, al Tartanero, al Serranet, que se lanzan ahora a citar el espléndido animal”. “¡si los moliera!”. La salida de Viver, el desarraigo: “Ya deletreó los dos libracos sin enterarse de gran cosa, ya le tienen por mayor y le mandan a Castellón de aprendiz de una platería”.
Esto denota un conocimiento profundo de la realidad social de Viver de los años 30 y me sugirió, como a todos los viverenses que lo han leído, una serie de preguntas: ¿qué razones impulsan a situar el inicio del “Laberinto mágico” en Viver?, ¿qué relación tuvo con las gentes del pueblo?, ¿existieron las personas que cita en la obra?, ¿quién fue Rafael López Serrador?, ¿existió el Casino y la Unión Patriótica?
El objetivo de este artículo es rastrear en la vida de Viver de esos años y contestar, si es posible, a esas preguntas.
MAX AUB EN VIVER
Max Aub y su familia tan sólo pasan un verano (junio, julio, agosto y septiembre) en Viver según cuenta Feli Suárez niñera de la familia en aquella época: “El verano del 36 no subimos a Viver porque Dª Perpetua estaba embarazada. Dio a luz a Carmen, su tercera hija, a finales de julio”.
Hasta entonces, la familia Aub veranea en una “casita” que Federico Aub, padre de Max, tiene frente al balneario de Las Arenas en Valencia. Probablemente una enfermedad pulmonar de su hija Elena fue lo que motivó a los médicos a aconsejar un clima más seco y una mayor altitud para pasar los veranos. Esta era una práctica bastante habitual en aquella época. Y eligen Viver. Las razones de la elección paracen claras: en 1914, cuando estalla la primera guerra mundial, la familia Aub-Mohrenwitz, de origen judío, emigran a Valencia y fijan allí su residencia. Se matricula en el instituto “Luis Vives”, único centro laico de Valencia, donde conoce a José Gaos, Genaro Lahuerta, Fernando Dicenta, Manuel Zapater… Con todos sus compañeros de bachillerato mantiene una profunda amistad a lo largo de toda su vida, incluso en el exilio. Es esa amistad la que hace que Manuel Zapater, registrador de la propiedad en Viver en los años previos y posteriores a la guerra civil española, propusiese a Max Aub alquilar la planta baja del piso en el que veraneaba en la calle Serrallo. Dato curioso éste, ya que la notaría y la vivienda anexa estaban situadas en la Plaza General Rosell. Muy cerca del lugar donde alquilan la vivienda, en la misma calle, vivían los padres de Fernando Dicenta Civera, compañero de instituto y gran amigo. Allí también pasa los veranos Rafael Dicenta, hermano de Fernando.
La vida de Max Aub y su familia en Viver era muy tranquila y apacible. Las niñas, Dª Perpetua Barjau y su niñera pasaban los días en los jardines de la casa que tenían alquilada y en los de Rafael Dicenta (el chalet de los Martínez) jugando, cantando y preparando obras de teatro que nunca representaban, siempre en compañía de Dª Pilar, la primera mujer de Manuel Zapater. En uno de esos juegos, Elena, la hija mayor, se rompió un brazo siendo atendida por D. Germán Guillén, uno de los tres médicos que por entonces tenían consulta en Viver.
Desde 1920 Max Aub trabaja como viajante de la empresa de artículos de bisutería para caballero que su padre tiene en Valencia y viaja por toda España. Durante el verano de 1935 realiza numerosos viajes. Para ello hace uso del servicio de carruajes que realizan el trayecto hasta la estación al precio de 0,60 pts. Es posible que el “faetone” fuese la persona de Viver con la que más relación tuvo, ya que según “Feli la Chacha”: “El tiempo en Viver lo ocupaba fundamentalmente escribiendo, en interminables tertulias con Manuel Zapater y Rafael Dicenta y comiendo unas estupendas paellas que guisaba el dueño de la casa…”. A pesar de la gran amistad que une a Max Aub y Manuel Zapater sorprende que no exista ninguna relación epistolar entre ellos (no existe ninguna carta en la Fundación Max Aub de Segorbe) aunque tal vez se deba a que mantienen frecuentes conversaciones telefónicas desde México.
LAS PERSONAS.
Rosa Mª Grillo[i] sostiene que en la obra de Max Aub conviven, según los modelos de Unamuno, entes de ficción y entes reales, donde los niveles de lo real y lo ficticio se mezclan continuamente. Es el dato histórico fundamental en la estructura del laberinto, junto a los “falsos” con gran abundancia de indicios, citas y nombres fácilmente comprobables. Esta consideración es fundamental a la hora de abordar el rastreo de los personajes que aparecen en este capítulo.
“Alrededor de Rafael López Serrador, casi el protagonista, se entrevera la historia del país con la ficción, los personajes puramente inventados, con otros en los que un sutil cambio de nombre no los hace anónimos, sino que siguen siendo fácilmente identificables con personas de carne y hueso, aunque hoy casi todos hayan muerto”. Estas palabras las podemos leer en la solapa de la edición de Alfaguara[ii] y sugieren que se forme la pregunta: ¿quién fue Rafael López Serrador?
“La casa huele a estiércol… tras un portalón descansa un solarcillo donde cabe lo justo, alzada la lanza, el deslustroso y amarillento ómnibus, fuente de vida”. El padre de Rafael Serrador se dedica al transporte de viajeros a la estación. Al principio de los años 30 existían en Viver tres empresas que se dedicaban al transporte de viajeros con carruajes a la estación: la de Francisco Martínez, la de Manuel Noguera y la de Vicente Rosell. También había una empresa de alquiler de automóviles desde el merendero de “Canasta”. “La madre es algo rabisalsera y amiga de las gaiterías. Hay quien mira a Rafael y dice que se parece a su padre. Aquello le choca: le parece lo natural, pero se da cuenta que no es verdad. ¿Qué quiere decir con eso la gente? El padre es corto y negro. Rafael está contento de parecerse a su madre…”. A Francisco Martínez Segarra se le conocía con el apodo de Paco el “Chichuto” por su corta estatura. También es el primer nombre que recuerdan todas las personas de Viver cuando se les interroga sobre los tartaneros de la época. “Cada año, con la vendimia nace un crío. A veces muere, otras no”. Francisco Martínez Segarra tuvo un total de 21 hijos de los cuales solo dos, Paco y Amparo, sobrevivieron.
Con estos datos no es demasiado aventurado pensar que el tartanero que trasladaba a la estación a Max Aub en los frecuentes viajes que realizó durante su estancia en Viver fuese Paco el Chicuto, y que se inspirase en él cuando creó el personaje del faetone: “…que es republicano y enemigo de las vaquillas, que tiene por espectáculo bárbaro y retrógrado, pero no falla el verlas…”. Por lo tanto su único hijo varón Francisco Martínez Ara pudiera ser Rafael López Serrador.
Me consta que Francisco Martínez Ara, Paco el Chicuto como su padre, murió sin saberlo.
El Maño, el tío Cuco, el Pindongo y el Serranet no se corresponden con apodos de Viver y nadie los recuerda. El cura, D. Blas, el maestro, D. Vicente tampoco se corresponde con los de la época. Por entonces el cura se llamaba D. Evaristo Cebrián y el maestro más conocido D. José Rivelles, compartiendo magisterio con D. José Marqués y con las maestras Dª María Bernabé y Dª Manuela Ferrer. “…ya corren y cazcalean frente a la casa del notario la contigua del doctor los que quieren presumir el tipo…” Ambas casas estaban situadas en la plaza del General Rosell, en el recorrido del toro de fuego. La casa del ntoario, D. Francisco Pons y Lamo de Espinosa estaba situada junto a las escuelas (aproximadamente donde, en la actualidad, se encuentra “casa Sirvent”) y la del médico D. Germán Guillen se sitúa en lo que actualmente es Casa Torres. E Círculo Radical, el Casino y la Peña Torres estaban casi una al lado de la otra en la plaza de la Asunción, como abrazando la fuentecilla.
Viver, mayo de 1997.
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[i] Rosa Mª Grillo. Escritura de una vida: autobiografía, biografía, novela. Valencia, 1995. (https://www.cervantesvirtual.com/obra/escritura-de-una-vida-autobiografia-biografia-novela–0/ )
[ii] Max Aub. Campo cerrado. Madrid, Alfaguara, 4ª edición, 1982