LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL Narración lo más ajustada posible a los hechos, según se ha ido encontrando en la bibliografía y a partir del análisis detallado de las secuencias de la película.
Autor: Antoni Cisteró
0.- Vamos a hacer una película. Introducción.
Caluroso verano de 1938. Lunes, primer día de agosto[i]. El trayecto por la montaña de Montjuic desde la plaza España hasta los Estudios Orphea es de subida. Jadean, se abanican con algún periódico. Suben por la avenida de la exposición; ladean el teatro griego y el Pueblo Español, y entran en el teatral edificio de Antonio Sardá, huyendo del sol implacable. Antiguo pabellón de la Química en la Exposición Internacional de 1929 es quizás el mayor estudio cinematográfico de España. Todas las ventanas abiertas, pero ni así. Se ha formado un corrillo, la mayoría hombres.
Max Aub, subido en una tarima, pide silencio. Después, con una mirada al soslayo a su amigo y director André Malraux, da unos aplausos que consiguen el mutismo. Empieza a leer unos folios que tiene en la mano:
“No quiero ni puedo saber lo que ha sido el cine español hasta hoy y nadie puede adivinar su futuro. Vamos a realizar una película y hemos creído conveniente y necesario reunirnos a todos vosotros, los que con vuestro trabajo, sea el que fuese, vais a ayudar a realizarla; para daros cuenta de la dirección de vuestro esfuerzo; para deciros porque os hemos pedido vuestra colaboración. Vamos a trabajar juntos unos meses, y es necesario que el trabajador, el artista, el obrero, el técnico, sepa por que trabaja…”[ii]
La charla dura una media hora ante un auditorio heterogéneo: desde actores a electricistas, gente de attrezzo y unas bellas secretarias que atraen las miradas de los que no siguen con atención el relato somero del argumento que Aub va desgranando.
Un momento que muchos recordarán en el futuro, aunque el propio escritor lamentará, erróneamente, su olvido. Dice[iii]: “La historia de la filmación de Sierra de Teruel fue una sucesión de hechos tragicómicos que ya nadie contará”. Bueno, Max, lo lamento, pero la bibliografía es extensa, y yo mismo he novelado sus vicisitudes[iv]. De todas formas, y para que quede constancia, voy a narrar aquí estrictamente lo que he podido ir conociendo de dicha película, sustentándolo con la más amplia información a mi alcance, no solo de las vicisitudes del rodaje, sino también del difícil entorno en el que se desarrolló.
La intención es proporcionar una visión global de lo que significó para un grupo de personas comprometidas el periodo en el que se rodó Sierra de Teruel (1938-39 y los años inmediatamente anteriores y posteriores). El lector que siga La verdadera historia del rodaje… podrá deambular libremente por los aledaños, mediante otras entradas que aclaran y analizan detalles significativos o elementos del contexto histórico que la hicieron posible, enlazadas a su vez entre sí. Cada una de ellas es una historia en sí misma, que se puede leer como tal o como simple ampliación de conocimientos.
[i] Según MARION, Denis (1996). Le cinéma selon André Malraux. Paris, Cahiers du cinéma. Pág. 174.
[ii] AUB, Max. (1989). “Leído en Barcelona, en 1938, en los Estudios de Montjuich…” En: AA.VV. (1989) Sierra de Teruel. Cincuenta años de esperanza. Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana. Revista de estudios históricos sobre la imagen. Nº 3. Septiembre-Noviembre 1989.
[iii] AUB, Max (2002). Hablo como hombre. Segorbe, Fundación Max Aub. Nº 10. Pág. 144.
[iv] CISTERÓ, Antoni. (2018). Campo de esperanza. II Edición. Barcelona, Editorial Barataria. Versión francesa: Champ d’espoir -Le roman de Sierra de Teruel. Traducción de Gérard Malgat. Baixes (Fr): Balzac Editeur. 2017.
1ª ETAPA: LA ESCUADRILLA ESPAÑA
1.1.- MADRID, 1936.
Acaba de estallar la guerra, aun flotan en el aire noticias y bulos, nervios y desazón. Unos militares se han alzado contra la II República. Se esperaba. Los rumores venían de meses atrás, de cuando se reubicaron algunos generales, de cuando el Frente Popular ganó ajustadamente las elecciones de febrero. De cuando el asesinato de Calvo Sotelo, como represalia al del teniente José del Castillo. Muro de incomprensión generado por el aluvión de desencuentros radicalizados hasta separar irremediablemente las dos Españas. ¿O eran más?
La situación no solo era seguida con inquietud en España. En Francia, André Malraux, el famoso escritor y activista de izquierdas se multiplicaba en discursos y escritos. Había visitado España en primavera y era plenamente consciente de que la situación podía estallar de un momento al otro. Había ido como delegado de la Asociación Internacional para la Defensa de la Cultura. Fue un viaje problemático, puesto que si bien él se desplazó a Madrid el 17 de mayo con dos hispanistas (Jean Cassou y Henri Lenormand) y su esposa Clara, su amante Josette Clotis (a quién encontraremos durante el rodaje de Sierra de Teruel) lo hizo también por su cuenta y riesgo. El 22, Malraux dio una conferencia en el Ateneo, donde sentaba las bases del drama en ciernes:
Sistemáticamente, en todos los países, nosotros somos antifascistas. Es inútil discutir sobre una acción que a partir de ahora es indispensable. Sabemos que las diferencias que nos enfrentan a los fascistas deberán resolverse un día con las metralletas… Lo que nos separa, en definitiva, de forma innegable y absoluta, de la ideología fascista, es que nosotros queremos una civilización que nos lleve a la paz, mientras que, en esta última, todo tiende hacia la guerra y la muerte[i]
Ya de vuelta, había participado en múltiples conferencias y manifestaciones en apoyo de la II República española. El ambiente era propicio en una Francia en la que el Frente Popular se había alzado con la victoria en las elecciones del 26 de abril.
Han pasado dos meses de febril actividad. El domingo 18 de julio, Malraux y Clara están en el teatro, confortablemente instalados en el palco del recientemente nombrado subsecretario de Estado para los deportes y el tiempo libre, Leo Lagrange. Antes de empezar, evocando la atormentada España, han compartido experiencias: del viaje en mayo del escritor a las visitas del político para preparar la Olimpiada Popular de Barcelona, que corre el riesgo de no celebrarse. También de lo que significa para un pueblo inquieto una de las cartas jugadas por el Frente Popular galo: las vacaciones pagadas, que ahora, gracias a una iniciativa del anfitrión, serán subvencionadas con un 40 % de descuento del importe de los desplazamientos1https://historia.nationalgeographic.com.es/a/julio-1936-vacaciones-pagadas-para-franceses_18091.
En el segundo entreacto de la obra que se está representando[ii] irrumpe en el palco un ujier que solicita a los dos hombres que vayan al palco del ministro del aire, Pierre Cot. Allí, este les informa del golpe de estado sucedido en España, y quedan para hablarlo con detenimiento a la mañana siguiente en la sede del ministerio, en el boulevard Victor del distrito XV.
Allí, el ministro y su jefe de gabinete, Jean Moulin (futuro héroe y mártir de la Resistencia), reciben al escritor, que ha acudido acompañado de su amigo y piloto, Édouard Corniglion-Molinier, su compañero en la búsqueda del reino de Saba en el Yemen dos años antes. Le piden que vaya a España para informarse de la situación. Es una percepción compartida que una de las debilidades de la República es la aviación. Malraux se apresurará en preparar el viaje. Corniglion conseguirá, en veinticuatro horas, el encargo de un periódico para hacer un reportaje sobre los sucesos y convencerá al empresario y aventurero propietario de la sociedad Gnôme et Rhône (la futura SNECMA SA) para que le preste un pequeño avión para el desplazamiento.
Pocos días después[iii], parten de París para, tras una escala en el aeropuerto militar de Forgas (Biarritz), llegar a Madrid. Durante el vuelo, debido al fallo en la brújula, viven unos momentos de riesgo, al confundir inicialmente Ávila con su destino. Reparado el error al ver el cartel de la estación, logran remontar el vuelo y llegar a Madrid, donde Clara propone desplegar un paño rojo para indicar que son partidarios de la República, a lo que Corniglion-Moliner se opone por el riesgo de entorpecer las hélices. Al aterrizar, les recibe el recién nombrado Comisario General del Ejército y futuro Ministro de Estado en 1937, Julio Álvarez del Vayo, al que Malraux conoció en su anterior viaje. Les ha preparado las entrevistas oportunas para que en el menor tiempo posible se hagan cargo de la situación y recojan las peticiones del inestable gobierno republicano, que en tres días ha tenido tres presidentes.
Los encuentros se inician al día siguiente por la mañana y durante el almuerzo. A media tarde, André Malraux se toma un respiro y va a visitar a su amigo José Bergamín. Se tratará de un encuentro que marcará el devenir del rodaje de Sierra de Teruel, dos años después, al propiciar el encuentro con el escritor de origen francés (aunque él siempre se tiene por valenciano, ya que “uno es de donde hace el bachillerato”), Max Aub. Sigámoslos mientras departen sentados en una cervecería cercana a la plaza de España.
Llega Malraux con algún retraso. Bergamín y su amigo Aub han bajado a tomar una caña atentos a su llegada. Antes, han estado discutiendo sobre la posible publicación en la revista Cruz y Raya, dirigida por el primero, de alguna obra de Max. No siempre ha sido posible, muchas firmas relevantes quieren estar presentes en esta publicación de prestigio. La sangre no ha llegado al rio. Algo publicará. Además, te voy a presentar a un gran hombre, a un premio Goncourt que ha venido a España para ayudar a la Republica. Esta mañana ha estado con Azaña y con Giral. Te interesa conocerle. Y el agradecerá poder hablar un rato con tu excelente francés. Yo le conocí durante el I Congreso de Escritores en defensa de la cultura, en el 35, en París, y me causó una gran impresión su dinamismo, su aplomo y seguridad en sí mismo. Y ama a España. Fue él quien sugirió España como sede del II Congreso. Ya verás.
Aparece el francés, sudando, con el flequillo ondeando, enardecido por el ambiente y por lo que lleva discutido y negociado al más alto nivel. Después de las presentaciones, se sienta y pide un vaso de tinto. En el aire, olor a humo, vibración de bocinas y gritos en la cercana Gran Vía.
A pesar de que la prensa local airea titulares triunfalistas, hay rumores de que en otras partes de España el levantamiento está afianzándose, que parece, dicen, se rumorea, que tropas rebeldes avanzan hacia Madrid. ¡Ah, si tuviéramos aviones!, que pronto les pararíamos, apunta Malraux, ajustándose la crencha con un tic nervioso.
Bergamín, amable, intenta transmitir un sosiego que nadie siente:
—¿Y Clara, ha venido contigo? —su francés es excelente.
—Sí, pilotaba Édouard. Casi caemos en manos de los rebeldes en Ávila. Yo no quería que viniese. Pero, las mujeres, ya sabes. Ha dejado a Flo —la hija de ambos— con su madre.
—La situación parece controlada. El ejército no, pero en general las fuerzas del orden han cumplido con su deber. Y el pueblo ha echado el resto —apunta Aub, para hacerse presente.
—Clara, Clara —suspira Malraux. Ya había venido en mayo. Pero ahora es distinto. Hay peligro. Pero ella, dale que dale—. No me lo dijo, pero creo que es por Josette —y ante la cara interrogante de sus compañeros, aclara, en un francés pícaro, reforzado por una mueca que se refuerza con sus tics habituales— mon petit jardín privé.
A Bergamín, el tema le es incómodo. Católico convencido, practicante, ha adoptado también las ideas comunistas que sugieren un cierto rigor en el comportamiento. Rusia, su revolución, aunque parece ya asentada, es un tema de discusión, de disensión entre los intelectuales comprometidos. A pesar de los crecientes rumores del autoritarismo estalinista, sigue siendo seductora su capacidad de organización, de una disciplina que ha conseguido que de una antigua estructura política en descomposición, haya surgido una nación potente y capaz de señalar el horizonte de millones de trabajadores en el mundo entero. Cambia de tema.
—Se veía venir que a Casares se lo llevaría el viento insurreccional. Pero Martínez Barrio, ¿un presidente por horas? ¡A quién se le ocurre!
—Me han dicho que intentó un acuerdo con Mola —interviene Aub, él también está enterado, sus amigos del PSOE le informan—. Iluso. A ver si Giral…
Malraux mira el reloj, está impaciente, no son los vaivenes de la política lo que le interesa, sino la acción. En su cabeza bullen mil ideas, proyectos a menudo utópicos cuya realización piensa que es decisiva para la suerte de aquella España a la que ha aprendido a querer. Además, Josette, su petit jardín, se enfadó por no poder acompañarle. Teme que a su regreso ella le regatee su compañía. De momento ha expresado su rechazo yéndose de vacaciones a Italia.
Se levanta: —Lo siento, me esperan.
¿Quién le esperaba? A tenor de la misión llevada a cabo pocos días después en Francia, las máximas autoridades, tanto militares como civiles. La necesidad de compra de material bélico apremiaba. Pero no estaba siendoser fácil, dado que el gobierno aún no había calentado las sillas ministeriales. El gobierno de Santiago Casares Quiroga había durado solo dos meses, pero el de su sucesor, Diego Martínez Barrio, ¡solo un día! para ser relevado por el de José Giral, que duraría mes y medio.
Como le había confiado al escritor francés, inmediatamente después de haber tomado el mando, el 19 de julio por la noche, el presidente del Gobierno había ya remitido un telegrama en clave al gobierno francés: «Sorprendido por un peligroso golpe militar. Le ruego nos ayude inmediatamente con armas y aviones. Fraternalmente, Giral»CAM2CAMPOS, Miguel I. (2022). Armas para la República. Barcelona, Crítica. Pág. 19. Aviones. ¡Aviones! Pues claro. ¿Quién mejor que un prestigioso francés, acompañado de un aviador, para negociar? Malraux intuyó que aquella era su entrada en el proceso revolucionario. Aviones. Además, eran amigos de Pierre Cot, el ministro del Aire, ¡quien mejor, sí, quién mejor!
Va al hotel a buscar a Clara. Cenarán con Corniglion-Molinier, Álvarez del Vayo y gente de las fuerzas aéreas. Esbozarán un plan. Redactarán un memorándum. La República no les puede negar el dinero necesario, una suma que se adivina colosal. Clara lucirá un vestido acabado de comprar en las primeras tiendas que han ido abriendo después del golpe. Ha paseado por la Gran Vía; en Montera lo ha visto en un escaparate. Aún no se ha encontrado con trincheras ni sacos terreros. Le ha parecido barato.
En la calle reina más la euforia que la inquietud. El cuartel de la Montaña se ha rendido. Sobre la mesa del bar un suplemento de Blanco y Negro, en su portada: Buen comer y buen beber. Aub ha traído un ejemplar de El Sol del día anterior. En portada: El Gobierno ha dominado la rebelión militar. En Barcelona se rindió el general Goded. Cuando venía a España, el general Sanjurjo muere carbonizado en un accidente de aviación. En una columna central, el mensaje del presidente Giral, radiado el día antes a las nueve de la mañana:
“Españoles: Sin jactancia alguna, con toda sencillez, pero también con entera serenidad, el Gobierno de la República cumple con su deber y está en su puesto… Una criminal maniobra, que ha prendido en una minoría de loa militares, y que España contempla con enorme estupor, indignación y asombro, asombro, indignación y estupor que aumentan al ver que no han dudado siquiera en intentar, aunque sea con fracaso, la invasión del solar de la patria por soldados moros y mercenarios, nos ha traído en estas horas perturbación y dolor; pero no consiguieron ni conseguirán vencer la firmeza del Gobierno ni el entusiasmo republicano del pueblo español, ni tampoco detener la marcha de la República por los caminos de la justicia y el progreso”[iv].
José Bergamín y Max Aub le han visto alejarse. El segundo comentará más tarde: Era ya igual a su leyenda[v]. Los dos amigos seguirán un rato más, habiendo pedido otra cerveza. Después, subirán a la redacción de la revista. Si Imaz ha terminado con lo que estaba haciendo, quizá vayan los tres al cine. En el Capitol, allí cerca, en su enorme pantalla, podrán ver a Janet Gaynor y Robert Taylor en “Una chica de provincias”.
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[i] TODD, Olivier. (2001). André Malraux, une vie. Paris, Gallimard, 2001. Página 218.
[ii] Clara Malraux piensa que era Numancia, aunque añade: “era demasiado bello para ser verdad”. MALRAUX, Clara (1976). La fin et le commencement (Le bruit de nos pas, V). Paris: Grasset. Página 7.
[iii] Algunos historiadores no coinciden en la fecha de salida. Ver: SABER +: El vuelo de Malraux.
[iv] El Sol, 22.7.1936 Página 1.
[v] LACOUTURE, Jean. (1976) Malraux, une vie dans le siècle. Paris, Ed. Du Seuil. Página 214
1.2. AVIONES PARA ESPAÑA:
De regreso de su prospectiva en Madrid, Malraux llega a París en plena efervescencia mediática, nervioso, excitado, hiperactivo. Su ideario, que ha ido desarrollando en los últimos años, surgido de encuentros y lecturas, viajes y reflexiones, parece eclosionar en la explosiva situación bélica en el país que acaba de visitar. Y sabe que él ha de jugar un papel decisivo, no puede quedarse quieto, y menos permanecer en los planteamientos teóricos. Dirá más tarde, en su novela La esperanza[i]: Pensar en lo que debería ser en vez de pensar en lo que puede hacerse, aún si nada realmente bueno puede hacerse, es una peste, dice Hernández, el comunista convencido a García, el pragmático jefe de la Información Militar. Y añade: Sin remedio, como dice Goya. Sí, el veneno que paraliza a los intelectuales. Él lo es, pero también un hombre de acción. Él si ha pensado en lo que hay que hacer: aviones de guerra para la República. Ha visto la situación, la había visto ya en mayo, pero ahora ha entrado en un punto de no retorno. Retruenan los cañones, muere la gente (ha visto cadáveres en las calles de Madrid, solo dos días atrás). También el entusiasmo suicida de tantos que confunden la algarabía callejera con un apoyo resolutivo a la República. Quién sea consciente de ello no puede dudar. Es el momento.
En España la prensa lo ha ensalzado, como cuando ha visitado, por invitación de Dolóres Ibárruri «La Pasionaria», Mundo obrero, el día 25, publicándose al día siguiente una elogiosa entrevista. Al contrario, en Francia, la prensa lo vigila de cerca. Intentan desprestigiarle. En L’Action française, lo tratan de ladrón y bolchevique. Desvelan que el viaje de vuelta lo ha realizado en un avión francés, pilotado por un amigo, y cargado con una fortuna. L’Echo de Paris del domingo 26 de julio informa que el escritor André Malraux ha viajado a Madrid con dos cajas de oro entregadas por el Socorro Rojo Internacional[ii].
Llegado a París el 28, discute con André Gide para quién la acción y la escritura son incompatibles. El reputado escritor considera que Malraux persigue la emoción, más allá de conseguir una cierta calidad literaria. La emoción, sí, ¿por qué no? La emoción consigue la fijación de las ideas en la mente, las incrusta para que permanezcan y surjan cuando los hechos lo requieran, como ahora.
Las noticias son contradictorias: Echo de Paris, indicará el 31 de julio que Valencia ha caído en poder franquista, y que el gobierno francés ha decidido no entregar armas a la República española. Rumores, mentiras y suposiciones disfrazadas de verdad. Era preciso aumentar la presión. Lo hará en un multitudinario encuentro en la Sala Wagraw, el día 30, ante más de 20.000 entusiastas asistentes. La muchedumbre canta La Marsellaise, La Jeune Garde, La Carmagnole. Entre gritos entusiastas: ¡Viva España libre!, ¡Viva el Frente Popular!, abre la sesión Octavio Arlandís, militante comunista, fundador del PSUC catalán: “España ha librado su batalla de la Marne”, “nuestra lucha es vuestra lucha”. Se leen adhesiones, como la del escritor Romain Rolland, y aparece en el estrado el poblado mostacho del director de L’Humanité, Marcel Cachin: “la lucha es entre los fascistas y el Frente Popular español, que representa la mayoría del pueblo”. Le sigue el representante del sindicato CGT, que afirma que cuatro millones de adheridos están dispuestos a ayudar a España. Los aplausos se recrudecen cuando anuncia la intervención del delegado del Comité mundial de lucha contra el fascismo, acabado de llegar de Madrid: André Malraux. Empieza informando de cómo el gobierno Giral había dado las armas al pueblo; su “¡Ya era hora!” recibe una sonora aclamación. La gente se apretuja, ha habido disputas para entrar, se han habilitado dos salas, y la gente en la calle espera que los de dentro les vayan dando noticia de la evolución del acto. Malraux sigue: “Los españoles necesitan chóferes, instructores en los distintos aspectos de su defensa, médicos, ingenieros”. Está lanzado.
¡Aviones!, repite sin cesar. Recuerda como él ya ha participado en una operación exitosa contra la estación de Córdoba, tomada por los fascistas. Nadie sabrá si es cierto. La ficción como instrumento para entender e interiorizar la realidad, la emoción como vehículo. La ovación es atronadora. Muchos lloran. Al salir, depositarán su óvolo. España les necesita. Será casi medianoche. L’Humanité indicará que: “durante más de tres horas, una masa entusiasta y fraternal ha confirmado su absoluta solidaridad con el pueblo de España que lucha por su libertad”[iii]
La semana siguiente será de actividad febril. Malraux visita a su amigo Jean Moulin, adjunto al ministro del Aire, Pierre Cot. Consigue de éste el permiso para que intervenga en la compra de aviones. Su labor se entrecruza, no sin algunos roces, con los enviados especiales del gobierno de la República, Warleta y Aboal[iv], que se afanan en conseguir todo tipo de material a pesar de la caótica situación de la embajada. En los primeros días, el embajador Juan Francisco de Cárdenas y sus consejeros filtraban informaciones e impedían o retrasaban operaciones financieras. Sustituido Cárdenas por el cónsul Antonio Cruz y luego por Fernando de los Ríos, los impedimentos sembrados por los anteriores diplomáticos entorpecían la inicial buena predisposición de una parte del gobierno francés.
En poco más de una semana, a pesar de las trampas urdidas por los anteriores diplomáticos franquistas, la inexperiencia del nuevo equipo de la embajada y la vigilancia policial, con la decisiva ayuda de André Malraux y sus contactos, se conseguirá reunir un buen número de aviones, así como tripulaciones a las que se ha tenido que prometer salarios fabulosos. En la Francia que empieza a degustar las vacaciones estivales, un salario medio de un operario ronda los 1.500 FF mensuales[v], el ofrece hasta 50.000 FF. Cuenta con la ayuda del ministerio del Aire, de sus amigos Pierre Cot y Jean Moulin, pero también con la reticencia, cuando no la franca oposición del ministerio de Asuntos Exteriores, que está ultimando con el gobierno británico el acuerdo internacional de la No Intervención, una de las causas de la derrota final de la II República[vi].
Pero él lo conseguirá. Desde luego, la República, por su parte, también comprará aviones además de otro material bélico. Pero en esos primeros y decisivos días, será él quien habrá conseguido llevar a España una veintena de aviones, en diversos envíos y por vías diferentes: Toulouse, Perpiñán, a Barcelona o directamente a Madrid.
En la embajada española, mudanzas, barullo, documentos desaparecidos. Los anteriores ocupantes, partidarios de los sublevados, no marcharon con elegancia, tenían que labrarse un futuro en su nueva España. Dicha felonía se añade al desbarajuste causado por sus reemplazos, casi un calco de lo sucedido con la presidencia del Gobierno a raíz del golpe de estado. El monárquico Juan Francisco de Cárdenas había presentado su dimisión el día 23 y con él habían marchado también el encargado de negocios, Cristóbal del Castillo y el agregado militar, Antonio Barroso[vii]. La reorganización dependía de algunos administrativos y españoles de segundo rango, a la espera del nuevo embajador. Por unos días, se ocuparon Fernando de los Ríos y Pablo de Azcárate, desplazados desde la Sociedad de las Naciones en Ginebra, hasta que el 27 fue nombrado para tal cargo Álvaro de Albornoz, hombre de confianza de Azaña y perteneciente a su mismo partido Izquierda Republicana. Duraría solo hasta setiembre.
Malraux dispone de un despacho en la propia embajada, en el que entrevista a vendedores de material y también a futuros miembros de la escuadrilla que planea formar. No es fácil, también mantiene reuniones con eventuales proveedores en su domicilio de la rue du Bac. Vigilado de cerca por la policía, también utiliza salas reservadas de diversos cafés. Encuentra todo tipo de personas, algunas serias, como los directivos del fabricante de aviones Potez, con los que su cuñado tiene relación. Pero también se presentan aventureros, timadores, soñadores que le ofrecen aviones que no existen, o contratos con aviadores que no desean jugarse la vida en España. Y Clara, siempre Clara, sus celos y su obsesión por acompañarle.
Josette, su amante, está en Italia. Despechada por la falta de atención por parte de André, aprovecha un viaje en coche de un amigo, para irse unos días lejos del barullo que intuye. Le escribe desde Pallenza[viii]: “André, mi amor, la vida transcurre en un monólogo dirigido a usted… Ahora estoy en Italia. Ya no podía soportar más ese teléfono que no sonaba, que nunca sonaba para mí. Me fui furiosa y nunca he tenido pensamientos más tiernos… Estoy cansada de desearle, de llamarle en vano. Cuando tenga setenta años, ¿llegaré a poder telefonearle por la noche sin terror y a ir con usted al cine el domingo? Le reprocho encontrarme entre tantas bellezas sin usted. No hay ni un centímetro de mí en el que no tenga necesidad de usted”. Se quedará en Italia hasta finales de agosto.
En este mes tórrido, la embajada es un hervidero de idas y venidas. André Malraux acaba de marcharse. Ha salido con dos checos para almorzar y hablar de unos aviones que nadie verá. Su excitación, las prisas a sabiendas de que se está negociando la no-intervención por parte del Quai d’Orsai y el Foreign Office, le hacen agarrarse a todo clavo ardiendo que se acerca por allí, y son muchos. Otra preocupación añadida, este lunes 3 de agosto, en un París casi incandescente, medio vacío por las recientes vacaciones promovidas por el Frente Popular, proviene de su conversación con el nuevo embajador, quién solo llegar ya ha manifestado su intención de centralizar las compras a través de una sola entidad[ix]. El día anterior, se ha enterado de que Albornoz ha cenado con Schneider, patrón de la Societé Europeenne d’Études et Enterprises. Es un conocido empresario, con un largo historial de componendas con los ministerios de finanzas a causa de sus relaciones con diversos países, como Polonia o Turquía, para compra de material bélico[x]. La centralización en exclusiva en una empresa francesa como intermediaria (que de hecho sucederá) mandaría al garete su estrategia, su protagonismo, su decisión de conseguir aviones ¡ya!, no cuando los rebeldes hayan cubierto media España.
En la embajada, le han visto salir charlando nerviosamente, su tic haciendo ondear sin pausa el eterno flequillo. Juan Aboal está en el centro de un grupito en el que están despidiendo, con una copa de vino en la mano, a Warletta que regresará a España al día siguiente[xi]:
—O ponemos orden en este desbarajuste, o se nos irán los cuartos sin resultados.
Una secretaria añade: —Gente de lo más variopinto y con una pinta… Arrogantes, dicharacheros, pero en absoluto de fiar.
—Alguno habrá, digo yo. Fíjate Corpus —tercia Warletta, al que le duele dejar a su compañero en la estacada. Su capacidad técnica es requerida por el mando republicano.
—Corpus, Corpus Barga, el intelectual. Es un hombre de confianza, no te digo que no. Se le ve. Austero, serio, omnipresente. Pero ante tanto gánster suelto. Para controlar las ansias de protagonismo de Malraux, lo entiendo. Pero no sé yo… —Aboal preferiría estar en Cuatro Vientos, luchando contra los sublevados. Pero órdenes son órdenes. Un asistente pregunta:
—¿Se han ido a firmar el contrato? Aquellos checos prometían dos Douglas.
—No creo. Estaba el asunto muy verde. Pero una comida en el Grand Café nunca es desdeñable. Seguro que les contará la historia de los hermanos Lumière y la primera proyección cinematográfica en su sótano. Menudo el francés cuando puede meter baza en el tema. ¡Que os jugáis a que les relata su encuentro con Eisenstein! Es una apisonadora. No, creo que después de la comida irá a la l’Office de l’Air —mira el reloj—. Y yo también tendré que asistir. Quedamos ayer con Corniglion y Corpus. Esto sí parece serio. Se trata de, al menos, una docena de cazas Dewoitine.
—¡Caramba! Por fin algo sólido —comenta, no sin cierto resquemor por no estar ahí, Warletta. Sin querer quedarse atrás recuerda: Hablad también de los Potez.
El dueño de la fábrica Potez es favorable a la República, ha pensado. Algún resquicio habrá, aunque él no podrá verlo. En estos primeros días, el posicionamiento del fabricante es crítico para la obtención de material.
Juan Aboal ha ido a pie hasta l’Office de l’Air. No pilla lejos de la sede de la embajada. Va pensando en la propuesta que ha hecho de establecer una Oficina de Compras de la República, capaz de coordinar tanta iniciativa dispersa y en competencia continua. Incluso ha visto una ubicación ideal en el 27 de la rue George V, anejo a la sede diplomática. ¡Qué alegría tendrá cuando un diplomático de verdad, Luis Araquistain, materialice el proyecto. Pero será ya demasiado tarde.
Ha bajado hasta el pont de l’Alma, atravesándolo. Después. bordeando el Sena, ha llegado al boulevard Victor. Mas de media hora andando que le han sentado de maravilla, lejos del ajetreo anárquico de la embajada. L’Office de l’Air está en el Ministerio del Aire, un edificio feísimo, grandilocuente, arrogante. En la puerta, le esperan Corniglion y Malraux. Corpus ya entró, le dicen mientras se dan las manos. Malraux acepta a regañadientes la presencia del escritor, que pocos días antes le ha presentado Fernando de los Rios. Pero los aviones no pueden esperar.
Ya dentro, en una sala de reuniones poco acogedora, les reciben Corpus Barga[xii] y el administrador de la empresa Potez, André Faraggi, amigo íntimo del ministro del Aire, Pierre Cot. Malraux los conoce a todos, su entusiasmo y su verbo fácil aglutinan voluntades. Después de una hora de análisis de la situación y las disponibilidades, acuerdan la compra de 14 cazas Dewoitine 372 y seis bombarderos Potez 540. Corpus Barga saldrá mientras ellos toman un café, y a la media hora volverá con el contrato ya redactado, a nombre de un tal Andrés Ramírez, calle Fomento 21, Madrid3CAMPOS (2022): p. 65. Por parte española, firmará Corpus, único autorizado por el embajador, con visible enojo de Malraux. Contentos, la parte española buscará un restaurante acogedor en el distrito XV, donde correrá abundantemente el champán. No se hablará en absoluto de los precios, en algunos casos superiores en más del 50% a los habituales en el mercado. Aviones para España. Como sea, pero lo han conseguido.
Los días posteriores no serán fáciles. Pero conseguirán que la mañana del 4 de agosto empiecen a salir, desde diversos puntos de Francia, los aviones contratados, haciendo escala en Toulouse, donde el administrador, Édouard Serre, era también favorable a la República.
La aventura no termina aquí. De los catorce cazas, cuatro sufrirán percances, posiblemente debido a la premura en la contratación de pilotos, no siempre con la adecuada experiencia. Uno de ellos se estrellará aún en Francia, mientras que otros tres capotarán a su llegada a Barcelona: uno en el aeropuerto reservado a Air France y otros dos en el terreno militar colindante de El Prat. Quizá el recuerdo de dicho siniestro inspirará la primera escena de Sierra de Teruel. Pero esta es otra historia, por ahora.
Un personaje de su novela L’espoir dirá: “He visto a las democracias luchar contra casi todo, menos contra el fascismo”[xiii]. El piensa, está convencido que va a revertir la situación, España, con su ayuda, saldrá al paso de la ola que amenaza destruir la convivencia en Europa, y de ahí a todo el mundo. Y llega, ya el 6 de agosto, a Madrid. El 15, uno de sus mejores pilotos, Darry abatirá ya dos aviones de reconocimiento italianos, el primer éxito de la escuadrilla España. Empieza un periplo de siete meses donde todo será, o parecerá, posible. Hasta la victoria.
Aviones, aviones para España. Su idea, su obsesión ya desde su viaje a Madrid en mayo. Aviones, sí, pero también tripulaciones, pilotos, mecánicos, ametralladores. En una cita[xiv], aparecen localizados en Barcelona a primeros de agosto algunos de los que formarán parte de su escuadrilla, como Jean Darry (mercenario, piloto de caza) o uno de sus líderes, Abel Guidez, jefe de los pilotos, voluntario antifascista, y que morirá más tarde, en la primavera de 1937, abatido por los cazas franquistas cuando esté pilotando un avión sanitario. Los primeros pilares de la Escuadrilla España, dirigida por André Malraux, el recién nombrado comandante por las autoridades españolas. En esta primera etapa, la formación constará de 32 miembros: 22 franceses, 5 italianos, 2 españoles, 1 ruso, 1 checo y 1 belga (Paul Nothomb). Pero esto nos da paso ya al siguiente capítulo de esta “Verdadera historia del rodaje de Sierra de Teruel”, donde veremos algunos de los sucesos vividos por la escuadrilla y que se incluirán en el argumento de la novela L’espoir, y más tarde en el guion de la película que nos sirve de hilo conductor a nuestras pesquisas.
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[i] MALRAUX, André (1995). La esperanza. Madrid: Cátedra. Página 283.
[ii] Echo de Paris, 26.7.1936, página 1. Artículo de Henri de Kerillis. aviador y escritor, será analizado en una entrada dado los diversos puntos que trata, reflejo de la posición derechista frente al conflicto.
[iii] L’Humanité, 31.7.1936. Página 2
[iv] Léase el informe completo que redactó Aboal para el Ministerio de Marina y Aire: “La saga de los primeros aviones adquiridos en Francia”. En VIÑAS, Ángel (2007) La soledad de la República. Madrid. Cátedra. Página 458
[v] http://clioweb.free.fr/dossiers/salaires/salprix.htm
[vi] GRELLET, Gilbert (2017) Un verano imperdonable. Madrid: Guillermo Escolar Ed. Libro imprescindible para entender la No-Intervención
[vii] VIÑAS, Ángel (2007) La soledad de la República. Madrid. Cátedra. Página33
[viii] CHANTAL, Suzanne. (1976) Un amor de André Malraux – Josette Clotis. Barcelona: Grijalbo. Página 85.
[ix] En su interesantísima tesis doctoral, ÍÑIGUEZ CAMPOS, Miguel (2016) Armas vengan de donde vengan: las dificultades de abastecimiento republicanas y su viraje al mercado negro durante el primer año de guerra (julio 1936-mayo 1937). Madrid: UAM. Dirigida por Juan Carlos Pereira y Ángel Viñas. En ella afirma que Albornoz viajo de Madrid a París en el mismo avión que Malraux. No queda claro si es mera suposición, si era en vuelo regular, o si utilizó el mismo avión pilotado por Corniglion-Molinier en que el francés fue a la capital española. En cualquier caso, ello desmentiría la posibilidad de que hiciera escala en Barcelona, como se indica en otros estudios.
[x] HEIBERG, Morten y PELT, Mogens (2005). Los negocios de la guerra (Armas nazis para la República española). Barcelona: Crítica. Página 66.
[xi] De hecho Warletta regresó a Madrid a finales de julio. Permítaseme el pequeño error en favor de la narración.
[xii] IÑIGUEZ (2016). Pag. 151 y ss. Para parte del relato.
[xiii] MALRAUX, André (1995). Página 191
[xiv] GESALI, David y IÑIGUEZ, David (2012). La guerra aèria a Catalunya. Barcelona: Rafael Dalmau Ed. Página 63.
1.3.- HOTEL FLORIDA – MADRID.
Sentada en su mesita del hall del hotel Florida, Clara contempla el ir y venir de militares, políticos, periodistas y busconas. Su esposo le ha encomendado, por hacer algo, para tenerla ocupada y así evitar sus reproches e ironías, que lleve el diario de la escuadrilla España. ¡El diario! ¿A quién interesará? Desde los primeros días se ha dado cuenta que las autoridades republicanas los miran con recelo, los tachan de mercenarios pagados generosamente, de soñadores. Llevan dos operaciones con un cierto éxito, André lo ha comentado ampliamente con todo periodista que haya tenido a mano, aun no han llegado los Hemingway ni Saint Exupéry, pero los que hay le escuchan aparentemente embobados, al calor de su premio Goncourt y su labia arrolladora. También ha mandado cartas a los amigos de Ce Soir, de l’Humanité. Para él cada día hay lances bélicos y anécdotas heroicas que destacar. Que en su primera participación, el día 14, Darry y Guinet hayan derribado dos aviones italianos de reconocimiento[i], es un hecho remarcable para la escuadrilla, aunque no tanto para el conjunto de la aviación republicana, que no les aprecia el sacrificio. Por ende, el 16 les han derribado un aparato, pudiéndose salvar el piloto Thomas al saltar en paracaídas. Después, operaciones de reconocimiento, de vigilancia y protección de otros aviones, nada que Clara considere digno de aparecer en la historia de una escuadrilla que está llevando su matrimonio a la ruina.
La discusión ha sido agria, con reproches mutuos. En su habitación. Clara sentada en la cama mientras él recorre el estrecho espacio a grandes zancadas, acentuando sus tics imparables.
—¿Eres consciente de lo poco que consigues a cambio de tanto sacrificio? Tuyo y mío.
—Clara, ¡no! Es una lucha larga y desigual, y no puedo inhibirme. Estoy en ello por convicción y no voy a cambiar ahora.
—Convicción. ¿Y yo?, ¿y Florence[ii]? ¿Estás, o estabas convencido también cuando la engendramos?
—Sabes que la amo —corrige, ya tarde. Que os amo.
—Y yo. Y la hecho de menos. Teniendo que estar aquí, en este ambiente anárquico, redactando notas inútiles de una escuadrilla de pacotilla.
—¡Clara, por ahí no!
—¿Recuerdas como bailamos los tres, en el comedor de casa, al volver de los bulevares, donde habíamos ido siguiendo los resultados de la victoria del Frente Popular? Ella, primero lloró, pero acabó riendo con nosotros. ¡Qué euforia, cómo lo vivimos los tres! ¿Qué nos ha pasado, André? A los pocos días vinimos a España y todo empezó a torcerse.
No quiere ni tan siquiera mentar a Josette. Sabe que no está en Madrid, y que su rival tampoco tolera la arrogante trayectoria de aquel hombre empeñado en hacer realidad sus sueños. O al menos narrarlos como éxitos reales.
—Torcerse, torcerse… ¿Estoy aquí, verdad? Contigo, no con mi amigo Thomas, que acaba de salir de un buen apuro y que al entrar me ha invitado a una cerveza, ni con Guidez preparando los planes de vuelo de mañana. ¡No! Contigo. Y discutiendo. Mejor estaría en la cervecería del sótano.
—Planes de vuelo —la irónica sonrisa es hierro candente. A mi también me gustaría estar tomando una cerveza con alguien que me escuchara y me valorara.
—Si bajas, dime donde te sientas, y yo cambio de bando.
La cafetería situada en el sótano del hotel Florida tiene dos barras en paralelo.
—Pues me voy, si tanto te ato.
—¿A cenar? —A ironías, que no le ganen. Pues vete. Al fin y al cabo…
—A París. No creo que aquí haga falta.
—No se trata de eso.
—Pero es que tú tampoco pintas nada aquí —la ira en los ojos de él. Tonta como soy, nunca había imaginado este desarrollo de los acontecimientos. Dirigir un conjunto tan especializado requiere una formación que estás lejos de poseer. ¿A eso hemos venido a Madrid?, a transmitir las instrucciones de Hidalgo a tus hombres. Por cierto, instrucciones de poco compromiso en general. ¿Te sientes realizado con tu papel en esta parodia?
André mira por la ventana. La plaza de Callao, la Gran Vía. A cuatro pasos de la Telefónica y sus conferencias con amigos de París, siempre a la caza de nuevos voluntarios y fondos para mantenerlos. Y algo más allá, Chicote y sus combinados. Imagina por un momento como sería la velada con Koltsov, ahora en Barcelona pero que le ha dicho que en breve se hospedará en el hotel. Se gira y la mira fijamente:
—Creo que en París serás de más utilidad. Flo te necesita… más que yo, desde luego.
—Está con mi madre. No le falta nada.
—Le falta su madre. Por la mañana te pido un billete. Y ahora, si me permites…
—¿Necesitas permiso?, ¿no te los da Hidalgo de Cisneros?
El sarcasmo saca de quicio a André. Hidalgo de Cisneros no es de su cuerda. Buen militar, pero demasiado disciplinado, comunista de carnet reciente, reglamentista, que además, desde la pérdida de Núñez de Prado y González Gil[iii], dos de los mejores técnicos en aviación de España, va un poco perdido. No le pedirá a él el billete. Conoce suficiente gente en el aeropuerto. Solo hace falta que Clara se decida. No baja el tono agresivo.
—La primera misión en situaciones como la nuestra es no desmoralizar a quién lucha. Y yo lo hago. Te guste o no, ahí estoy. Y espero que tu tomes tus responsabilidades, pero no aquí sino en París.
El día ha terminado con Clara cenando, sola, en el restaurante del hotel y André tomando unos vinos en la cervecería del sótano con el primer periodista que ha encontrado. Comentarán el avión que derribó Darry.
El avión sigue retrasado. La línea no es suficientemente segura, aunque de momento se respetan los símbolos franceses. Hará escala en Burdeos y por la noche podrá ya estar en casa de sus padres, con Florence.
Un oficial de aviación se le acerca. Va acompañado de un hombre bajo, enjuto, de tez morena y días sin afeitar. Huele mal.
—¿Señora Malraux?
—Sí, soy yo.
—Voy a Cuatro Vientos a buscar a su marido. ¿Quiere que la lleve?
—No, me marcho, estoy esperando el vuelo de París. Va con retraso.
—Ha pasado algo insólito. ¿Ve este señor? Viene de Olmedo, ¡a pie! Quiere ver a los aviadores. He llamado al ministerio y me han dicho que se lo pase al coronel Malraux.
—Pues páseselo. Mire, estoy cansada.
—Perdone, yo solo quería…
—No, perdóneme usted a mí. No podía saber si iba o venía. Ande, vaya, vaya.
La historia es verdaderamente novelesca. Captará la atención de André Malraux en cuanto la oiga. La misma noche, la primera en que se siente liberado de los comentarios sarcásticos y las desconfianzas de su esposa, lo contará a un corrillo de periodistas. Carlos de Baráibar, del diario de la noche Claridad, lo recogerá en una crónica del día 1 de septiembre[iv].
Lo narrará con detalle en su película: Un campesino de Olmedo, en la provincia de Valladolid, había descubierto un campo de aviación de los sublevados. Al principio dudó, la provincia era rebelde desde los primeros días, y los fusilamientos y desapariciones de gente de izquierdas estaba al orden del día. Finalmente, andando entre los bosques, escondiéndose al menor ruido, consiguió pasar las líneas, de noche, hasta llegar a Buitrago. Sin fiarse de nadie, sin saber exactamente con quién hablar, se subió a un camión que se dirigía a Alcalá de Henares, y de allí, otra vez a pie, había llegado a Barajas. Aviones por fin. Sabía que la destrucción del aeropuerto clandestino solo se conseguiría bombardeándolo desde el aire; las líneas republicanas estaban lejos de su ubicación.
La policía militar de Barajas oyó su relato y, sin creerle demasiado, telefonearon a Aeronáutica Militar. Que espere, le dijeron.
Horas más tarde, el propio Hidalgo de Cisneros telefoneó a la policía y les dijo escuetamente:
—Mándenlo a Cuatro Vientos. Que hable con el francés. Le va a gustar —y colgó.
Eso no lo sabe Malraux, aunque lo intuye. Pero para él es una oportunidad de demostrar la valía de su escuadrilla. De inmediato reúne a sus pilotos, y anuncia a los periodistas que a la madrugada siguiente saldrá un bombardero, escoltado por tres cazas, para destruir el campo de aviación que al parecer está situado en las cercanías de Arévalo. Y añade con una sonrisa relajada:
—Al campesino lo subiremos a un avión. El pobre, espero que sepa orientarse. Ahora duerme como un lirón. Y yo debería hacer lo mismo. Buenas noches, señores.
Lo publicado en Claridad, aparece también al día siguiente en El socialista y El Pueblo. André recortará los artículos y los unirá a una carta que, con tono amable, dirigirá a Clara. Habrá marcado en rojo el último párrafo: “La Escuadrilla España, después de este servicio, volvió majestuosamente a su base, ¡Una felicitación entusiasta a los bravos aguiluchos de la escuadrilla “España”!
El recuerdo de la valentía del campesino quedará en su memoria, y lo plasmará en su novela La esperanza y también en la película Sierra de Teruel. Lo veremos en su momento.
Clara recuerda los días pasados en aquel pandemónium del Hotel Florida, sus interminables y aburridas sesiones de cronista de la escuadrilla en un rincón del hall, el desagradable olor a sudor y a celo masculino. La cercanía de la muerte avivando instintos, ¡carpe diem!. Solo una visita a Toledo le dio material para contar a sus relaciones en París. Acompañó al corresponsal de L’Humanité, George Soria; vio en primer plano la muerte, la destrucción, la insensatez que le aleja cada vez más de su marido y su mundo. Ya no es la Clara que inspiró el personaje de May en La Condition humaine, la militante. Hasta los comentarios plagados de consignas de su acompañante la dejan ya indiferente. No lo sabe, pero al cabo de un año, André se sincerará en L’espoir utilizando la voz del personaje de Guernico, con reflejos de su amigo José Bergamín: “no puedo batirme cuando ella está aquí”.
Parece que el avión ha llegado, hay movimiento en Barajas. Sacudiendo sus cabellos para alejar reflexiones, coge el bolso de mano y se dirige a la puerta. Ha construido su mundo con André basándose en la aventura y ahora es esta la que le aleja de él. Ya no son los viajes a Indochina o a Moscú, ahora se muere por las calles, lo ha visto en Toledo. La muerte, tan presente siempre en la obra del premio Goncourt, marca una diferencia insalvable. Piensa en Flo, su visado para una nueva vida que deberá ir construyendo a partir de ahora.
Sin embargo, en setiembre volverá. Nuevos intentos de recuperar lazos perdidos no tendrán éxito. Salvo alguna tertulia con integrantes de la escuadrilla, alguna conversación con periodistas, la intimidad sigue agriada. Clara, políglota, se desenvuelve bien con corresponsales alemanes, ingleses, rusos o italianos. A pesar de ello, André, que no habla otras lenguas, trata de eludir su ayuda cuando debe relacionarse con ellos. Después de una cena con Bergamín, a quién conocen desde París, agradable, profunda en sus análisis políticos, el epílogo en la habitación es de franca ruptura. Malraux hace la guerra, y en ella no cabe el amor, ni el sentimentalismo. Ella le sigue recriminando la anarquía, la irresponsabilidad de algunos de los aviadores, que él no consigue atajar dado su desconocimiento del mundo aeronáutico. Cuando Clara afirma que la guerra está perdida, que no hay ninguna posibilidad de éxito, y que por lo tanto maldito el esfuerzo que está haciendo él, André la acusa de derrotista aludiendo a que se va consiguiendo la organización que no fue posible en los primeros días, gracias a la aportación comunista, y que con ella se conseguirá la victoria final, y cuando ello suceda, él quiere estar ahí y haber contribuido… y que se sepa.
Hasta los celos han dejado de ser un acicate. Clara lo intentará en una brevísima relación con un piloto. A finales de mes, Clara llega a Madrid acompañando un grupo de mujeres comunistas, para entregar un banderín al Vº Regimiento. Malraux está en Checoslovaquia intentado comprar aviones. Ella, después de la ceremonia, regresa al Hotel Florida. El conserje le aconseja cambiar de habitación, evitando las que den al exterior, de gran riesgo al haber empezado ya los bombardeos sobre la ciudad. En el recorrido ha visto las primeras trincheras y sacos terreros en las calles de Madrid. Dirá en sus memorias: “Cette nuit-là j’ai dormi dans les bras d’un homme”[v]. Se sabrá. Al día siguiente, el periodista Louis Fischer le dirá: “Eres tonta, Clara. Debías haberte acostado conmigo. Yo ahora soy un hombre libre”. Pero ella no quiere atarse. Encontró a un compañero de la escuadrilla y sucedió. Punto. Y antes de partir de nuevo hacia París, se lo contará por escrito a su marido en una carta que después, en otra visita al hotel, buscará para destruirla, pero que no encontrará.
A su vuelta de Checoeslovaquia, Malraux estará un corto tiempo con Clara en París. No hablarán de ello, el tema España y la escuadrilla es terreno minado. Pero seguirán las disensiones. Él regresa con su escuadrilla para vivir otro hecho luctuoso que también reflejará en la novela y en Sierra de Teruel: la muerte de Viezzoli. (Ver fotograma Secuencia II)
El 30 de setiembre, un avión Potez 540 pilotado por Deshuis es atacado por cazas Fiat italianos en las cercanías de Talavera, al oeste de Madrid. El piloto sale indemne, pero hay tres fallecidos: el francés Blondeau, un mecánico español y el italiano Giordano Viezzoli, miembro de Justizia e Libertá. Aparecerá, con riqueza de detalles, bajo el nombre de Marcelino Rivelli, en la Secuencia II de Sierra de Teruel, y también en La esperanza, donde narra[vi]: “Tres heridos, tres muertos. Faltaba un ametrallador que bajó mucho después que los otros… Ciego… Como a Marcelino lo había matado una bala en la nuca, estaba poco ensangrentado. A pesar de la trágica fijeza de los ojos que nadie había cerrado, a pesar de la luz siniestra, la máscara era hermosa”. Y añade el comentario de una de las camareras del bar donde han llevado el cadáver: “Hace falta por lo menos una hora para que se comience a ver el alma”.
Ante el acoso franquista que se vive en Madrid, el gobierno de la República decide trasladarse a Valencia a primeros de noviembre. La escuadrilla se ha ido desplazando y ha recalado finalmente en el único aeropuerto aún republicano, en Alcalá de Henares. A las poca semanas se desplazarán a Albacete. Quede como testimonio de lo vivido en el Hotel Florida, las palabras de Mijail Koltsov[vii], el fiel corresponsal de Pravda que en 1942 será fusilado en una de las purgas de Stalin:
“Aquí viven los aviadores e ingenieros de la escuadrilla internacional, que llevan deportivas camisas de seda desabrochadas, navajas y parabellums en fundas de madera colgadas al cinto. Al principio querían hacer venir a sus mujeres, no les dieron permiso; ahora ya no lo piden -las mujeres, se han encontrado en Madrid-. Por la noche suele haber escenas ruidosas con salidas precipitadas al pasillo, de modo que los periodistas y unos diputados socialistas extranjeros se quejan al director. Entre los aviadores hay hombres valientes y fieles; éstos se agrupan en torno a Guides: se les ve poco por el hotel, a menudo hacen noche en el aeródromo. Hay unos diez hombres que son indudables espías y una docena de haraganes, que intrigan escandalosamente contra André y Guides sentados a la barra del bar. ; Les dan carracas en vez de aparatos! i No van a acabar suicidándose en el estúpido cielo de este país de locos sólo por satisfacer el amor propio de alguien!
Aquí hay antiguos gánsteres norteamericanos, transportadores de alcohol del destacamento aéreo de Al Capone, buscadores de aventuras de Indochina y un desilusionado terrorista italiano que escribe poemas”
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[i] THORNBERRY (1977). Pág. 44
[ii] La hija de Clara y André Malraux, nacida en 1933, falleció en París en 2018.
[iii] HIDALGO DE CISNEROS (1977). II. Página 196 para González Gil, muerto en el frente de Guadarrama. Malraux evocará en La esperanza el error de que el entusiasmo lleve a gente imprescindible para la República, a dejarse matar como un soldado cualquiera. Por su parte, Núñez de Prado fue fusilado por Cabanellas, al ir a Zaragoza a negociar una paz acordada al principio del levantamiento.
[iv] THORNBERRY (1977). Pág. 46
[v] MALRAUX, Clara (1976). Pág. 139
[vi] MALRAUX, André (1995). Pág. 235
[vii] KOLTSOV (2010) Pág. 117
1.4.- MADRID – ALBACETE – VALENCIA
La Escuadrilla España no acaba de encajar en la estrategia bélica de la República. La No intervención bloqueando las fronteras, la mala gestión en las compras y la falta de previsión del gobierno en la etapa previa a la sublevación, ponían en graves aprietos a la cada vez más inferior aviación republicana. Su jefe, Hidalgo de Cisneros, cita con tristeza[i]: “Llegó un día de triste recuerdo, en el que tuve que dar en singular la orden de salir al aire: que salga el caza”
En los últimos meses de 1936 la situación se ha vuelto insostenible. El avance de las tropas rebeldes ha ido copando los diversos aeródromos de la capital. Los aviones alemanes desde Ávila y los italianos desde Talavera, más los Junkers franquistas de Navalmoral de la Mata y Escalona los bombardean regularmente, así como criminalmente a la población civil de Madrid. A finales de octubre han empezado a llegar algunos aviones rusos, con sus tripulaciones y técnicos. La relevancia de la Escuadrilla España ha ido a menos debido a su anárquica colaboración y a tener gran parte de sus aparatos dañados, siendo muy difícil y costosa su sustitución. En este ambiente centralizador de las decisiones, con un importante peso de los asesores rusos, el propio jefe de la Fuerza Aérea, Hidalgo de Cisneros, se ha afiliado al Partido Comunista durante una estancia en Albacete4HIDALGO DE CISNEROS -II (1977): 210, donde se está reorganizando parte del ejército, a la vez que incorporándose y agrupando nuevas brigadas internacionales. Largo Caballero y su ministro de Marina y Aire, Indalecio Prieto, están pensando ya en buscar otros puntos donde consolidarse e iniciar la recuperación del terreno perdido. El gobierno deja Madrid para instalarse en Valencia, el 6 de noviembre, y gran parte de la aviación hará lo propio. El cerco de la capital parece insostenible, y los franquistas han instalado sus baterías antiaéreas cerca del único aeropuerto que queda útil: Barajas. Paul Nothomb[ii] llega a calificar el despegue de los poco maniobrables aviones como un verdadero “tiro al plato”. En el caso de Malraux y su escuadrilla, se desplazan también temporalmente a Albacete, en plena crisis interna.
El 18 de julio, Albacete había caído en manos de los rebeldes, aunque una semana después columnas de milicianos provenientes de Alicante y Murcia la recuperaron para la República. Pronto se convirtió en un importante núcleo de reagrupamiento de fuerzas, que en el caso de la aviación se basaba en el aeropuerto de Los Llanos. No era un lugar para grandes festejos, como recuerda el brigadista Keith Scott Watson[iii]
: “Siempre recordaré a Albacete como una de las ciudades más desagradables de España. Como muchos cruces de vías ferroviarias no tenía carácter propio. Tenía dos industrias principales: la manufactura de cuchillos mortales y un próspero, aunque sórdido, barrio de burdeles (Alto de la Villa)”.
De su breve estancia en Albacete hay pocas trazas en la novela L’espoir y tampoco en el guion de Sierra de Teruel. En este, hay dos secuencias en las que hay referencias al papel jugado por los componentes de la escuadrilla: la XXIV, en la que hay una clara alusión a Paul Nothomb, hijo de una rica familia de tendencias fascistas en el personaje de Attignies, y la XXVI, en la que algunos aviadores explican el porqué de su enrolamiento. Uno llega a decir: “Yo vine porqué me aburría”. Sin embargo, la situación no era tan plácida como se plasma en dicha escena.
En la España republicana, la guerra ha enfrentado dos visiones diametralmente opuestas, no solo de cómo afrontar la contienda, sino incluso de la escala de valores que debiera regir dicho comportamiento. Tanto en lo que podríamos denominar ambiente anarquista, en el que el voluntarismo era capital, como en el próximo al rigor organizativo soviético, la figura de los mercenarios está mal vista. Y durante la primera etapa de la escuadrilla, estos han sido imprescindibles ante la premura de contratación para dar respuesta al levantamiento. Es curiosa la reacción también del bando sublevado, que ha llegado a proponer a los pilotos de la escuadrilla una recompensa para traicionarla. Pero dejemos que sea el propio Malraux quien se lo cuente a Max Aub, su conocido, y pronto amigo, durante uno de los múltiples viajes de aquel a la capital francesa en búsqueda de fondos, personal y material para continuar la lucha con su escuadrilla.
Mediante comunicado fechado el 22 de noviembre de 1936[iv], el Ministerio de Asuntos Exteriores de la República, ha nombrado a Max Aub agregado cultural de la Embajada en París, en la que su amigo Luis Araquistaín es embajador desde el mes de septiembre. Malraux ha saludado al valenciano en una de sus visitas a la sede diplomática, en el 55 de la Avenue George V. Han salido al mediodía para comer en un restaurante cercano cuyo propietario es español.
—Querido amigo, ¿cómo te va?, ¿hace mucho que estás en París? —inicia Aub, después de haber pedido la obligada paella, concesión, sacrificIo para quién adora el guiso valenciano original.
—Dos días. Y de paso para Checoslovaquia. Me han hablado de dos De Havilland, aunque estoy escamado de anteriores ofertas, debo ir y verlos. Ayer contacte con dos pilotos que parecen fiables y vendrían voluntarios. Si consigo los aviones, ellos mismos podrían llevarlos a Albacete, o dónde nos lleven ahora, quizá Valencia.
—¿Fiables? Intuyo que has tenido problemas con alguno de los mercenarios. Las relaciones humanas siempre son difíciles, y no te digo en tiempos de guerra. Cuéntame.
Ha llegado la ensalada, vivos colores que Aub aliña mientras el francés reflexiona sobre si debe explayarse con aquel personaje. Parece fiable, Bergamín habla bien de él, pero a saber. Malraux no está en su mejor momento. Se habla ya de trasladarlos de nuevo, pero no de vuelta a Madrid. El frente de la capital está cubierto ahora por los rusos, y en Albacete no están haciendo nada de provecho. Aún no instalados completamente, se habla ya de un nuevo traslado. En el fondo no dejará de ser un alivio, sus “muchachos” son los únicos en Albacete que no dependen del intransigente Marty, lo que refuerza su imagen de ir por libre. Ni tan siquiera se alojan en las dependencias previstas para las Brigadas, en el antiguo Cuartel de la Guardia Republicana, sino en el hotel Regina. Al menos le habrá servido para reclutar algún voluntario entre los brigadistas que allí se agrupan. Antes de salir, los últimos: Maurice Thomas, Ollier y Galloni[v]. Poca cosa. Y además está Clara. Y Josette.
Su esposa, en los breves momentos a solas en el domicilio de la rue du Bac, no cesa de reprocharle sus devaneos con otras mujeres. La generalización evita respuestas elaboradas por parte de él. No le habla directamente de Josette a la que ella menosprecia. Dice a sus amigos[vi]: “André s’amuse avec la petite Clotis”. Se ven poco, él acude esporádicamente para ver a su hija Florence, y cuando sucede hay mal ambiente. Ella sigue acosándole para que deje ya su aventura militar española, lo que provoca en Malraux un cansancio que no puede permitirse (a pesar de ello veremos como aún sigue acompañándole a España de vez en cuando). La evita en lo posible, pasa más tiempo en el hotel Elysée Park, con su amante. Josette, su cuerpo, sí, pero también sus ansias, el no tener nunca bastante, utilizando el oficio de escritor como un reclamo. Le dice en una carta[vii]: “Debe usted escribir, André, es indispensable, o morirá loco de no escribir. Dice usted que la tarea que se ha fijado allí está a punto de terminar. Si regresa a París, habrá cien mil personas aferradas a usted, conferencias, llamadas, peticiones de todas partes. Ha hecho todo lo que le era posible hacer en España… Es más útil escribir, no hay nada más importante que los libros”. Así, a medida que ella vaya agrandando su papel de “reposo del guerrero” se irá también gestando la que será la gran obra de André sobre la guerra civil: L’espoir.
Comen. Malraux duda en abrirse. Sus reticencias respecto a la influencia soviética en el desarrollo de la guerra, ahora reforzadas por sus encontronazos con André Marty, y la apatía con que sus quejas son acogidas por Hidalgo de Cisneros, le hacen dudar ante este escritor, que es socialista hasta la médula, pero del que desconoce su posicionamiento respecto al comunismo. Quizá con una anécdota valga. La inicia después de contemplar la paella que les ha mostrado un sonriente camarero para después depositarla en el centro de la mesa, al estilo valenciano.
—No, no son fáciles. Y yo soy muy exigente. En julio era necesario reclutar a quién fuera, pero ahora ya no. Voy desprendiéndome de los mercenarios. Además, no hay dinero y cuando las nóminas se atrasan, su rendimiento aún baja más. Y a veces no se trata solo de querer o no subirse a un avión. El otro día…
Max levanta la vista. Le encanta que aquel prestigioso escritor se abra a su interés. Incluso piensa pedirle que intervenga en el tema que ahora tiene entre manos, la Junta delegada para la expansión cultural de España. El que en ella esté un amigo común, Louis Aragon, facilitará las cosas. Pero no quiere interrumpirle. El francés, con el tenedor en la mano, sigue:
—Hace tres días eché a uno. No fue fácil. Es curioso, pero existe una especie de complicidad, de camaradería, entre los mercenarios que nunca hubiera sospechado. Incluso hubo algún intento de motín. Pero ya está, al día siguiente, Leclerc volaba ya hacia Francia.
“¿Ya está? ¿Y la historia? Esto no puede acabar sin más”.
—¿Qué había hecho el tal Leclerc para merecer la expulsión?
—Casi desde el principio, ha habido reticencias y discrepancias entre los voluntarios y los mercenarios. Algunos son buenos, excelentes pilotos o mecánicos, pero unos pocos han venido al calor de la retribución, que te digo firmemente que no merecen. Las prisas en el reclutamiento no fueron buenas. Pero desde que sabemos que la Junta Técnica de Franco ofrece 40.000 francos al piloto que pase un avión a la zona rebelde y 20.000 para quién inutilice un aparato he decidido hilar más fino[viii]. Hubo un incidente en el que perdimos un avión[ix], con varios muertos. Iban dos aparatos Potez: uno, el Jaurès, se partió por la mitad; el otro, incumpliendo órdenes, regresó a la base cargado con todas sus bombas. Ello, además de peligroso, era intolerable. Pero Leclerc era un personaje muy peculiar, que con su indisciplina envenenaba a los demás pilotos. Siempre quejándose, maldiciendo y además presumiendo de sus hazañas como contrabandista. No podía permitir que ello minara aún más la moral de los pocos que quedaban, así que lo llamé para ver de arreglarlo. Me insultó, a mí y a los demás. No tuve otra alternativa que rescindir el contrato. Al día siguiente lo mandé en avión de regreso a Francia, con la orden de no volver nunca más a España. Aún tuvo arrestos de decirme: “¡Volveré cuando me dé la gana!, cretino inmundo. ¿Me tomas por un sirviente?”. Lo hubiera matado allí mismo.
Aub lo mira comprensivo. Él está acostumbrado a los rifirrafes de la embajada, a las luchas entre intelectuales celosos y ambiciosos, más cuanto más mediocres, incluso a las rencillas de partido, pero aquello era la guerra; hombres que se jugaban la vida. Se jugaba el futuro de la nación. Y comprendía que no podía permitirse que ningún mercenario sin escrúpulos pudiera mermar la moral del ejército. Crecía la empatía entre los dos hombres, cada uno en su esfera, todos con la misma esperanza de un mundo mejor, ahora amenazado por el fascismo, en España, pero también en el resto del mundo.
La paella no entrará en la historia. El patrón, gallego, puede tener otras virtudes, pero no la de cocinar como los valencianos. Sin embargo, ambos han rebañado los restos. A principios de diciembre, en París, el gris es el color dominante. La fina lluvia exterior Invita a tomar un orujo antes de salir.
Malraux agita su flequillo como para pasar página. Su compañero se lleva la mano medio cerrada a la boca, para indicar al patrón que quieren dos vasitos de licor. Este pregunta con ojos picarones: ¿orujo? Max asiente con una sonrisa.
—¿Sabes?, ahora la escuadrilla se llamará Escuadrilla Malraux.
—¡Caramba! Felicidades. Te lo mereces.
—Fue idea de Nothomb[x]. Y pensar que al principio desconfié de él.
—Hoy en día no te puedes fiar de nadie. ¿Nothomb? —añade Max, por decir algo, por prolongar las confidencias.
—Sí, Paul Nothomb, un buen hombre. Llegó a Madrid en septiembre. Comunista convencido, aunque proviene de una familia rica y su padre tiene planteamientos cercanos a los nazis, según me dijo él mismo.
—Le nombré comisario político de la escuadrilla. A pesar de las reticencias del partido comunista, lo hice y no me he arrepentido. Está dispuesto a todo. Lo demostró en un lance, no hará ni tres semanas.
Traen los dos vasitos de orujo. Dan el primer sorbo y con los codos en la mesa, se disponen a seguir con el relato. Va cuajando una amistad que durará el resto de sus vidas.
—Fue en la zona de Ciudad Leal —nombre republicano de la antigua Ciudad Real—. Volaban en el único Bloch que nos queda, cuando una avería en un motor les obligó a hacer un aterrizaje de emergencia. La zona era peligrosa, tierra de nadie, o de todos según se mire. Luego me contó que tuvo dudas sobre su copiloto, pensando que el incidente se debía a que quizá había cortado la válvula del combustible para provocar el aterrizaje y pasarse con el aparato al enemigo[xi]. De hecho, ya en el suelo, indemnes salvo unos rasguños, vieron cómo se acercaban algunos bultos, escondidos entre la maleza, y no sabían a qué bando pertenecían. En aquel momento, el resto de la tripulación vio como Paul se lanzaba a su encuentro, con una pistola en ristre. Por suerte, eran republicanos. Pero me dijo, y estoy seguro de ello, que si llegan a ser fascistas, antes de caer prisionero hubiera descerrajado a su segundo piloto de un tiro. Un tipo peculiar.
Malraux queda mirando fijamente el vasito casi vacío. ¿Hasta dónde llega la fidelidad de un hombre a una idea? Depende, claro, de cada uno, se dice para sus adentros. Pero el empecinamiento del tal Paul, luchando contra su familia, incluso contra su partido que no se fía de él, para luchar a su manera contra el fascismo… ¿por qué se habría afiliado? Algunos, sin pruebas, insinuaban que podía ser un espía, un infiltrado. Sin embargo, sus acciones demostraban lo contrario. Era un hombre de acción, lo que el francés admiraba. Sí, no se había equivocado al nombrarle comisario político a la muerte del anterior.
Da un vistazo al reloj. Ha ido demasiado lejos. La paella, o el orujo, empiezan a ocasionarle ardor de estómago. Además, se ha prometido a sí mismo conseguir una nueva reunión con Cot. La tarea de André, intentando coordinar a los diversos fabricantes de aeroplanos, es agotadora. Se da cuenta que Francia está en retraso respecto a los aviones alemanes que se empiezan a ver en España. No será fácil, los posicionamientos políticos de los industriales están muy distanciados, desde el favorable a la República española Henry Potez, amigo del ministro, al descaradamente partidario de la extrema derecha Émile Dewoitine. Pero su amigo Jean Moulin, segundo de Cot, le ha prometido ver de hacer algo. Por hoy ya es suficiente. Además, este español que nunca ha empuñado un fusil, ¡qué va a saber de aviones! Pero no quiere despedirse dejando un mal sabor de boca.
—Bueno Max, gracias por la paella. Estaba buenísima —“miente como un bellaco”, piensa el español—. Por cierto, si puedo mañana pasaré por Gallimard. Tengo algún asunto pendiente, y quizá puedan hacerme un adelanto que me irá bien para el viaje a Praga. Les hablaré de ti. Ya sabes que tu … no sé qué Petreña me encantó[xii]. Aún está lloviendo.
—Te dejo el paraguas. Yo estoy a dos pasos.
—No gracias. No sé cuándo podría devolvértelo. Mejor busco un taxi.
Se levanta y cogiendo el abrigo del perchero de la entrada, sale precipitadamente a la calle. Max y el dueño del restaurante se miran. Las prisas del francés han resultado casi cómicas. Al pagar, el escritor apuntará:
—Amadeo, cuántas veces he de decirte que abusas de la cebolla. Si es por tu morriña, vale, ponle un poco, pero nada más. ¡Ah! Y el chorizo, para el bocadillo. Soy valenciano y sufro viendo estos sacrilegios.
—Amén —cierra el restaurador, que sabe que aquel hombre volverá, no por su paella, una mera concesión al francés, sino por su pulpo. Y su ribeiro, claro.
Al día siguiente, después de una tormentosa reunión con el ministro de Asuntos Exteriores francés, Léon Delbos, en la que no conseguirá que este cambie su posición respecto a la No Intervención, André Malraux partirá hacia Checoslovaquia, donde tampoco tendrá éxito en la compra de aviones. Cuando vuelva a España, irá de inmediato a la base de La Señera, cerca de Valencia, donde encontrará lo que queda de su escuadrilla, preparándose para dar apoyo a la toma de Teruel. Por su parte, Max Aub se recriminará no haber tenido ocasión de hablarle de la Junta delegada. “Bueno —se dice—, ya lo hará Aragon algún día. Ahora tampoco hubiera estado por la labor”.
[i] HIDALGO DE CISNEROS (1977-II). Página 206.
[ii] NOTHOMB (2001). Página 23.
[iii] SCOTT WATSON (2014). Página 167.
[iv] MALGAT (2007). Página 58.
[v] LACOUTURE (1976). Página 231
[vi] BONA (2010). Página 303
[vii] CHANTAL (1976). Página 89.
[viii] SALAS LARRAZABAL (1972). Página 120.
[ix] Basado en el relato de La esperanza. MALRAUX (1997). Página 343 y ss. Sobre el personaje del mercenario Leclerc, es curioso el comentario de Paul Nothomb (NOTHOMB (2001) página 23): “el caso de ese gánster confeso o pretendido a quién Malraux llama Leclerc en L’Espoir, que de tan gordo y redondo que estaba lo describe flaco y bilioso”. ¿Cuál era el verdadero nombre del personaje, Leclerc en la novela? En la realidad, según THORNBERRY (1977) -página 207 y ss.-, algunos de los pilotos mercenarios fueron: Bernay, Bourgeois, Darry, Heilmann y Thomas, que lo eran de aviones de caza, y Cazenave, Gensous y Hantz, de bombarderos. Podría ser cualquier de estos tres, u otro dado que la lista no es exhaustiva.
[x] Algunas referencias pueden llevar a confusión, dados los seudónimos del autor. Por ejemplo el nombre de Julien Segnaire, que Paul Nothomb (1913-2006) utilizó a partir de un episodio oscuro de su vida, al final de la II Guerra Mundial, cuando fue arrestado y condenado por traición, aunque posteriormente rehabilitado. (https://fr.wikipedia.org/wiki/Paul_Nothomb) El episodio ha sido reflejado en el documental Trahir? dirigido por Georges Mourier (2000). También firmó artículos periodísticos con el nombre de Paul Bernier. Su perfil controvertido merece una biografía. Ver una entrevista con él en la página de VIDEOS.
[xi] Suceso narrado por el propio Nothomb (en el texto, bajo el nombre de Atrier) en su novela autobiográfica El silencio del aviador. NOTHOMB (2005, páginas 111 y ss.)
[xii] Vida y obra de Luis Alvarez Petreña. Fue publicada por primera vez en 1934 en España por la editorial Viamonte. En Francia, no será hasta 1959, cuando Aub logre publicar una obra suya en francés. Se tratará de Jusep Torres Campalans, en la editorial Gallimard, eso sí, gracias a las gestiones de André Malraux, a la sazón ministro del recientemente establecido Ministerio de Cultura.
1.5.- ÚLTIMA ETAPA: SIERRA DE TERUEL
Se lo había dicho Nothomb por teléfono un par de días antes, aún en París: “Vas a tener una sorpresa”. Y la ha tenido.
Al bajar del avión en Manises, André ha visto al belga y a su esposa Margot de pie delante de un lujoso coche negro, debajo de un aparatoso paraguas. Después de los abrazos de rigor, él pregunta:
—¿Y esto?
—Regalo del comité local. Ya te contaré. Anda, entra en el coche, está diluviando.
Diciembre se ha iniciado con mal tiempo. La lluvia y el viento han impedido algunas de las operaciones previstas para la cada vez más mermada escuadrilla. Se acomodan en el interior del vehículo, saludando a Galloni D’Istria que está al volante, con una sonrisa mordaz.
—¿Ahora nos dedicamos al lujo?
—Es un Packard sedan serie 12. Comprado el año pasado. Carburador Stromberg EE-14, 8 cilindros, 110 caballos. Una bestia. ¡Per davvero!
El italiano entiende, habla con orgullo, como si fuera suyo.
—¿Quién nos lo ha regalado?
—No sé yo si regalar es la palabra adecuada —tercia Nothomb, algo incómodo en presencia de su esposa—. Los antiguos dueños, bueno, tuvieron un incidente.
—¿Y si lo reclaman?
—Dudo que puedan. Salieron de paseo —Galloni alude al paseo que dieron los de la CNT al matrimonio propietario—. Nosotros estamos en regla. El comité local nos lo dio con todos los papeles. Están muy orgullosos de que una escuadrilla tan prestigiosa haya recalado en La Señera. La Escuadrilla Malraux, ¡ahí es nada! —proclama sin un atisbo de ironía.
Quince minutos después de salir de Manises, por la carretera de Madrid, antes de llegar a Chiva, cogen el desvío a la izquierda para entrar en la Masía Aldamar. Malraux indica que antes quiere ir al campo de aviación, dos kilómetros más adelante, pero Nothomb le disuade visto el tiempo perro que reina en la zona.
—En casa te están esperando Guidez y Marechal. No es el palacio de Torrente, pero es suficiente.
—De acuerdo, arranca. Pero mañana a primera hora quiero ver el estado de los aviones.
Al bajar del coche, Paul toma a André por el brazo y le indica un vehículo aparcado a la izquierda: Mira, le dice. Un autocar con el lateral marcado con un enorme letrero: AVIATION MILITAIRE, ESCADRILLE ANDRÉ MALRAUX, circundando una estrella cruzada por unas alas. A su lado, un camión de fabricación rusa, con su puerta marcada: Aviation Malraux.
—Hemos marcado todos los vehículos. Que se sepa quiénes somos.
Sin dar respuesta, el escritor se dirige al interior del enorme edificio de dos plantas. Atraviesa un batiburrillo de gente hablando en voz alta, algunos en ruso, y llega a una sala donde los suyos le esperan. Es casi la hora de cenar. Le aplauden. Con una sonrisa, abre una gran bolsa que lleva consigo:
—Aujourd’hui on va bien bouffer.
Sin embargo, percibe caras largas. Guidez se le acerca y susurra al oído:
—Murió Allot[i]. No te lo dijimos porqué bastante tenías en París.
Ante la cara de sorpresa e ira de Malraux, añade:
—Veníamos de Torrente, con el camión que has visto al entrar cargado hasta los topes. Él iba encaramado en la caja, resbaló y cayó de espaldas. Mortal de necesidad. Mala suerte. Lo llevaron a la masía Forriols, pero no hubo nada que hacer. Lo enterramos anteayer en Chiva. Pobre François. Si quieres mañana vamos.
André pide un minuto de silencio, entorpecido por el ruido y los gritos de la sala contigua donde están cenando los pilotos de los Moscas y Chatos rusos.
La cena transcurre con menos algarabía de la prevista. Los envases de rillette se terminan en un plis-plas. Los macarrons, ayudados por la presencia de coñac español, cierran el acto. El ahora coronel Malraux concluye:
—Muchachos, a dormir. En unos días vamos a tener mucho movimiento y debemos estar en plenas condiciones.
Lo hacen. Al dirigirse a los dormitorios, Guidez se excusa:
—No tiene el confort del dormitorio-capilla de Torrente, pero es lo que hay. Ahora dicen que quieren habilitar un hospital para Aviación en Lo Vedat. Al menos ahora tenemos cazas rusos a mano, aunque están más centrados en proteger la ciudad, en especial su puerto, que en acompañarnos en nuestras misiones. Ya verás: el aeropuerto tiene dos pistas: una norte-sur, y otra algo más larga este-oeste, unos 1.300 metros[ii]. Pero no hay iluminación permanente. Solo la hay en Manises. Ni aquí, ni en Sagunto ni Llíria la hay. Pero si es preciso nos apañaremos. No sabe el experimentado piloto que ello dará pie a varios planos de la futura película, cuando buscarán en los pueblos cercanos coches para que con sus faros iluminen el despegue de dos Potez.
Pasan dos días de toma de contacto, de revisión del material restante, de prácticas de tiro. Durante este tiempo, André es informado de que a mediados de mes, la XIII Brigada Internacional llevará a cabo repetidos ataques en la zona de Teruel, para evitar que los rebeldes puedan destinar más tropas a la zona centro, donde realmente se juega el futuro de la guerra, y en el momento en que Franco ha lanzado un nuevo ataque en la zona de Boadilla del Monte. Para ello, la escuadrilla deberá dar todo el apoyo posible, con incursiones diarias de bombardeo de lugares estratégicos. A veces contarán con apoyo de los cazas rusos. Saliendo del ministerio, Malraux ha visto en la plaza España un enorme cartel recordando la necesidad de extremar las precauciones, con el enemigo a menos de 150 kilómetros, en Teruel.
Será un primer intento de conquistar Teruel, cosa que no se conseguirá hasta un año después. A los batallones internacionales Chapáyev, Henri Vuillemin y Louise Michel, se les unirá también la 22ª Brigada de Francisco Galán. A pesar de contar con artillería y el apoyo aéreo, no podrán entrar en la ciudad, y sufrirán sensibles pérdidas, viéndose forzados a finales de año a regresar a Albacete para reorganizarse. Quizá el escritor pensaba en estos lances cuando, en la secuencia III de Sierra de Teruel, menciona la brigada de Jiménez, como la que debe volar un puente en apoyo del pueblo sitiado de Linás.
Llegamos así a los días que serán cruciales, tanto para la escuadrilla como para el propio Malraux, y que tendrán un conmovedor reflejo en las escenas finales de su emblemática película.
El día de Navidad de 1936, ha sido de gran ajetreo en La Señera. Se prepara un ataque conjunto de bombarderos republicanos y de la escuadrilla Malraux, apoyados por cazas rusos, en un último intento de entrar en Teruel. Una comida algo más lucida que la habitual, con más botellas de vino y pasteles hechos en el pueblo, no han sido suficientes para distraer un día dedicado a engrasar ametralladoras, revisar motores y, también, en escribir cartas a la familia o al último enamoramiento local.
Al día siguiente, 26 de diciembre, un solo avión efectúa ya una primera incursión, bombardeando la central eléctrica, lo que comprueba dando una segunda vuelta de verificación, así como verificando la potencia y ubicación de la defensa antiaérea de la capital turolense. Han vuelto sin contratiempos, al no presentarse los cazas franquistas. Incluso Raymond Maréchal ha podido hacer alguna fotografía con su inseparable cámara, desde su puesto de ametrallador.
Pero al día siguiente la situación cambia. La operación, con el buen recuerdo de la última expedición, se ha planteado con mayor ambición. Han apalabrado con los pueblos cercanos su apoyo al despegue. Saldrán dos Potez, el S y el Ñ, que serán tripulados respectivamente por Jean Darry y por Marcel Florein, con Bourgeois como segundo piloto5THORNBERRY (1977): 216. André Malraux quiere ser partícipe de la hazaña, intuyendo que será una de las últimas a las que podrá tener acceso. Ha pedido ocupar el puesto de ametrallador.
Se acomoda, su mente activa empieza ya a pergeñar breves esbozos de lo que será su novela, no piensa aún en la película. Sabe que tiene más de media hora de navegación tranquila, hasta que, cuando sobrevuelen Barracas, se les unan dos Potez más de la aviación republicana. Con gran enfado, ha sabido por el responsable ruso que los cazas no estarán listos hasta dentro de unas horas. No se preocupe, monsieur, ustedes van al norte y después al este, nosotros nos dirigiremos directamente noroeste. Les protegeremos en Teruel. Durante el trayecto no nos necesitan —ha dicho con aire de suficiencia, de quién se sabe imprescindible y reconocido por las máximas autoridades, frente a un escritor venido a guerrero, que mientras sueña sus hazañas no se da cuenta de que de su armadura solo van quedando jirones.
El Potez Ñ despega sin dificultad. Instantes después lo hace el S. En su interior, a los pocos segundos, una imprecación:
—¡Demasiado peso!, ¡las bombas!
Darry, piloto de caza que se ha adaptado a los pesados Potez, se da cuenta demasiado tarde del error al cargar el aparato. Malraux se agarra como puede a la ametralladora, mientras oye rodar objetos por el interior de avión. Este se ladea peligrosamente. El piloto intenta enderezarlo, lo que provoca que pierda aún más altura. Ve unos setos que pueden, quizás, amortiguar el golpe. El gran peligro está en las bombas que lleva en su parte inferior.
El avión ha capotado. Quedará inservible durante una temporada. Uno más. De la cabina, jurando y maldiciendo, desciende la tripulación. André Malraux tiene sangre en la rodilla. Guidez y otros han acudido corriendo y esperan al lado del aparato.
—¿Y André? —preguntan a los primeros que asoman la cabeza.
—Creo que bien, al menos ha podido salir del puesto de ametrallador. Con dificultad, pero se mueve. Ahora saldrá —indica Jean Darry, con un hilo de sangre bajando por la frente.
Al poco sale el coronel, agarrándose la rodilla izquierda.
—¿Cómo estás, jefe?
—Bien, bien. Algo mareado, dolor al andar, pero bien. ¿Y el aparato?
—La cabina donde estabas es la más dañada, La hélice izquierda rota, una rueda.
—¿Las bombas?
—No se han soltado. Salgamos de aquí. Luego nos ocupamos —Guidez, el segundo de Malraux coge la iniciativa.
Entre dos cogen a André por los hombros. Cuidado, dice él al de la izquierda. Lo llevan hasta un coche, donde ya está sentado Darry. Parten hacia la masía Altamar, donde tienen la enfermería.
El Potez S ha quedado dañado. Tardarán casi un mes en repararlo. Pronto estarán listos para volar de nuevo el P y el B. Esto es todo lo que queda, junto al Ñ, que en estos momentos, junto a dos bombarderos más de la aviación republicana que despegaron de Barracas, enfila dirección oeste hacia Teruel.
Malraux no tiene nada roto. Le vendan la pierna izquierda, inmovilizando la rodilla, después de desinfectarla. Ahora está ya en el comedor, sentado ante una taza de café, la pierna extendida,
—¿Se sabe algo de Florein?
Guidez duda. Sabe que montará en cólera.
—No, creo que todo va bien. Excepto…
André lo intuye, pero deja que sea el quién lo diga. Fuera el día nublado anuncia una espera gris.
—Los Chatos aún están ahí.
El coronel arroja la taza contra la pared. Al oír el ruido, entran Pons, el administrador, y un par de pilotos.
—¿Qué pasa, jefe?
—Nos dejan solos. Hidalgo de Cisneros se queja de que vamos a nuestro aire, y son los rusos los que hacen lo que les parece, sin pensar en el resto, ¡y menos en mi escuadrilla!
Abel Guidez intenta suavizar la situación.
—Me han dicho que en media hora…
Pons, con su carácter apacible:
—Tranquilo, jefe, todo irá bien. Los Chatos son rápidos. Llegarán a tiempo. Van en línea recta. No han de dar el rodeo por Barracas. Se encontrarán todos sobre Teruel.
—¡No! ¡Intolerable! Ahora mismo llamo al Alto Mando. ¡Me van a oír!
La línea no funciona.
Malraux no quiere que sus hombres vean como pierde los estribos. Se encierra en su cuarto. Fuma compulsivamente. Mira por la ventana. Al frente, la Sierra Calderona, de moderada altura, agrisada por las nubes amenazantes. Quisiera dar un salto, poder al menos ver el Potez, regresando ya de su misión, sobrevolando el Maestrazgo. Se asoma a la puerta, grita:
–¡Que alguien me avise cuando haya línea con Valencia! —y cierra dando un portazo.
Hacia el mediodía se ha recuperado la línea. Ha llamado a Aviación, pero solo le ha atendido alguien de segunda fila. Ha colgado sin despedirse. Deciden comer algo.
Lentejas con arroz. Eso sí, naranjas no faltan. Toman café y un calvados que tenían para las grandes ocasiones, cuando un soldado acude frenético.
—Coronel, le llaman de Barracas —no sigue, tiene miedo de la reacción.
Malraux acude. A medida que va oyendo a su interlocutor, se le va ensombreciendo la cara. Aprieta con saña el auricular. Mira a Guidez, a Pons, a Nothomb y a Margot, su esposa. Ellos, en silencio, ansiosos. Se les acerca renqueando. Los mira.
—El Ñ se ha estrellado.
Un silencio preñado de desánimo.
—Eran el coronel de Barracas. Sus dos Potez han regresado. A uno lo tocaron, pero pudo aterrizar. Tres heridos. Han visto como Florein se desviaba de su ruta, posiblemente para esquivar los Heinkel que han llegado de improviso. Ha sido un combate corto. Los rusos —calla un instante para no maldecir, no le interesan ya. Los suyos… — llegaron y los ahuyentaron. Pero el Ñ no giró hacia Barracas. Se ha estrellado. Aún no saben exactamente dónde. Pons, rápido, el coche. Me voy allá.
Todos se levantan. Él corta, autoritario:
—¡No! Voy solo. O, mejor, acompáñame tú, Pons. Tendremos que hablar con las gentes del lugar.
A los cinco minutos, el Packard sale raudo, conducido por Galloni, y los dos hombres callados detrás.
Empieza aquí la parte más emotiva y emblemática de la historia que André Malraux reflejará con gran riqueza de detalles en su novela L’espoir y posteriormente en la película Sierra de Teruel.
El coche llega a Mora de Rubielos. No se han parado en Barracas. ¿Para qué?, ya les han dicho que los dos aviones suyos han regresado. La ubicación estratégica de la población la harán capital de la comarca durante el futuro asedio a Teruel, a finales del año próximo. Tiene algo parecido a un hospital en la escuela. Allá se dirigen.
—Escuadrilla Malraux. Sabemos de un avión nuestro que se ha estrellado arriba en la montaña. ¿Saben algo?, ¿pueden ayudarnos?
—Sí, han llamado desde Valdelinares. Al oír el estruendo, algunos han ido a un prado donde ha caído el aparato. Uno del pueblo regresó para telefonear. Parece que solo hay un muerto, pero varios heridos graves. Hemos preparado dos ambulancias que están a punto de salir. ¿Quieren ir con ellos?
—Les seguimos en el coche.
Malraux piensa: “solo” un muerto. ¿quién será? ¿Florein?, ¿Maréchal?, ¿el bombardero Taillefer?[iii] ¿Qué será para ellos “un muerto” en plena guerra?
—Pasaremos por Linares. Si fuéramos por Alcalá de la Selva, no podríamos acercarnos fácilmente, Jabalambre es muy escarpado en esta zona. Tardaremos una media hora.
—Vamos. Deprisa —indica Pons, ante el nerviosismo de Malraux.
Han tardado 25 minutos. En Linares de Mora ya les esperan algunos lugareños. Se van arracimando en la plaza al salir de sus calles blancas y angostas, coronadas por la iglesia y las ruinas de su castillo por bonete. Miran el Packard, las dos ambulancias. No saben qué hacer.
Finalmente, uno levanta el puño. En silencio, le imitan todos. Se quedan allí, sin bajar el brazo, esperando un liderazgo que pronto asume Malraux. Este no quiere que su precario español ralentice la operación.
—Pons, diles si saben dónde está el avión, y que saben de los heridos.
Un campesino, pantalones de pana, chaleco negro y camisa blanca (sabía que venían forasteros), responde:
—En el valle. Pasado Valdelinares, en el camino a Alepuz. De dos a tres horas de camino. A lo mejor una de las ambulancias puede pasar, es camino carretero. Pero ya ha bajado un aviador con los primeros de allí que acudieron para ayudar. A los demás no pueden ellos solos.
—Y dónde está.
—En el ayuntamiento. ¿Quieren verlo?
No hace falta. Al saber de la llegada, Marcel Florein, el primer piloto, el único indemne, aparece corriendo. Sin saber que hacer, se abraza a Pons. Luego a Malraux:
—Coronel, que yo sepa, solo —“solo” de nuevo— ha muerto Belaïdí. Pero los demás están muy mal. Y en la nieve. Tenemos que ir de inmediato. La gente de Valdelinares hace lo que puede, les han subido mantas, hasta una olla con caldo, pero es difícil bajarlos. Además, está el material. El avión ha quedado destrozado, pero algunos elementos, como las ametralladoras, quizá puedan aprovecharse.
Habla atropelladamente. Jadea. André ha empezado ya a andar, sin saber bien hacia donde, pero no puede estar quieto. Le siguen los suyos y también dos docenas de habitantes del lugar. Uno, en la plaza, levanta la mano indicando el camino de Valdelinares, una pista bien trazada pero insuficiente para los vehículos. Al ver que cojea, de una casa sacan tres mulas. Malraux se sube en una y Florein en la otra. Pons les sigue a pie. Galloni sigue con los linarenses. Intentará subir algo con las ambulancias, pero a los dos kilómetros ya no les será posible[iv].
Mientras tanto, en el Potez, unas mujeres han llevado mantas y una olla cubierta por un saco para los heridos. No saben qué más hacer. Han visto como el que parecía el jefe, ha discutido a voces con uno de los aviadores, con la cara destrozada, sangrando abundantemente. Le ha cogido una pistola que este llevaba en el cinto.
Florein habla más sosegadamente con Malraux, a lomos de sus mulos conducidos por dos ceñudos campesinos.
—A Raymond le he tenido que coger la pistola. Se quería suicidar. Tiene la cara destrozada. Los cristales del puesto de ametrallador clavados por todas partes, una bala en el hombro. Por fortuna al parecer no ha perdido la visión, pero ha quedado hecho un desastre.
—Con lo que él aprecia su imagen. Se acabó su alegría. Tendremos que vigilarlo unos días.
—Sí, André. No será fácil. Belaïdi murió en vuelo. Nos ametrallaban por todas partes. Yo no podía controlar el avión. Los disparos destruyeron el altímetro y la brújula. Pude superar las montañas, y al ver el llano nevado, decidí intentar aterrizar. Pero el avión ha quedado inservible.
—Eso no es lo que me preocupa ahora. ¿Y los demás?
—Taillefer herido en la pierna, lo veo mal. Posiblemente habrá que amputar. Los demás, algunas heridas de bala que no creo que sean mortales, salvo infección. Croisiaux, tiene una herida en el vientre, pero no creo que afecte al hígado. Pero siguen allá arriba y hace un frío del demonio. Están conmocionados. No sé cómo yo pude salir y llegar a Valdelinares —añade vergonzante—. Los del pueblo se portaron muy bien. Subieron unas mujeres y algún hombre enseguida. Hay una docena de hombres y unos mulos preparados, esperando instrucciones cuando lleguemos.
Atraviesan Valdelinares, un pueblucho de mala muerte, casas medio en ruinas. La guerra ha incrementado la miseria y aún temen lo peor, si intentando llegar a Morella, los fascistas pasan por allí. Se lo cuentan a Pons en los veinte minutos que han tardado en llegar al Potez Ñ.
Unas mujeres con manto negro, cubierta la cabeza, alpargatas y calcetines de lana, les reciben con cara de alivio. Malraux, ayudado, baja del mulo,
—¿Y los aviadores? —espeta a la primera que se le acerca.
—¡Aquí! —desde el interior de lo que queda del aparato, la voz de Bourgeois. Estamos dentro, hace un frío terrible. Si no fuera por esas mujeres, ya habríamos muerto.
El avión tiene la cola partida y parte del fuselaje destrozado. Las alas caídas. Por suerte habían lanzado ya las bombas en Teruel, antes de ser atacados. En la parte central, acurrucados, los aviadores, un hombre y tres mujeres que les están dando caldo. Al verlo, Pons mira a Croisiaux y, cogiéndola amablemente de la mano, indica a la mujer: A este no le de caldo, está herido en el vientre. A lo que ella responde: Yo también tengo un hijo en el frente, y si lo hirieran quisiera que también le cuidaran.
Hacen lo que pueden, indicará el belga, renunciando a la sopa. En un rincón, Maréchal, encogido, queriéndose fundir con la chatarra, escondiendo la cara.
Les han vendado como han podido. Pons, práctico, empieza a rehacer los vendajes. Malraux que ha entrado en el interior, al ver el desastre, saca la cabeza y grita a los que van llegando:
—Preparad angarillas. Venga, cada minuto cuenta. Alguno podría desangrarse.
Con algunos mantos de las mujeres y un par de capotes que alguien ha aportado, consiguen colocar a los heridos. Taillefer andará con dos fornidos campesinos como muletas.
Malraux empieza a bajar acompañando a Maréchal. Habla con él. Intenta disuadirle de la intención de suicidio que le ha contado Florein. Ha llegado más gente del lugar, algunos con mulos o asnos y un rudimentario ataúd para el fallecido. Empiezan también a cargar el material que consideran aprovechable: una hélice, una ametralladora, unos visores… Pons se ha quedado para organizarlo. Antes de partir, Maréchal le ha confiado la cámara fotográfica que nunca le abandona. Le ha dicho: Yo voy a estar mucho tiempo sin poder usarla. Deja constancia de lo que aquí está pasando, de esta gente tan generosa, callada, casi con miedo a nuestros uniformes. Espero que se dejen fotografiar. Lo harán, la mayoría levantarán el puño[v].
Ya en Mora de Rubielos, se separa la comitiva. Una de las ambulancias lleva a Taillefer y Maréchal al hospital “Pasionaria” de Valencia, en el 208 de la calle de Sagunto, más capacitado que la breve instalación en la escuela de la localidad. La otra, acompañará a los heridos a las instalaciones de La Señera, siguiendo al Packard. En ella se colocará también el ataúd con el cadáver de Jean Belaïdi.
El 29 de diciembre de 1936, todo lo que queda de la escuadrilla está reunida en el cementerio de Chiva. También muchos chivanos y chivanas, con los que el grupo ha hecho buenas migas[vi]. Otros han acudido al llamado de algunas autoridades del gobierno que asisten también a los funerales, entre ellas la ministra de Sanidad, Federica Montseny. Jean Belaïdi había intentado entrar en España desde que supo de la colaboración de árabes en el bando rebelde[vii]. Hábil mecánico, siempre había querido volar. Cuando Malraux había reparado en él en Albacete, no dudó en contratarlo para la escuadrilla. De común acuerdo, se decidirá poner su nombre a uno de los Potez que quedan, el P, que veremos más adelante, en febrero, en la última operación aérea en Málaga.
El coronel Malraux, con uniforme, dice unas palabras, que finalizan así:
En el camino de regreso, pasando cerca de donde estaban las ametralladoras de los moros, en lo más profundo de la noche, solo oíamos el sonido de nuestra ambulancia. Entonces sentí que pasaba algo mucho más profundo, de mayor significado, que la muerte de nuestro querido compañero. Algo sin precedentes desde la primera batalla de la Revolución Francesa: Había empezado la primera guerra civil mundial[viii].
Durante el sepelio, un asistente de Montseny le indica a Malraux que en el hospital se ha decidido amputar la pierna de Taillefer. ¡No!, ha imprecado el coronel, con una voz fuerte que ha hecho girarse a muchos concurrentes.
A la vuelta, habla con Guidez.
—Abel, voy a confiarte la escuadrilla. Creo que voy a ser más útil en París, o donde sea, que aquí. Es preciso internacionalizar nuestra lucha. Si siguen ahogándonos en la frontera, la guerra estará irremisiblemente perdida. Marcho a París.
—Pero André, tu presencia aquí nos da fuerzas, aglutina al grupo. Además, a pesar de los rifirrafes, tu sabes como tratar a Aviación, tú puedes hablar con Prieto en un momento dado.
—No, no es ya el momento de hablar con nadie aquí. Los rusos lo controlan todo. Fíjate como han actuado con los Chatos. Quizá Jean no estaría muerto. Quizá Raymond no estaría desfigurado. No lo sé, pero si sé que esto se acaba. Hay que hacerlo con dignidad, aprovechando hasta el final el material que nos queda. Pero yo tengo ya otra misión. Te ruego que aceptes.
—Sí, claro. En pocos días podremos disponer de los tres últimos Potez, o al menos dos. Y tripulaciones hay, a pesar de los heridos.
Pero André está ya con la cabeza en otra parte.
—Me acaban de decir que quieren amputar la pierna a Taillefer. En cuanto acabe esto me voy a Valencia y me los traigo. También a Raymond. Y luego, en dos o tres días, vendrán ambos a París conmigo. No voy a permitir que mutilen a un compañero.
Costará algún tiempo más, por el transporte de Taillefer, pero en los primeros días de enero volarán los tres a París[ix]. Este salvará la vida del primero. Maréchal sobrevivirá hasta morir como resistente contra los nazis, colaborando con Malraux en Corrèze.
André Malraux ya no volverá, aunque seguirá con sus actividades promocionales de la causa republicana, como por ejemplo su presencia en un acto de la Asociación Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura, el 1 de febrero en La Mutualité, con el título: “Los escritores defienden la paz”, donde se avanzará en la organización del Congreso a celebrar en Valencia en verano. Las misiones de la última etapa serán dirigidas por Abel Guidez.
Reseñemos la última: la protección de los fugitivos de Málaga que, en su camino hacia Almería, eran atacados por mar y aire, a pesar de tratarse de civiles amedrentados. Me permito ofrecer un breve fragmento de Max Aub, el que será mano derecha de André Malraux durante el rodaje de Sierra de Teruel. La rica prosa del autor valenciano es la mejor imagen que podamos hallar del suceso.
En el cuento “El cojo”[x], el protagonista, un campesino que decide quedarse para ver de frenar las tropas rebeldes, contempla la comitiva que se ha venido a llamar La Desbandá:
A la mañana siguiente el Cojo subió a la carretera y se estuvo largo tiempo de pie, mirando pasar la cáfila. Venían en islotes o archipiélagos, agrupados tras una carretilla o un mulo: de pronto aquello se asemejó a un río. Pasaban, revueltos, hombres, mujeres y niños tan dispares en edades y vestimenta que llegaban a cobrar un aire uniforme. Perdían el color de su indumentaria al socaire de su expresión. Los pardos, grises, los rojos, los verdes se esfumaban tras el cansancio, el espanto, el sueño que traían retratado en las arrugas del rostro, porque en aquellas horas hasta los niños tenían cara de viejos. Los gritos, los ruidos, los discursos, las imprecaciones se fundían en la albórbola confusa de un ser gigantesco en marcha arrastrante. El Cojo se encontraba atollado sin saber que hacer, incapaz de tomar una determinación, echándolo todo a los demonios por traer tan revuelto el mundo. Los hombres de edad llevaban a los críos, las mujeres con los bártulos a la cintura andaban quebradas, las caras morenas aradas por surcos recientes, los ojos rojizos del polvo, desgreñadas, con el espanto a cuestas. Los intentos de algunos niños de jugar con las gravas depositadas en los bordes de la carretera fracasaban, derrotados implacablemente por el cansancio pasado y futuro. De pronto la sorda algarabía cesaba y se implantaba un silencio terrible. Ni los carros se atrevían a chirriar; los jacos parecían hincar la cabeza más de lo acostumbrado como si las colleras fuesen de plomo en aquellas horas. Lo sucio de los acalamones de cobre de las anteojeras empujaban los carromatos en ese último repecho; las carretillas, en cambio, tomaban descanso. Las mujeres, al llegar al hacho, rectificaban la posición de sus cargas y miraban hacia atrás. De pronto, el llanto de los mamones, despierto el uno por el otro. Una mujer intentaba seguir su camino con un bulto bajo el brazo derecho y un chico a horcajadas en su cintura mantenido por un brazo izquierdo, cien metros más allá lo tuvo que dejar; se sentó encima de su envoltorio, juntó las manos sobre la falda negra, dejó pasar un centenar de metros de aquella cadena oscura soldada por el miedo y el peso de los bártulos; echó a andar de nuevo arrastrando el crío que berreaba, […]
Los autos se abrían surcos a fuerza de bocina, la gente se apartaba con rencor. Mas ya no se corría y contestaba vociferando a los bocinazos, Por otra parte los coches se convertían en apiñados racimos que los frenaban. Alguno intentó pasar y el barullo acabó a tiros. […]
Al dar la vuelta y perder de vista el mar, la multitud se sentía más segura y aplacaba su carrera. Se veían algunos grupos tumbados en los linderos de la carretera. […]
Se oyó el motor de un avión, debía de volar muy bajo, pero no se le veía. Al ruido del motor levantaron la cabeza una veintena de hombres tumbados tras las bardas del jorfe. De pronto se le vio ir hacia el mar. El motor de la derecha ardía. Al mismo tiempo dos escuadrillas de ocho aparatos picaron hacia el lugar de la caída ametrallando al vencido. Luego cruzaron hacia Málaga. A lo lejos sonaban tiros. […]
“¡Que vienen!”. La gente se dispersó con una rapidez inaudita; en la carretera quedaron enseres, carruajes y un niño llorando.
Llegaba una escuadrilla de caza enemiga. Ametrallaban a cien metros de altura. Se veían perfectamente los tripulantes. Pasaron y se fueron. Había pocos heridos y muchos ayes, bestias muertas que se apartaban a las zanjas. El caminar continuaba bajo el terror. Una mujer se murió de repente. Los hombres válidos corrían, sin hacer caso de las súplicas. Los automóviles despertaban un odio atroz. […]
Agarrada a un poste de telégrafo, espatarrada, Rafaela sentía cómo se le desgarraban las entrañas.
—Túmbate, chiquilla, túmbate —gemía la madre, caída—. Y la Rafaela de pie, con el pañuelo mordido en la boca, estaba dando a luz. Le parecía que la partían a hachazos. El ruido de los aviones, terrible, rapidísimo y las ametralladoras y las bombas de mano: a treinta metros. Para ellos debía ser un juego acrobático. La Rafaela solo sentía los dolores del parto. Le entraron cinco proyectiles por la espalda y no lo notó. Se dio cuenta de que soltaba aquel tronco y que todo se volvía blando y fácil. Dijo “Jesús” y se desplomó, muerta en el aire todavía.
Los aviones marcharon. Había cuerpos tumbados que gemían y otros quietos y mudos; más lejos, a campo traviesa, corría una chiquilla loca. Un kilómetro más abajo el río oscuro se volvía a formar; contra él se abrían paso unas ambulancias; en sus costados se podía leer: “el pueblo sueco al pueblo español”. Hallaron muerta a la madre y oyeron los gemidos del recién nacido. Cortaron el cordón umbilical.
—¿Vive?
—Vive.
Y uno que llegaba arrastrándose con una bala en el pie izquierdo dijo:
—Yo la conocía, es Rafaela. Rafaela Pérez Montalbán; yo soy escribano. Quería que fuese chica.
Uno: —Lo es.
Estamos a 11 de febrero de 1937. El avión derribado, al que aún se ataca con saña es el Potez B. Junto con el P (con el nombre de Jean Belaïdi) han despegado del aeropuerto de Almería-Tabernas, y han estado protegiendo a los fugitivos, hasta que los Fiat italianos les han atacado. El P, pilotado por Chauvenet y Carraz, ha sido ametrallado pero conseguirá regresar a la base. El B tiene menos suerte, y caerá en Castel de Ferro, la costa cerca de Motril. Morirá el segundo piloto, el indonesio Jan-Frédéricus Stolk, y quedaran heridos el primer piloto, el francés Guy Santès, los ametralladores franceses René Deverts, Marcel Bergeron y Paul Galloni, así como el bombardero, el belga Paul Nothomb que será quien narre el lance. Quedará indemne el mecánico francés Maurice Thomas. Será él quien vaya en busca de ayuda. Es interesante remarcar que esta será dada por el luego famoso doctor canadiense Norman Béthume, que destacará por sus avances en la transfusión de sangre que tantas vidas salvará durante la guerra. Como consecuencia de todo ello, el chófer y mecánico Paul Galloni D’Istria sí verá su pierna amputada, aunque salvará la vida.
Con esta última operación, termina la corta historia de la Escuadrilla España, posteriormente llamada Malraux. Los pocos integrantes que queden, o dejarán el servicio o se integrarán en el ejército de la República, junto con el poco material restante. En aquel momento, André Malraux está ultimando los trámites para su viaje a Estados Unidos, en compañía de Josette Clotis. Ha habido algunos retrasos por la reticencia americana a dar el visado a un famoso partidario de la República y “compañero de viaje” de los comunistas. Finalmente, lo conseguirá y partirá el 17 de febrero, desde Le Havre, a bordo del transatlántico Paris, pero esta es otra historia, u otro capítulo de la que nos llevará a Sierra de Teruel.
[i] http://www.adar.es/wp-content/uploads/2019/12/2019-130-diciembre.pdf En Historias de La Señera, se indica el accidente del camión, pero el nombre del muerto no aparece en la lista más exhaustiva que conozco de los miembros de la Escuadrilla (THORNBERRY 1977, Apéndice I, páginas 277)
[ii] La información más amplia en: https://www.levante-emv.com/comarcas/2011/07/24/chiva-aerodromo-guerra-13046716.html
[iii] Combinando las diversas biografías (TOOD, 2001), (THORNBERRY, 1977) y (LACOUTURE, 1976), la tripulación estaba formada por los pilotos Marcel Florein y Bourgeois, los ametralladores Marcel Combébias, Georges Croisiaux y Raymond Maréchal, el bombardero Camille Taillefer y el mecánico Jean Belaïdi,. En la novela, sólo Taillefer (personaje que no sale en la película) conserva su nombre original.
[iv] Un camino era el que partiendo del Loreto, por el rio Valdelinares después de pasar por el Pino El Escobon y las minas llegaba a Valdelinares. En: http://linaresdemora.com/notas-historicas-sobre-linares-por-fernando-schleich/
[v] NOTHOMB, 2001, página 126, apunta que ignora quién hizo las fotos, pero que tiempo después, formaban parte de la colección que Maréchal ofreció a su esposa Margot. Dado el estado de su cara, no podía ser él quien hiciera las fotografías.
[vi] Muestra de ello es que hasta fecha reciente, una mujer se encargaba de depositar flores en la tumba de Belaïdi en Chiva. Ver: https://www.levante-emv.com/comunitat-valenciana/2014/01/24/anciana-cuida-chiva-tumba-aviador-12805205.html
[vii] Recientemente, la cineasta egipcia Amal Ramsis, ha realizado un documental sobre los árabes que lucharon al lado de la República, unos 1.000, con especial atención a un palestino, y en el que se cita también a Jean Belaïdi como compañero de este. (“Venís de lejos” (2019))
[viii] The Nation, 20.3.1937, página 315. Citado en THORNBERRY, 1977, página 122.
[ix] LACOUTURE, 1976. Página 235, da las declaraciones del propio Taillefer en Paris-Soir de abril de 1972. “Me la querían amputar en el hospital de Valencia. Malraux se ha negado. Me llevó a una clínica de París. Me ha salvado, más que la pierna, la vida.
[x] AUB, 1994. Página 43 y ss.
2. DE AMÉRICA A L’ESPOIR.
1.6.- AMERICA, AMÉRICA.
Le Havre, finales de febrero de 1937. Advierto que hay cierta discrepancia entre los historiadores, respecto a las fechas del viaje que se va a relatar. Según Lacouture, llega a Estados Unidos a primeros de marzo. Ello encajaría con el retraso debido a la visa de entrada de Malraux. Así pues, uno de sus más relevantes discursos, en el banquete ofrecido por The Nation, se tuvo que posponer al 13 de marzo[i]. Sin embargo, según el detallado anexo de Thornberry[ii], dicho discurso, “Forging Man’s Fate in Spain” se dio el 26 de febrero, mientras que no figura ninguna actividad el mencionado día 13. Para este relato, nos acogeremos al relato de Lacouture, ya que según publicaba Publisher’s Weekly[iii]: André Malraux was unable to be in New York on January 28 to be guest of honor at a dinner sponsored by The Nation…
Desde una escotilla de tercera clase, dos atractivas mujeres están mirando la llegada de los pasajeros de primera clase[iv]. Sonríen cómplices. Se susurran comentarios al oído, aunque no hay nadie a su alrededor. Josette está pletórica: le lleva con él. Y no a un encuentro clandestino en una guinguette a orillas del Marne, ni tampoco en el hotel du Louvre, donde unos días atrás él la miraba ensimismado mientras le mostraba los modelos de Lanvin que llevaría en los Estados Unidos. Ahora parece serio: un viaje de más de un mes de duración, en un país que desconoce, donde se codeará con lo más granado de los intelectuales de izquierdas y, ¡por encima de todo!, con actores de Hollywood. De repente se crispa, su amiga Suzanne Chantal lo nota.
Llega André rodeado de señores encopetados y, agarrándose de su brazo, Clara Malraux. Él reparte sonrisas, recoge encargos y recomendaciones, estrecha manos. Está impaciente por subir al trasatlántico SS Paris, que ya ha hecho sonar su primera sirena anunciando la inmediatez de la partida. Han debido retrasar unos días su partida debido a la negativa de la embajada estadounidense a dar el visado a un peligroso activista que apoya al comunismo internacional. Al final su André lo consiguió, pero ello le obligará a hablar más de ambulancias que de aviones, de médicos que de las Brigadas Internacionales. Ya en Toronto, sin embargo, llegará a decir al periodista Edward Knowles del Toronto Star, al preguntarle por los personajes que según él representan mejor el ideal democrático[v]: Hay tres, Stalin, Blum y Roosevelt. Y luego, al inquirir sobre el número de brigadistas internacionales en la contienda: Son unos 15.000, aunque un 60% están muertos o heridos.
De un lujoso coche, Maréchal se ocupa de sacar unas maletas que entrega a un mozo. Josette no conoce a la mayoría de los presentes, aunque intuye que deben ser miembros del ministerio de Aire de Pierre Cot, o del gobierno republicano, para el que su amor va a recoger fondos y, como siempre recalca, apoyo moral y político. Clara no le suelta. Josette los mira con cierta aprensión, aunque sabe que lo tendrá solo para ella durante todo el periplo.
Dos aproximaciones distintas a un hombre que está construyendo su propio mito. Clara, la compañera de aventuras, la sintonía en planteamientos políticos, y también la introductora en una sociedad elitista, cerrada para los advenedizos. Josette, el reposo del guerrero, la intimidad, el saberse adorado, una calma necesaria en pleno terremoto mundial, con el fascismo esparciéndose por todas partes, agitando sin cesar la conciencia del intelectual que necesita la acción, más allá de presupuestos teóricos. La esposa de Malraux escribirá en sus memorias: «las semanas entre la partida de André y su retorno de América fueron de las más humillantes de mi vida» 6MALRAUX, Clara (1976),Página 168
Lo dijo y repitió dos semanas antes en el mitin de la Mutualité, sentado entre André Gide y Julien Benda. Organizado por la Alianza Internacional de Escritores, había sido un éxito total de público, en un intento de presionar al gobierno francés que mantiene su vergonzosa No Intervención. Sin embargo, la presidencia de Léon Blum se tambalea, aguantará hasta junio, pero no está en condiciones de afrontar una crisis como la que comportaría un cambio en el acuerdo tomado en agosto del año anterior. La prensa de derechas es inmisericorde también con André Malraux. François Mauriac dirá, en L’Echo de Paris, a raíz de su discurso del día 1: “Sobre un fondo rojizo, el pálido Malraux se ofrece, hierático, a las ovaciones…Las imágenes que inventa, en vez de caldear su discurso, lo congelan: son demasiado complicadas, se nota al hombre de letras… El punto débil de Malraux es su desprecio por el hombre”[vi]. Brassilach, en Je suis partout, le recrimina haber mencionado en su parlamento al corresponsal de France-Soir, Louis Delapré, muerto al ser atacado su avión por cazas republicanos (hecho no demostrado), siendo André uno de los jefes de la aviación. Al contrario, Armand Petitjean, reconoce que “Señor Malraux, no teniendo una especial simpatía por usted, desde que se ha puesto a hablar, no a los que estábamos en la sala, sino a los que están en las trincheras, me ha dado una idea de lo que es la grandeza humana”[vii].
En el acto, no solo habló Malraux, también lo hicieron Rafael Alberti, María Teresa León, Louis Aragon o Max Aub. Este no pensaba hacerlo, habiendo sido el propio Malraux quién le convenció. Mientras pronunciaba sus encendidas palabras, en su rico francés, no sabía que aquel evento le implicaría grandes perjuicios. Su discurso, improvisado, formaría parte de la ficha policial que lo consideraría un “comunista” (cosa que nunca fue) peligroso y de acción. Durante la ocupación de Francia, dicha imagen y también una denuncia anónima a la embajada franquista de José Félix de Lequerica, le llevarán a varios campos de concentración[viii].
Días después del mitin de la Mutualité, mientras visitaban en el Petit Palais la exposición «Los maestros del arte independiente», en la que Picasso participaba con 32 obras 7De la Puente, Joaquim (1987). Página 51, Max Aub se había despedido de André. No podría ir a Le Havre, estaba ya ultimando los preparativos para que su esposa Peua y sus hijas fueran a París; dejaría ya el triste hotel, había encontrado un luminoso apartamento en el Boulevard Souchet. Además, los preparativos para la Exposición Internacional, los primeros contactos con Picasso y Sert y, cuando podía, su pasión por el teatro le llenaban todo el tiempo disponible. Tenía ya en marcha la representación de Numancia de Cervantes, con puesta en escena de Jean Louis Barrault… No, no podría acompañarle a Le Havre, pero estaba seguro de que su viaje a Estados Unidos sería un éxito, no solo económico, sino también político y diplomático.
Josette se ha despedido de su amiga íntima, Suzanne Chantal en Southampton. Lo han celebrado con André en el bar de primera clase. A partir de ahora, son una pareja de enamorados que parten al Nuevo Mundo para difundir la situación en España, y pedir ayuda para un gobierno legítimo asediado por unos sublevados a quienes apoyan las fuerzas nazis y fascistas, a pesar de un vergonzante acuerdo de No Intervención. Estados Unidos no lo había firmado, pero su Neutrality Act[ix], fechada en agosto de 1935, y con una reciente corrección en febrero de 1936 (que añadía la prohibición de dar créditos a los beligerantes) a raíz de la invasión italiana de Etiopía (dejando esta a merced del poderoso ejército fascista), establecía de facto un bloqueo a los suministros a la República, mientras que bajo mano, algunas empresas petroleras sí suministraban al bando franquista.
El viaje es placentero, lleno de expectativas. Al requerimiento de Josette para que André deje constancia escrita de sus experiencias en España, este le confirma que ha hablado ha con Gallimard, que en cuanto tenga un minuto de sosiego, empezará a escribirlas, que tiene ya algunos apuntes no solo de experiencias propias sino también de sucesos que le han contado. Se empieza a gestar L’espoir.
A su llegada, junto con representantes de la embajada española, acudirán a recibirle miembros de la revista The Nation, que a los pocos días le ofrecen un banquete de bienvenida en el Hotel Roosevelt, previsto para el 26 de febrero. Allí, André cuenta vivencias de la Escuadrilla, impresionando al público con ejemplos de heroica solidaridad. Josette, que se ha sentado a su lado en la mesa, lo escucha embelesada, al igual que la predispuesta asistencia formada por lo más relevante de la política y las artes de tendencia progresista.
Malraux, ya desde el primer momento, ha intentado conseguir una entrevista al más alto nivel. Unos minutos con Roosevelt darían la vuelta al mundo, sería el espaldarazo a todo su esfuerzo. No lo conseguirá. Se lo dicen el miércoles 3 de marzo, cuando llega a Washington para dar una conferencia promovida por la American League against War and Fascism. La sala del Hotel Williard de la capital está llena de gente. Insiste en sus recuerdos de la guerra, repite lo apuntado en Chiva, durante el entierro de Jean Belaïdi[x]: “Siguiendo las camillas de los heridos, me he dado cuenta que está sucediendo algo sin precedentes desde la Revolución francesa: la guerra civil mundial ha empezado”.
André piensa que quizá con la ayuda de Ernest Hemingway conseguirá una audiencia presidencial, o al menos de la primera dama, Eleanor Roosevelt, pero le informan de que el escritor está ya en París ultimando su viaje a España. Le dan a saber además la intención de rodar un filme de apoyo a la República, para lo que ha montado ya la productora Contemporary Historians[xi]. A pesar del contratiempo, su estancia en Washington es también un éxito como lo fuera en Nueva York. Al cabo de un par de días, el 6 de marzo, da una de las conferencias más significativas en el New Lecture Hall de la Universidad de Harward: “The facist Threat to Culture”. A la semana siguiente, de vuelta en Nueva York, dos nuevas conferencias, el día 11 en el Meca Temple Auditorium, organizado por la North American Committee to Aid Spanish Democracy, y el 16, en el Hotel Pennsylvania por la American Friends of Spanish Democracy. Organizaciones izquierdistas que, a pesar de la oposición de un amplio sector de dirigentes estadounidenses, se esfuerzan por recaudar fondos, comprar y mandar ambulancias, medicamentos y, a escondidas, apoyar los voluntarios que se unen a las Brigadas Internacionales.
Pero la verdadera obsesión de André es la costa oeste. En Hollywood, los días 22 y 23 de marzo, dará sendas conferencias en el Hollywood Roosevelt y el Srine Auditorium. Josette alucina con las estrellas cinematográficas que acuden a las citas, lo que la compensa de los largos periodos de tiempo que permanece sola, en el hotel o visitando la ciudad, para lo que siempre cuenta con algún voluntario, deslumbrado por la rubia francesa que acompaña al famoso escritor. Ella quisiera saludar a Joan Crawford, tener delante a los mitos que aparecen en las revistas de París. Coincidirá con Charles Chaplin, James Cagney, Edward G. Robinson y Boris Karloff, el famoso intérprete de Frankenstein que le confesará que a él, “Malraux le asusta”. En uno de los escasos momentos de asueto, han visitado el desierto. Allí, la supersticiosa Josette ha comprado unas pequeñas imágenes de dioses de los indios Hopi, que se convertirán en sus fetiches. La historia demostrará su inexistente poder.
La gira está resultando un éxito[xii]. El periódico Ce Soir el 23 de marzo informa que solo en Hollywood se han recaudado más de un millón de dólares que servirán para la compra de equipos médicos. Además, otro fruto está naciendo. El contacto con el mundo del cine hace que Malraux se dé cuenta de la importancia del séptimo arte como formador de la opinión pública. Y es precisamente esto lo que precisa la República. No serán los congresistas, ni siquiera el apoyo de algunos intelectuales, sino el público quién pueda forzar al presidente Roosevelt a cambiar el rumbo de la guerra con su ayuda.
La cena está resultando un éxito. Josette, radiante, con un nuevo vestido estrenado para la ocasión, está sentada a la derecha de uno de sus anfitriones, el joven escritor de origen armenio William Saroyan. Deslumbrada por la brillante conversación y sus vivos ojos de azabache, no atiende a la conversación entre André y la actriz Miriam Hopkins y Chevalier que ejerce de traductor[xiii]. Ella le habla del último filme que ha rodado, The woman I love, un triángulo amoroso, con la infidelidad de la bella esposa de un piloto de la primera guerra mundial (interpretado por Paul Muni) con el ametrallador de su tripulación. El espíritu de la aviación de guerra envuelve a los dos comensales. En un momento dado, Marlène Dietrich, sentada enfrente, dice profética:
—Solo mediante el cine llegarás a crear opinión pública. Olvídate de que escritores tachados de comunistas puedan influenciar a la masa. La masa, los votantes, los que sí pueden empujar a Roosevelt a cambiar de actitud se encandilan con el cine.
Ella es el foco de toda la atención. Acaba de rodar Desire[xiv], con Gary Cooper, las vicisitudes de una ladrona que confía un collar de perlas a un apuesto ingeniero que marcha de vacaciones a España, hasta enamorarse de él.
El vuelo de la conversación da un giro hacia el cine y su capacidad de influencia. Malraux recuerda su estancia en Rusia (en este ambiente sí puede), sus encuentros con Eisenstein y la intención de este de pasar La condición humana a la pantalla.
—Te lo digo yo —quién habla es Clifford Oddets, dramaturgo que el año anterior ha estrenado su reivindicativa Awake and sing! No valen las novelas, ni tan solo las obras teatrales. El cine. El cine es el futuro. Solo hay que ver la cara con que la que la gente mira lo que le echen, y salen con la idea en la cabeza.
Haaron Chevalier, su traductor de La condición humana sonríe resignado. Miriam mira fijamente a los ojos al francés:
—¿Quieres que hable con la Paramount?
“No hay tiempo”, piensa André excitado por la propuesta. “Tampoco es posible decidirlo sobre la marcha. Pero ineluctablemente la idea irá cuajando en la cabeza de Malraux. Una película, sí, claro. Y para ello servirán las ideas que ya está pergeñando para una novela. Pero quizá mejor en París, donde Corniglion puede ayudarle técnica y económicamente. No en América, donde no habla suficientemente su idioma, donde todos son estrellas y el sería solo un servidor. Sí, una película rodada en Joinville, con un apuesto comandante de escuadrilla, con un campesino atravesando las líneas para informar a los aviadores, con el pueblo solidario levantando el puño, con los internacionales muertos en combate… Sí, una película. Pero dentro de tres días salgo para Toronto y Monreal. Y aquí aún me quedan San Francisco y Berkeley. Sí, una película, de todas, todas”. Se están dando los primeros pasos que conducirán a Sierra de Teruel.
El Hollywood progresista recogerá la idea. En pocas semanas se empezará a rodar The last train from Madrid para la Paramount y Love under fire para Twentieth Century Fox, historias con la guerra civil de fondo, tratados con la ligereza y falta de compromiso que imponía la época, la recelosa administración y los gustos populares.
Por fin en Canadá. Malraux puede ahora hablar en francés. En Toronto dos conferencias: una de ellas en la universidad, organizado por el Bethune Committee, en honor del relevante médico que se ha unido a las Brigadas internacionales. Y luego en Montreal, el 3 y 4 de abril, cuatro conferencias organizadas por el Comité pour l’aide médicale à l’Espagne y la Canadian League Agains War and Fascism. Éxito total, salones a rebosar y entrevistas en la prensa. Y una anécdota que contará más tarde. En Montreal, un obrero se le acercará y le entregará un reloj de oro. Al preguntarle por qué, responde: “Porque no tengo nada más precioso que dar a mis camaradas españoles”.
Durante su regreso a Francia a bordo del S/S Normandie, André ha empezado a escribir notas sobre su novela sobre la guerra de España que servirán posteriormente como base a una película. Es una nueva etapa, en la que de nuevo va a poner todo su empeño, toda su imaginación y toda su capacidad en ella. Hasta el transatlántico parece sumarse a su excitación, con sus tres chimeneas humeantes avanzando a toda velocidad a la búsqueda de su segunda “banda azul”[xv], lo que conseguirá meses después.
Cinco días después de partir de Nueva York, Malraux y Josette cogen el tren Le Havre – París. Pero no se dirigen al hotel habitual. Él, con la cabeza rebosante de proyectos que le exigirán todo el tiempo disponible, y pese a los reproches de su amante, regresa a la casa conyugal de la rue du Bac, y a Clara y su disposición para acompañarle, a pesar de todo, en algunos eventos dando una imagen que esconde lo que, por dentro, se va deteriorando cada vez más. Mientras, Josette, decepcionada, después de unos días de encuentros cada vez más esporádicos en el hotel du Louvre, se ubicará en un piso junto a su amiga íntima Suzanne Chantal. No romperán, la nueva novela servirá de alivio. Las notas escritas en lápiz azul y rojo serán dactilografiadas por Josette, lo que le permitirá seguir con él en el día a día.
El empeño de Malraux por ayudar a la República no se debilita. El 23 de abril, dice en una entrevista de la periodista Edith Thomas para en Ce Soir[xvi]:
—Tengo ahora en la cabeza el recuerdo de las masas que ha habido que convencer, y que ahora están convencidas. Ante la Babel de círculos de estudios, de obreros de las fábricas, de campesinos del Canadá, ante las estrellas de Hollywood, he hablado de España […] Cuando un país se cubre de heridos, ningún servicio médico previo es suficiente.
Si las democracias no quieren intervenir militarmente, tendrían que aportar al menos una ayuda pacífica, una ayuda económica, una ayuda médica. […] No dudo que desde ahora, los Estados Unidos y Canadá continuarán aliviando las heridas del sufrimiento humano.
[i] LACOUTURE (1976), página 241-242
[ii] THORNBERRY (1977), anexos.
[iii] Publisher’s Weekly, Feb. 1937, página 737, curiosamente citado a pie de página por THORNBEYY (1977), página 56.
[iv] CHANTAL (1976), página 92.
[v] TODD (2001), página 254. En Toronto Star, 2.4.1937.
[vi] LACOUTURE (1976), página 240.
[vii] THORNBERRY (1977), PÁGINA 55.
[viii] Excelente visión del recorrido de Max Aub en Francia en: MALGAT (2007)
[ix] Se ofrecerá información específica. Hubo varias etapas, como se puede ver en: https://history.state.gov/milestones/1921-1936/neutrality-acts y con todo detalle en ESPASA (2017)
[x] TODD (2001), página 247
[xi] http://guerracivildiadia.blogspot.com/2012/11/ernest-hemingway-1899-1961.html Se tratará del filme dirigido por Joris Ivens Tierra de España, que logrará que sea visionada por el presidente Roosevelt y su esposa.
[xii] Bandera Roja (Alicante) 1.4.1937 página 1. Agradezco a Gabriela Cladera (Rosario -Argentina) el haberme facilitado este recorte de periódico.
[xiii] La andadura americana de Chevalier finalizó en 1935. Lacouture señala su presencia en Hollywood durante el viaje de Malraux. Puede ser que estuviera allí, pero no que estuviera rodando en aquellos momentos. Quizá hay una confusión por la presencia del traductor de Malraux al inglés Haakon Chevalier (LACOUTURE (1976), página 243).
[xiv] Dirigida por Frank Borzage en 1936, para la Paramount.
[xv] https://es.wikipedia.org/wiki/Banda_Azul
[xvi] Ce Soir, 23.4.1937, página 3. (En LACOUTURE (1976),página 245, indica erróneamente el 21.4.1937
1.7.- DEL CONGRESO A LA EXPO.
Domingo, 11 de julio de 1937. Un sol de justicia es inclemente con el grupo de personas, mayoritariamente hombres, que suben fatigosamente las callejuelas que llevan al castillo de Peñíscola. Han aguantado impertérritos los discursos de bienvenida dados por el gobernador de Castellón y el director de Minas (¿a qué su presencia?), y las respuestas del mexicano José Mancisidor y el cubano Juan Marinello, uno de los más activos participantes en el II Congreso de
Escritores para la defensa de la cultura que se ha estado celebrando en Valencia y Madrid y que ahora se dirige a Barcelona de paso para París donde concluirá. Después de visitar el palacio del Papa Luna, descienden aliviados para regresar a sus automóviles. Max Aub y algunos más, que conocen el sitio, se han adelantado y esperan ya tomando una cerveza en el Alberge del Parador de Turismo de Benicarló. Es su pérgola cubierta, a la izquierda de la entrada, con vistas al jardín y la piscina, comentan los avatares del congreso.
—Van a llegar exhaustos —dice Max mirando fijamente el vaso empañado, coronado de espuma.
Su interlocutor, André Chamson, el escritor editor de la prestigioso semanario de izquierdas Vendredi[i], sonríe benévolo. Paladean la paz que reina en el recinto. Nadie diría que se está en guerra, que durante el evento se ha conquistado Brunete y Villanueva de la Cañada, que se está luchando en Albarracín, que de aquella línea azul que tienen enfrente pueden surgir en cualquier momento los Savoia-Marchetti que bombardean casi a diario la zona republicana. Max no puede dejar pasar la ocasión para comentarlo.
—Estamos en guerra, amigo André, estamos en guerra. Casi tengo remordimientos por gozar de este momento de paz.
—La guerra, sí —responde en francés, y con una sonrisa más amplia, añade—, pero las oleadas de discursos no son precisamente un regalo. Qué ganas tengo de estar de nuevo en París. Y aún nos queda Barcelona.
—Sí, con sus interminables sesiones folklóricas y discursos sobre las interminables cualidades de todo lo catalán. Con la recepción de esta noche tendré suficiente. Yo me marcho mañana, he de estar presente en la inauguración del Pabellón de la República en la Exposición Internacional. Posiblemente mi último acto allí.
—¿Cómo? —tercia Denis Marion, el belga amigo de ambos, conferenciante en la sesión del jueves anterior en el Auditorium de la Residencia de Estudiantes.
FRAGMENTO DEL PARLAMENTO DE DENIS MARION (Madrid, 8.7.1937):
La justicia, dijo un pesimista, llega siempre a su hora, es decir, demasiado tarde. Demasiado tarde para sanar las llagas de los heridos, demasiado tarde para dar piernas y brazos a los mutilados, demasiado tarde para abrir los ojos muertos de los muchachos destrozados por las bombas. Pero nunca demasiado tarde para impedir el triunfo de la moral, nunca demasiado tarde para que una nueva generación aprenda que debe su felicidad, que debe incluso la vida, al valor y a la sangre que derramáis por ella.
Deja su vaso sobre la mesa y se sienta. Max sigue:
—Sí, voy a regresar a Barcelona. Machado me ha dicho que cuenta conmigo para el Consejo Nacional del Teatro y, que quieres que te diga, al menos estaré aquí, compartiendo algún riesgo, escribiendo, ayudando en lo que pueda. La diplomacia no es lo mío.
—¿Y Peua, y las niñas? —Marion conoce a la señora Aub.
—Quedarán en París. No quiero arriesgarlas de nuevo.
Un cuarto comensal se une al grupo. con un libro en la mano, magro, circunspecto, tampoco ha sido atrapado en la ratonera hirviente de Peñíscola.
—Hola José. ¿Qué, tampoco te interesan los castillos?
José Bergamín blande el libro como espada y lo deja sobre la mesa: “Retour de l’URSS” d’André Gide. Previendo el discurso, Max, que lo conoce bien desde sus colaboraciones en Cruz y Raya, ke suplica:
—No, por favor. Mira el Mediterráneo. Hasta podrías bañarte en la piscina. No tendrás muchas ocasiones —ironiza. Además, los otros estarán por llegar.
FRAGMENTO DE RETOUR DE L’URSS DE ANDRÉ GIDE[ii]:
Y como siempre acaece que sólo reconocemos el valor de ciertas ventajas después de haberlas perdido, nada mejor que una estancia en la URSS (o en Alemania, huelga decirlo), para ayudarnos a apreciar la inapreciable libertad de pensamiento que gozamos todavía en Francia, de la que a veces abusamos.
Denis Marion también quiere eludir la controversia que ha minado lo que llevan de congreso.
—Parece que lo de Albarracín va en serio. Teruel será nuestro en unos días. Además, Brunete. Franco no podrá acudir a todo.
Se calla que, vencido el puerto de Somiedo, los rebeldes están entrando en Cantabria. Aub recalca:
—Menuda ovación cuando se anunció que entrábamos en Brunete. El Congreso cogió otro aire.
Ya en Valencia, en el acto inicial, se habían oído palabras de entusiasmo, que daban sentido a la misión de tantos intelectuales comprometidos.
PALABRAS DE JULIO ÁLVAREZ DEL VAYO (Comisario general de la Guerra). Valencia, 4.7.1937.
Nosotros estamos seguros de la victoria, porque estamos seguros del porvenir de la Europa democrática frente al fascismo, porque sabemos, como decía nuestro presidente Negrín, cuántos millones están a nuestro lado, cuántos hombres sienten la causa de España como causa propia. Movilizadlos a todos, congresistas de este comicio de defensa de la cultura, es vuestro deber, como lo habéis venido cumpliendo hasta aquí y que ahora cumpliréis con un doble entusiasmo cuando piséis el pueblo de Madrid.
Al día siguiente, llegados por la tarde cerca de Madrid, se habían detenido en Canillejas para un acto de bienvenida:
PALABRAS DE JOSÉ MIAJA (General jefe del Ejército del Centro), leídas por el coronel Redondo). 5.7.1937
No nos engañemos: esta guerra, el mundo está convencido de ello, es del fascismo contra la democracia; se desarrolla en Espala por haber encontrado en ella terreno abonado. El fascismo internacional encontró en nuestro suelo unos elementos que, nacidos en ella, no la amaban ni la sentían, Sólo el odio a la democracia los pudo llevar a esta traición para con su patria.
El martes, día 6, ya en Auditorio de la Residencia de Estudiantes, que tantos intelectuales había generado y albergado, después de escucharse el Himno de Riego, con todos los presentes en pie y el puño en alto, se iniciaron las sesiones congresuales., con Rafael Alberti y José Bergamín entre otros en la mesa de la mañana, presidida por el cubano Juan Marinello, y por el periodista checo Egon Erwin Kirsch durante la tarde. Fue durante este sesión cuando se anunció la toma de Brunete.
PALABRAS DE MIJAIL KOLSOV (corresponsal del periódico ruso Pravda) 6.7.1937.
¿Cómo debe manifestarse el escritor en su contacto con la guerra civil española? Es claro que tienen razón los que argumentan que el escritor debe combatir el fascismo con el arma que maneja mejor: es decir, con la palabra. Ha hecho Byron con su vida más por la liberación de toda la Humanidad que con su muerte por la liberación de una sola Grecia.
Un detalle de cortesía fue ofrecido el día siguiente por el músico y militar Gustavo Durán (en el que se inspirará André Malraux para su personaje Manuel, protagonista de L’espoir), al hablar en francés, en correspondencia por los esfuerzos hechos por los ponentes franceses de hacerlo en español.
Han ido llegando al Albergue Parador de Turismo los congresistas provenientes de la agobiante visita a Peñíscola. Se esparcen por el jardín, a la caza de inexistentes sombras. A la mesa de Aub, al abrigo de la pérgola, se han incorporado otros compañeros, entre ellos Iliá Ehrenburg, corresponsal de Pravda. Sabiendo de su admiración por Malraux, Iliá, en su perfecto francés, señala:
—¡Uf! Ya tenía ganas de llegar. Solo faltaba la guardia presentando armas a lo largo del recorrido. ¿No tienen piedad de los intelectuales? Aunque eso sí, buenas palabras de Malraux el miércoles en el cine Salamanca. Y a ti —dirigiéndose a Bergamín—, un elogio merecido.
PALABRAS DE ANDRÉ MALRAUX. Madrid, 7.7.1937
Bergamín, en un discurso admirable, decía hace dos días: España está sola. Es muy cierto: el gobierno de España, con respecto a los restantes gobiernos y especialmente en relación con aquellos que pocos meses antes de la rebelión de Franco hablaban aquí de no comprar armas más que en Francia, para negarlas cuando los perros tomaron las suyas, vive hoy una trágica soledad.
—Sí, y contó la anécdota del obrero canadiense, mil veces oída —apunta el español, que no sigue al ver una mueca de disgusto en Denis Marion.
—Lo que quizá no sepáis es que por un pelo no lo cuenta —apunta el ruso, después de sorber su cerveza, con algo de espuma en las comisuras de los labios.
Y, con detalles quizá hiperbólicos, relata cómo casi se matan al estar a punto de chocar con un camión de munición, en su camino entre Valencia y Madrid.
—En Madrid André estuvo bien. Lástima que Gustavo Durán tuviera que traducir su rico francés, lo que ralentizaba el ritmo. Pocas mujeres, pero de gran nivel. Presidió Teresa, pero también hablaron algunas. Recuerdo a Anna Louise Strong, la americana, cuando se preguntaba lo que ha sido el leif motiv del congreso: ¿qué podemos hacer los escritores por la causa de España?
Llega el aludido, sudando, agitado. Acaba de oír las últimas palabras de Max:
—Si os sirve, yo por mi parte estoy en plena creación de una novela. La llamaré La esperanza. Saliendo de aquí voy a la paz de Vernet. ¡Qué ganas tengo de llegar!
—En cuanto la tengas, mándame fragmentos significativos que los pongo al momento en Ce Soir—tercia Louis Aragon, que no se separa de él—. El libro, para Gallimard.
El eco de unos aplausos que llega del comedor anuncia que la mesa está servida. Un par de asistentes van a buscar a los esparcidos por el jardín y la playa del Morrongo.
Levantándose, Max aprovecha la ocasión para decirle a André:
—No podré estar en algunos actos de Barcelona. Tengo un avión para París al mediodía. La Expo. Nos veremos en la clausura.
—Ah, sí, la Exposición. Vaya retraso, ¿no?
Sin esperar respuesta, el francés, con Marion y Ehrenburg, se fueron hacia el comedor. Aub, rezagado, solo pudo oír:
—Lo hable en Hollywood. Qué necesario es que los pueblos conozcan lo que aquí está pasando.
A lo que Marion, fundiéndose en el barullo hambriento, añadió:
—Experiencias no te faltarán. Algunas me ha contado Nothomb…
De los últimos en sentarse a la mesa, Max tuvo de contertulios a dos chilenos, Huidobro y Romero, un costarricense, Vicente Sáez y al sindicalista ferroviario español, Ángel Gallegos. Poco interés por lo que él pueda explicarles de París y sus cuitas por internacionalizar la causa republicana, en especial el pabellón que se inaugurará mañana. Les hablará de teatro, su pasión.
La Exposición internacional de las artes y de las técnicas aplicadas a la vida moderna, se había inaugurado en París el 25 de mayo, casi dos meses antes. En ella habían acudido 44 países de la más diversa posición política, como podía apreciarse en los pabellones de Rusia y Alemania, uno frente al otro flanqueando el Sena, a la sombra del nuevo palacio de Chaillot, que había sustituido al derruido del Trocadero. Significaría para la II República el mayor esfuerzo económico, en su nueva etapa de divulgación internacional de la injusta situación de bloqueo que sufría. Max Aub ha participado muy activamente, destacando su negociación con Picasso para el pago del Guernica, pero su aportación ha ido mucho más allá.
Por suerte, Vicente Huidobro se ha sentado a su izquierda tratando de alejarse de la ubicación de otro chileno, Pablo Neruda, con el que mantiene un rifirrafe constante desde hace años. Él, comunista a machamartillo, ha criticado siempre el posicionamiento más abierto del otro poeta, once años más joven, tachándolo de “antifascismo de salón”. Ni la iniciativa de apaciguamiento de Tristan Tzara dos meses antes, con una carta idéntica para ambos firmada por varios de hoy asistentes al congreso ha conseguido un acercamiento. Huidobro está cansado de sermones, intenta relajarse y escucha empáticamente a Max Aub.
—Han sido unos meses de locura[iii]. Araquistaín nos ha apoyado en todo, pero ha habido demasiados intervinientes, recelos, desidias más o menos intencionadas. Total, que vamos a inaugurar con dos meses de retraso. Y con nuevo embajador, que está poniendo todo patas arriba o, mejor dicho, de su lado.
—Pero es un hito importante. Miles de visitantes lo verán.
—Sí, y también las mentiras franquistas en el pabellón del Vaticano, que ellos llaman “Pavillon Catholique Pontifical[iv]”.
—Ni punto de comparación. El arte está con la República.
—Puede, pero tienen un altar regalado por Franco frente a un enorme mural del catalán José María Sert. ¡Imagínate! Aludiendo a la intervención de Santa Teresa en la sublevación.
—¿Santa Teresa fusilando en las cunetas?
Los dos ríen sin ganas. Aub, encarando su plato de apetitosa paella, dice a media voz:
—El cambio de embajador, justo antes de la inauguración. Tantos cambios, tantos… El que no sabe dónde va, llega a otra parte.
Con el sólido arroz aún a medio digerir, llegarán a Barcelona. Sin tiempo de respirar un poco en el hotel Majestic, en el propio vestíbulo, ya tendrán un acto de bienvenida a cargo de la Alianza de Intelectuales por la defensa de la cultura. Una breve cena será el puente a otro acto en el Palacio de la Música, lo que les llevará a la cama pasada medianoche.
Al día siguiente, somnoliento, Max Aub repasará el discurso que debe dar la tarde de aquel lunes 12 de julio en la inauguración del Pabellón de la República Española en la Feria Internacional de París[v].
“Parece imposible, en la lucha que mantenemos, que la España republicana haya podido construir este edificio. Hay en ello, como en todo lo nuestro, algo de milagro. No hablo de la construcción en sí, resultado del trabajo de nuestros arquitectos Lacasa y Sert, y del vuestro. El hombre inventó el trabajo y éste a su vez nos ha moldeado. Lo demás es parálisis, podredumbre y muerte…”
No será así. La tarde del lunes, hablarán solo el comisario general de la Exposición internacional, Mr Edmond Labbé, y el recientemente nombrado embajador de España, Àngel Ossorio y Gallardo.
FINAL DEL DISCURSO DE OSSORIO Y GALLARDO DURANTE LA INAUGURACIÓN DEL PABELLÓN[vi].
Un designio histórico liga hoy el destino de los pueblos y se necesitaría ser ciego para no advertir este vaticinio tan claro: España aplastada, Francia cercada. Estamos corriendo un mismo peligro y nos salvaremos los dos pueblos o pereceremos los dos.
¡Rechacemos esta última hipótesis amarga! Todos los amenazados y perseguidos de hoy salvaremos unidos el tesoro que la historia nos confió. Y en un mañana alegre y pacífico disfrutaremos el orgullo de haber comprendido que el mundo no se mueve por la fuerza sino por el espíritu.
Max Aub podrá, eso sí, pronunciar sus palabras al día siguiente, martes y trece, en la recepción dada en la Embajada para celebrar la inauguración del pabellón, a las 21:30[vii]. Termina así:
¡Ojalá que, al cerrar, en su día, sus puertas, destruyamos este edificio con la alegría que nos proporcione una victoria decisiva sobre el fascismo!
Gran escritor, paladín de la honestidad y empecinado en comunicar sus reflexiones costara lo que costara (y fue mucho), Aub no era, como queda patente, un profeta. El edificio sí se destruyó, aunque años después fue reconstruido en Barcelona[viii], en 1992, con motivo de los Juegos Olímpicos celebrados en la ciudad. Hoy en día alberga una interesantísima biblioteca dedicada a la República, la Guerra de España y el exilio.
[i] https://books.openedition.org/pur/38404?lang=es
[ii] AZNAR SOLER, ED. (2018). Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura. Valencia, Institució Alfons el Magnànim. Página154.
[iii] Ver entrada al respecto.
[iv] https://revistas.udc.es/index.php/aarc/article/view/aarc.2013.3.0.5100
[v] “PALABRAS DICHAS (EN FRANCÉS) EN LA INAUGURACIÓN DEL PABELLON ESPAÑOL DE LA EXPOSICIÓN DE PARÍS, EN LA PRIMAVERA DE 1937 AUB (2002: 41). Error al indicar primavera, a no ser que se hubiera pronunciado en la fecha de la inauguración inicial de la propia Exposición, en mayo de 1937.
[vi] http://pares.mcu.es/ParesBusquedas20/catalogo/description/12751827
[vii] Ce Soir, 13.07.1937, página 5.
[viii] En la calle Jorge Manrique, 9.
1.8.-VERNET- LA ESPERANZA
El coche que les ha llevado desde la estación de Villefranche de Conflent se detiene ante una verja. Josette se agarra a su brazo, se acerca y, dándole un beso en la mejilla le dice:
—Ahora va a ver.
Tras el paréntesis de la estancia en España para el II Congreso de Escritores en defensa de la cultura, existía el riesgo de volver a la situación de los duros meses posteriores al viaje a Estados Unidos. Clara, sus lúcidas críticas a la acción, por un momento errática, de su marido; los encuentros con su amante en la casa que esta compartía con su amiga Suzanne, en el 9 de la rue Berlioz, o en el hotel Royal Versalles, en la rue Marois. El escritor agarra con fuerza la cartera que lleva. Es su nueva novela.
Algunos apuntes en el barco de vuelta de América, algunos capítulos pergeñados y mecanografiados por Josette en los escasos momentos de asueto. No, era preciso un retiro absoluto. Ella se lo había indicado ya en Perpiñán[i], al final del Congreso. La idea era no solo genial, sino oportuna. Era preciso que alguien como él diera a conocer el dilema en el que se debatía la España republicana: el apocalipsis, la explosión popular que paró el fascismo en los primeros momentos del levantamiento, o su ordenamiento para poder ganar la guerra. En el fondo, y con los matices trotskistas que se quiera, anarquismo o comunismo. Y él sabía que era el hombre indicado para hacerlo, había dicho a menudo y lo repetiría en boca de Manuel, uno de los protagonistas de la novela en ciernes: A la pomposa, grave y terrible pregunta: ¿qué es lo mejor que puede hacer un hombre con su vida?, respondía: Convertir en conciencia la experiencia más amplia posible. Para añadir luego, y que dicha conciencia le lleve a la acción, so pena de arrepentirse durante el resto de su vida.
Acción, sí. También escribir un libro, poner en orden las notas en lápices rojo y azul, en papeles con membretes de hoteles estadounidenses o del transatlántico S/S Normandie. Y ello sería posible solo si se aislaba. Con Josette, sí, lejos de la baraúnda parisina.
Han bajado las maletas. De pie frente al chalé que ella ha alquilado[ii]. El cri-cri de los grillos les da la bienvenida. Ahora sí, él deja la maleta en el suelo y la abraza. Ella llora. Es el 18 de julio de 1937.
Serán unas semanas de actividad febril, en las que escribirá 50 capítulos de la novela[iii], y también de amor sin prisas, de sesiones relajantes en el balneario, de grandes comidas, y mucho vino, en el hotel Alexandra, que otea la población. Su acompañante es de gran utilidad, su experiencia como escritora y en la editorial Gallimard (donde ha publicado Le temps vert años atrás) aportan sosiego a la escritura obsesiva de André. “Se levanta tarde, trabaja sin pausa, a menudo de noche, come y bebe mucho, pastis y vino blanco”.
Está escribiendo su novela más larga, unas quinientas páginas y numerosísimos personajes que requieren una continuidad en el trabajo. También son exigentes su estructura fragmentada y la alternancia de fragmentos de diálogo ideológico con otros de acción desenfrenada, donde se pone de manifiesto el mensaje que anhela: la fraternidad como base de la lucha por la libertad. Dirá: “lo contrario de la vejación es la fraternidad”. Esta estructura permite frecuentes elipsis y un montaje que se augura cinematográfico. Podrá reubicar, rehacer y corregir hasta que el conjunto adquiera solidez. En ello está.
No piensa aún en la película que le han animado a hacer en Hollywood. No, quiere una novela. Lo ha hablado ya con Gallimard y también con su amigo Louis Aragon, que empezará a publicarla fragmentariamente. No es la base de una película, aunque algunos fragmentos, como veremos, se reproducen exactamente en los dos medios. Es su experiencia, directa o indirecta, y también la estructura secuencial de la novela, la que hacen pensar en el filme.
Sin embargo, André no está completamente satisfecho. Con el primer manuscrito en la mano, pasea por los alrededores del balneario; recapacita. Sí, necesita la franca y a veces agresiva, opinión de Clara.
Salen del reducto paradisíaco para trasladarse a Toulon. Allí, André sugiere a su compañera que vaya a visitar a sus padres en Carry-le-Rouet[iv]. A la vez, solicita un encuentro con su esposa Clara, que acepta. Para ella, Toulon tiene un especial significado, ya que allí había pasado las últimas semanas de la gestación de Florence. ¡Qué tiempos!, ¡cuántos recuerdos! Sin embargo, André no da tiempo a paseos románticos, le entrega el manuscrito que ella lee en una noche. Su primera opinión no puede ser más punzante[v]:
—Qu’est-ce que vous en pensez ?
—Ce n’est pas de l’André Malraux.
Luego suaviza: aunque se aprecia alguna negligencia en la composición, se mantiene el mismo vigor, la misma intensidad, el mismo sentido de lo esencial que pudiera tener La condición humana, la novela que le mereció el premio Goncourt. Tacha la obra de un testimonio de la guerra de España visto por un comunista ortodoxo. Clara echa en falta una mayor aportación del espíritu libre, arrojado y generoso del anarquismo, tendencia de la que se siente más cercana que del comunismo radical de algunos compañeros de su esposo, como Aragon.
Malraux lo reconoce. Deciden repasar el texto conjuntamente, tarea que nunca hubiera imaginado con Josette. Nos dice Clara en las memorias que estamos siguiendo: “durante cuatro días, de nuevo estábamos el uno frente al otro con una tarea que cumplir, en la que yo me convertí en un anarquista sin pañuelo rojo y negro, él un comunista difuminado. Subíamos y bajábamos colinas, serpenteábamos por las callejuelas y nos instalábamos en terrazas ardientes, en un simulacro de enfrentamiento, como representantes de dos corrientes de pensamiento próximas pero divergentes. Fue maravilloso, agotador”.
En la penúltima cena en común, con los ojos brillantes por haber bebido algunos vasos de rosado de Provenza, André dijo, soñador, más para él que para mí: “Sin embargo, yo no puedo parar mi vida con una mujer que no tiene ningún aprecio por las ideas…”[vi]
Al día siguiente se despedirán. Clara volverá a su casa en la rue du Bac, a su hija Florence, a sus reconcomios, y también a su reciente amante escocés. Él, con la difícil tarea de pedir a Josette que pase a máquina de nuevo el largo texto, con los profundos cambios que los cuatro días con su rival han generado. Trabajo intenso que requerirá, a las pocas semanas, en octubre, de un reposo en la Provenza, en Beau-en-Provence, que se verá interrumpido por un nuevo desplazamiento de Malraux a España. Allí conocerá los definitivos avances rebeldes en Asturias. Negrín habrá reconocido en las Cortes de Valencia que será necesario negociar la paz. Un exitoso ataque de las fuerzas aéreas republicanas sobre el aeropuerto de Zaragoza, no mitigan el desaliento.
De vuelta a París, a su Josette, la encuentra muy desmejorada. Está encinta. Él sigue reclamándola, en Toulouse, para unos ajustes de última hora antes de pasar el texto de L’espoir a Ce Soir. Ella acude, pero deben volver de inmediato. A las pocas horas, acompañada de su inseparable amiga Suzanne, acude a una clínica de Neully con hemorragias. Ha perdido al bebé. A sus padres les dirá que ha sufrido una inoportuna gripe.
A los pocos días, André y Clara iniciarán los trámites del divorcio. El día 3 de noviembre, Ce soir empieza a publicar fragmentos de L’espoir. Indica en primera página: “El propio autor ha querido que alteremos el orden de la publicación en los fragmentos que seguirán, sumergiendo al lector directamente en la batalla de Teruel, para evitar los problemas periodísticos si siguiéramos el lento orden novelístico […] Ce soir tiene el honor de dar a conocer una gran obra que canta a la vez la audacia de los aviadores, la epopeya del pueblo español y el resurgir de la conciencia humana en su lucha por un futuro mejor”[vii]. Y a continuación, empieza el texto: “El teléfono del campo estaba instalado en una garita, con el auricular en la oreja, miraba el “Canard” aterrizar entre el polvo del atardecer…” ¡Casi el final!, ya avanzada la tercera y última parte (LA ESPERANZA), en su capítulo tercero[viii]: “les enviamos al campesino. Estudie la misión y llámenos”. Empieza la acción heroica, la solidaridad, y también el argumento que iluminará algunas de las secuencias mejor conseguidas de Sierra de Teruel.
A los pocos días, el 12 de noviembre, también el semanario Vendredi[ix] publicará tres fragmentos, anunciando la futura aparición de la novela completa en la N.R.F. de Gallimard. En su primera página declara: “Los fragmentos que siguen reflejan los movimientos del espíritu que hacen sensibles a la vez los actos en su realidad y los sentimientos que los rigen”. El relato se inicia aquí a mitad del primer capítulo de la segunda parte “Ejercicio del Apocalipsis, en el que se describe el asedio del Alcázar de Toledo[x]. “A través de corredores y escaleras, Hernández, García, el Negus y los milicianos habían llegado a un sótano de alta bóveda, lleno de humo y detonaciones, abierto frente a ellos por un ancho corredor subterráneo donde el humo se volvía rojo”.
Casi de inmediato, Gallimard publicará la obra completa en su colección Blanche, el 30 de noviembre de 1937.
[i] CHANTAL (1976), página 96
[ii] https://www.terresdecrivains.com/Andre-MALRAUX
[iii] El total son 59 capítulos, distribuidos en tres partes: 1.- LA ILUSIÓN LÍRICA, 2.- EL MANZANARES, 3.- LA ESPERANZA.
[iv] BONA (2010), Página 315.
[v] MALRAUX, Clara (1976), página 174.
[vi] MALRAUX, Clara (1976), página 176.
[vii] Ce soir. 3.11.1937 Página 1.
[viii] MALRAUX (1995) Página 497.
[ix] Vendredi, 12.11.1937 página 1.
[x] MALRAUX (1995), página 207
3.- PREPARANDO EL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL
3.1. -ESPAÑA NECESITA UNA PELÍCULA.
Marzo lluvioso en París. A través del vaho de las ventanas de La Closerie des Lilas, imágenes de paraguas y gente corriendo; gotas resbalando por el cristal. Dos hombres sentados frente a frente se giran al unísono al ruido de su vecino que abre ostentosamente Le Figaro del jueves 17 de marzo de 1938. En primera página, dos titulares: “El ejército del general Aranda sigue su avance. Conquistados 7.000 km2 en ocho días”, y al lado las declaraciones de Chamberlain en la Cámara de los Comunes: “Inglaterra no tiene la intención de pillarse los dedos en España”.
Se miran. André Malraux hace el gesto de levantarse, que Eduard Corniglion-Molinier frena cogiéndole del antebrazo.
—Una noticia más —dice—. Las derechas lo hinchan todo.
—Es por esta razón que es más necesario que nunca avanzar en nuestro proyecto.
Días antes, en unas declaraciones a la prensa estadounidense, Eduard Corniglion-Molinier, productor cinematográfico y aviador, ha informado de la creación de la productora Interallied Films, con un socio americano: John Otterson. Explica que tienen la intención de llevar a la pantalla diversas obras de André Malraux, su compañero de mesa. Entre ellas L’espoir y La condition humaine, e incluso Le temps du mépris. Además, ha detallado que no será en Hollywood, sino en Nueva York. Ha añadido que piensa alternar dicha actividad con la producción en Francia de dos o tres películas anuales a través de la sociedad de producción cinematográfica que ha constituido con el matrimonio Tual[i]. Sin embargo…
—Hoy por hoy no puedo prometerte nada. Sí, lo dije, pero el proyecto aún está verde. Además, mi Mullenard[ii] no ha funcionado como esperaba, y Drôle de drame aún menos. No pinta bien, creo que no
Courrier du Sud
se entiende este tipo de humor. Denise Tual está muy decepcionada. Cuando leyó His first Offense[iii], vino a verme enseguida, creía que sería un éxito, pero ya ves, una historia de humor negro sobre un arzobispo extravagante… No ha gustado a nadie[iv]. ¡Con razón Gaumont no quería distribuirla! Solo el prestigio de Saint-Exupéry y el ofrecerles Courrier du Sud hizo que lo aceptaran. ¡Pero qué poco interés ha puesto en promocionarla! Las presenté en América, pero ellos están en otra onda. Y aquí no están los tiempos para fantasías. Hay tanta tensión en las calles.
El flequillo de Malraux se agita, como queriendo ahuyentar los malos presagios.
—Pero España lo necesita. Y yo también.
Los adelantos de Gallimard por L’espoir se están acabando. ¡Ahora o nunca! Lebrun ha vuelto a llamar a Blum a la presidencia del Consejo, quién sabe para cuánto tiempo. La crisis económica no ceja y en la calle hay inquietud y disturbios.
—Crees que el gobierno francés…
—Lo dudo. Y más tratándose de un proyecto en pro de la República española. No quieren significarse.
—En cualquier caso, Eduard, tú sí puedes ayudarme en agrupar un equipo técnico solvente, ¿verdad? Yo, ya sabes, estuve con Eisenstein, me gusta el cine, pero no me he relacionado lo suficiente con este mundillo.
Traen dos sole meunière. Malraux escancia Puilly fumé en las dos copas.
—¿Tienes claro el guion?
—No, aún no, pero sí muchos apuntes. La historia de mi escuadrilla daría para varias películas. Muchos fragmentos que ya incluí en L’espoir podrán servir. Seguro que habrá el bombardeo de un campo de aviación enemigo, la lucha aérea, la caída de un aparato y los campesinos que van a recoger a los heridos[v]. En casa tengo ya algo escrito. Pero desde luego, necesitaré un guionista profesional para los detalles.
—¿Has hablado con Prévert? En Drôle de drame hizo una gran labor, en especial con los diálogos[vi].
—Pregunté por él en el PCF, pero no me dieron gran información. Desde que se disolvió el grupo Octubre[vii] me dicen que no saben de él.
—Toma. Llámale a este número.
Corniglion lo escribe en una servilleta que entrega a André. Luego encara el pescado. Con la boca llena, levanta la cabeza y señala con el tenedor. Una vez engullido el bocado, indica:
—Para la parte española, quizá te serviría Corpus. Y para la música, podrías probar con Darius Milhaud, su Le bœuf sur le toit es genial y en Mollenard colaboró eficazmente. Le conozco, podría hablar con él.
—Yo había pensado en Gossec. Ya veremos. Tenemos que ir pensando en ello. Producción, fotografía, guion… Quiero los mejores.
—Pero habrá que pagarlos. Veamos que podemos hacer, con qué podemos contar, y luego nos ponemos a ello. No nos faltarán buenos profesionales. La filmarías en Francia, supongo, ¿no?
—Esa es la intención. También pediré ayuda al embajador Ossorio. Pero no podemos perder tiempo. Cada día que pasa los fascistas ganan territorio. Y además, en Estados Unidos va creciendo la opinión de que deberían autorizar la venta de armas a España. Es el momento de dar un empujón a la gente para que presione ¿Imaginas una película que agitara a la opinión pública? Cuando estuve en Hollywood… Ya sé que Roosevelt vio Tierra de España[viii], y en cambio a mí no me recibió. Pero también sé que la obra de Ivers es más un reportaje que una obra de creación. Yo pondré a la gente de izquierdas de América en pie.
Y la conversación sigue al hilo de los recuerdos, entrelazando anécdotas de las estancias de ambos comensales que, con un año de diferencia, habían visitado los Estados Unidos, regresando casualmente en el mismo barco, del que comentan las comodidades y la gastronomía. América, 1800 salas, millones de espectadores… El senador Nye planeando presentar una enmienda a la Neutrality Act que impide vender suministros a los países en guerra. Hay que demostrar que se trata de la defensa de la legalidad apoyada por la gran mayoría de la población, y para eso nada mejor que tocar la fibra sensible de millones de americanos.
Sí, hacer una película. Pero ¿con quién? La mayoría de los contactos de ambos tienen una relación más o menos estrecha con el Partido Comunista Francés, que está padeciendo un aislamiento por parte de las otras fuerzas políticas. Aunque Blum, más a la izquierda que Chautemps, más favorable a ayudar a la República española, haya vuelto a presidir el gobierno, el Frente Popular hace aguas por todas partes.
Quedan en verse de nuevo en dos o tres semanas, para poner en común los avances en el proyecto de una película basada en la novela L’espoir.
Lo hacen el 7 de abril, el mismo día en que Léon Blum presenta su dimisión al ver rehusados sus proyectos de control financiero y de cambios, así como de apoyo a la industria armamentística, solo tres semanas después de haber regresado al cargo. Su sucesor, Édouard Daladier, revertirá los avances sociales conseguidos por el Frente Popular y ello acarreará malestar en la población y huelgas en muchos sectores.
Esta vez son tres. André Malraux ha traído al belga Marcel Defosse[ix], conocido como Denis Marion, de cuya amistad se enorgullece, desde que diez años antes había publicado críticas elogiosas a su novela Les conquerants. La relación se ha reafirmado desde los días del II Congreso de Escritores en defensa de la cultura, en Valencia y Madrid, en el que ambos participaron. Marion saluda a Corniglion, a quién conoce de otros encuentros.
—Bonnet no permitirá que nos den un franco. Lo he percibido en todas las puertas a las que he llamado.
George Bonnet, ministro de Finanzas, que a partir de entonces asumirá el Ministerio de Asuntos Exteriores, es partidario de la No Intervención y del apaciguamiento con Hitler en sintonía con el primer ministro británico Chamberlain.
Corniglion-Molinier, que asume ya el papel de productor, quiere evitar la deriva pesimista que puede dar al traste con el proyecto, y con el dinero que ya asume deberá arriesgar en él.
—Bueno: ¿Qué tenemos hasta ahora?
Se sientan en un rincón de Chez Allard, modesto bistró del distrito V con excelente comida. Malraux no puede esperar ni al kirr que acaban de pedir:
—Tengo casi todo el equipo pergeñado. Prévert no podía, pero me recomendó a Page que no solo aceptó, sino que propuso a su esposa como script. Prévert me dijo que en Quai de brumes[x], que está a punto de estrenarse, ha hecho un trabajo relevante.
—Sí, es un gran profesional. Hace unos años ya participó como cámara en La kermese heroica de Feyder. ¡Qué película! —añade Marion, que la ha visto en Bélgica. Podría traer también a André Thomas que le acompañó en ella.
—Ya me lo ha sugerido. Por mí bien, pero depende del presupuesto.
Corniglion-Molinier tuerce el gesto. No puede, ni quiere, asumir más riesgos económicos que los que, a buen seguro, directa o indirectamente, la aventura le acarreará. Malraux sigue:
—Aquí tengo ya una primera versión del guion. A partir de ahí, será fácil desarrollar el conjunto. He pensado que podríamos titular la película “Sang de gauche”.
Ante el gesto interrogante de los otros dos, añade:
—Es un pequeño episodio de mi novela —saca un ejemplar de Gallimard de una cartera de mano que ha traído consigo, busca un punto marcado y lee:
Quand Lopez sortit de la Jefatura, des enfants revenait de l’école, cartable sous le bras. Il marchait, bras en ailes de moulin et regard perdu, et faillit marche dans une flaque noire : un anarchiste l’écarta, comme si Lopez eut failli écraser un animal blessé :
—Prends garde, vieux, dit-il. Et, respectueusement : « Sang de gauche ».
Corniglion, aprieta los labios:
—Muy tétrico. ¿Crees que puede tener gancho en Estados Unidos?, para mí que ni en Francia, con lo que está pasando…
—Sí —añade Marion—, por lo que me has contado, no dejará de ser una película bélica, con sangre, claro, pero también con esperanza en la victoria.
Malraux se calla que tiempo atrás, aún a bordo del Normandie de regreso de Estados Unidos, había pensado titular su película Canto fúnebre por los muertos de la guerra de España. Descartado definitivamente.
—¿Espoir? —interviene de nuevo Corniglion, apuntando el nombre que tendrá la película seis años después.
—No, Espoir no. Demasiado parecido a la novela. Crearía confusión, ya que no es una transposición del libro a la pantalla. Si acaso una referencia a la batalla que se narra. Sierra de Teruel estaría bien.
—Bueno, sigamos. ¿Qué nos falta?
—Los actores. Aunque mi intención es coger gente corriente, necesitaré algunos profesionales que sostengan el relato. Había pensado en Von Stronheim. Estaba genial en La gran ilusión[xi]
—Pero es muy mayor. Tiene más de cincuenta años. ¿En qué papel te lo imaginas?
—Y caro. Es una estrella, ha trabajado en Hollywood —apunta Corniglion.
—Yo lo veo como un piloto alemán que se integra en la escuadrilla, que prueba de pilotar y fracasa pasando a combatir como ametrallador, y que fallece en el lance[xii]. Su actitud de ayudar en lo que sea conmoverá al público. No tenía ningún alemán en la escuadrilla, pero dará idea de la variedad de sus integrantes.
Con un gesto de incredulidad que Marion ve con desagrado, Corniglion sigue su encuesta:
—¿Y quién más?
—Pierre Larquey, en el papel del comandante de la escuadrilla: Magnin.
—Este sería más asequible. También mayor. Hace años tuvo cierto renombre en el teatro de variedades.
Malraux corta por lo sano. Calla, enciende un pitillo, los mira. El camarero duda si puede retirarles los platos, optando por quedarse de pie.
—Nos vamos a España.
Corniglion y Marion se miran estupefactos. Malraux sigue:
—Será un arma propagandística de primera magnitud. El cine genera emociones, mitos, empuja a la gente a tomar partido. Cuando salen de una sala, surgen de la oscuridad con un semblante distinto, con una mirada influida por lo que acaban de ver. Vamos a difundir mi película en Estados Unidos, sí, pero también en Francia, esa Francia que acaba de deshacerse de Blum, y por qué no, en Inglaterra —mira a Corniglion—, o en Bélgica —girándose hacia Marion. La República podrá pagarlo. Solo hay que pedirlo. Tengo con que apoyar mi petición —apunta con un guiño de misterio—. Cuando sepamos con qué contamos, cerraremos el capítulo de actores.
El aviador y productor cinematográfico anuncia:
—Tengo otra sorpresa: los estudios Pathé. He hablado con Denise, Denise Tual, colaboradora en mi productora. Nos ayudará en todo. Su marido Roland, dice que puedo contar con su equipo.
Corniglion, a quién la idea de la financiación española le ha aliviado algo, intenta frenar, sin éxito, el empuje de su amigo:
—¿Pathé? ¿Con lo que está pasando? Tual ha hecho algo en mi Mollenard, pero los operarios, no sé, no sé. ¿Has pensado en Roland, tu hermano? Trabajó como asistente de Allegret en Lac de dames, no hace tanto.
—No hablemos de la familia. Es muy joven todavía[xiii]. Sí, y lo de Pathé ya sé por lo que han pasado[xiv]. Pero han levantado la quiebra. Natan no levantará cabeza, y encima es judío, pero Tual tiene una serie de compañeros del partido que le ayudarán, nos ayudarán, en todo lo que puedan. Mañana mismo pido una audiencia con Álvarez del Vayo en Barcelona. Y si puedo, con Azaña o Negrín. Recordarás Denis, con que calor y empatía nos acogió Vayo en Valencia, cuando vino a inaugurar el congreso, aunque Azaña nos menospreciara. No nos puede fallar.
La comida sigue con efluvios de fantasía por parte de Marion y Malraux, moderados con cierta prudencia por parte de Corniglion. A la salida, la primavera empieza a verdear los árboles de la calle Saint André des Arts.
André Malraux seguirá construyendo el guion, añadiendo alguna escena fruto de su experiencia en España, algunas ya incluidas en L’espoir. Sin embargo, se dará cuenta de su déficit técnico y buscará un colaborador contactando con Boris Peskine, judío nacido en San Petersburgo y nacionalizado francés, con experiencia en documentales. Malraux ha visto un reportaje suyo sobre los ferrocarriles franceses que le ha entusiasmado[xv]. Este aceptará en principio, a la espera de conocer sus emolumentos, cosa que por el momento André no puede garantizar.
Acaba abril cuando André telefonea a Corniglion-Molinier.
—Nos vamos a España. Álvarez de Vayo nos recibe el 16, en cuanto regrese de un viaje a Ginebra. No podrán negarse. Les llevo una fortuna. No podrán negarse a que una pequeña parte se dedique a la tan necesaria propaganda.
Como carta de presentación, Malraux ha recogido de diversas organizaciones el importe de donativos de apoyo a la República provenientes de humildes colectas populares o de generosos donantes, como la del escritor alemán Emil Ludwig de medio millón de pesetas[xvi].
Aquella misma tarde se desplaza a Joinville para ver a Roland Tual, director adjunto de los Estudios Pathé.
La recepcionista le ha mirado extrañada. Malraux es considerado un peligroso izquierdista y los gestores que han asumido la dirección del centro después de la quiebra atribuida al anterior presidente son muy reacios a cualquier relación de la empresa con gente considerada partidaria del Partido Comunista o cercana a él, como lo es Malraux.
—Me has de ayudar a preparar el expediente para Álvarez del Vayo. No podemos fallar. Hasta Negrín estará a favor de ayudarnos en la película, pero debemos ganárnoslo. Yo sé lo que quiero, pero te necesito para darle un aire técnico que les impresione. Y solo tenemos dos semanas.
[i] Después de una primera experiencia creada en 1926 (Franco Films Productions), que llegó a ser propietaria de los estudios Victorine en Niza, Corniglion-Molinier monta una nueva productora con la ayuda de dos colaboradores de excepción: Roland Tual, director adjunto de Pathé, y su esposa Denise, que será la que elegirá las obras a llevar a la pantalla. LIGOT, Maurice (2019). Édouard Corniglion-Molinier, un paladin au XXe siècle. Burdeos, Les trois colonnes. Página 90.
[ii] Dirigida por Robert Siodmak y protagonizada por Harry Baur, fue distribuida por Pathé Consortium Cinéma. Su poco éxito hizo más difícil posteriores colaboraciones.
[iii] Novela de los años 20, de J. Storer Clouston, publicada por Phillip Allen en Londres, en 1934, que sirvió de base al guión de Drôle de drame.
[iv] Lo explica Denise Tual en Le temps devoré. Paris, Fayard. 1980. Página 123
[v] MARION, Denis (1970) André Malraux. Seghers, Paris. Col. Cinéma d’aujourd’hui. Página 13.
[vi] https://www.filmaffinity.com/es/film221155.html
[vii] El grupo de teatro Octubre, próximo al Partido Comunista Francés, se había disuelto en 1936, después del triunfo en Francia del Frente Popular, en parte por discrepancias entre trotskistas y estalinistas. https://fr.wikipedia.org/wiki/Groupe_Octobre
[viii] MICHALCZYK, John J. (1977). André Malraux’s Espoir: The propaganda/art film and the Spanish Civil War. Romance Monographs Inc. University of Mississippi. Página 27
[ix] Firmará sus libros y artículos con el seudónimo de Denis Marion, nombre con el que aparecerá a partir de ahora en esta publicación.
[x] Curiosamente las esposas del actor Jean Gavin y del responsable de la productora alemana UFA en Francia, Raoul Ploquin, después de ver Drôle de drame, convencieron a sus maridos, en una cena en el restaurante Chez Allard, de que llamaran a Marcel Carné, director de ésta, para que dirigiera también Le Quai de brumes, una evocación pintoresca de los bajos fondos de Montmartre, alrededor del cabaré Le Lapin Agile. Se estrenará el 18 de mayo de 1938, y ganará (como Sierra de Teruel) el premio Louis Delluc. BARON TURK, Edward (2002). Marcel Carné et l’âge d’or du cinéma français 1929-1945. Paris, L’Harmattan. Página 93. La reunión
[xi] Jean Renoir, 1937.
[xii] Schreiner en la película, finalmente interpretado por el catalán Pedro Codina.
[xiii] Comentando dicha colaboración, Denise Tual apunta: Roland Malraux n’arrivait pas à prendre son travail d’assistant avec gravité, c’était plutôt un jeu pour lui. (TUAL, Denise (1987). Au coeur du temps. Carrère Ed. Paris. Página 139. En https://malraux.org/tual1-2/
[xiv] Pathé fue adquirida en 1929 por el financiero rumano Bernard Natan, que practicó una política expansionista que chocó con la grave crisis económica mundial, hasta declararse en quiebra en 1935. Natan sería encarcelado acusado de mala gestión y fraude. Fue excarcelado en 1942, pero habiéndole quitado la nacionalidad francesa, fue deportado y falleció el mismo año en Auschwitz. (fr.wiki)
[xv] GALANTE, Pierre (1971). Malraux, una vida novelesca. Barcelona, Aymà. Página 127
[xvi] El Diluvio, 14.5.1938
3.2.- MAYO 1938 – MAX AUB SE UNE AL GRUPO.
Tres personas miran al cielo en el reducido campo de aviación Latécoère, en el Prat de Llobregat. Están
inquietos. Es el mediodía del viernes 13 de mayo, no saben si van a poder comer algo antes de que llegue la avioneta que esperan. A media mañana ha habido un combate aéreo que quizá la haya obligado a retroceder. Hace una hora que esperan. Luego se sabrá que en el puerto, a pesar de la intensa defensa antiaérea, ha sido bombardeado el Ciudad de Sevilla que ha resultado con la cubierta hundida. Ha habido víctimas[i]. Afortunadamente, en parte por el mal tiempo reinante, no habrá más ataques hasta el día 28, aunque sí numerosos intentos que causaran alarmas frecuentes.
Por fin llega[ii]. De ella bajan André Malraux y su amigo Édouard Corniglion-Molinier que es quién ha pilotado. Se saludan. Uno de los que esperaban le indica un coche lujoso frente a la puerta del recinto. Los otros se hacen cargo de dos pesadas maletas que han sacado de la avioneta. Suben y parten raudos hacia Barcelona. No han podido comer, les esperan en Hacienda, donde le recibirá Méndez Aspe, ministro desde el mes anterior, quién le transmitirá el agradecimiento e interés por sus actividades por parte de Negrín, aún en Ginebra.
Cansado, al entrar en el hotel para darse una ducha y cenar, André se encuentra con Jaime Met Miravitlles, el comisario de Propaganda de la Generalitat de Cataluña. Se conocen desde que, al principio de la contienda, el francés le visitó en su despacho del Comité de Milicias, del que el catalán era secretario[iii].
—Hola, que tal el viaje, tengo mesa en La Puñalada, vamos a cenar y podremos charlar.
Así, sin solución de continuidad, aun con la mano de Malraux sujeta por el saludo. Al ver la cara de este, añade:
—Es aquí mismo, muy cerca. Y se come bien. Hablaremos de cine.
Miravitlles esperaba la visita de un escritor de renombre, al que admira sin ambages[iv]. Lo ha comentado en Laya Films, la productora de la Generalitat que depende del Comissariat de Propaganda. También con los colegas de Film Popular, con el que intercambian reportajes, imágenes de archivo y material de rodaje, y que le han ofrecido acogerlo en sus instalaciones para ponerle al día de los reportajes que están produciendo.
Durante la cena, la conversación se centra en el tema del cine. Laya Films, que dirige Miravitlles, tiene una actividad frenética, de la que el catalán quiere dejar constancia. Malraux y Corniglion escuchan con atención el perfecto francés de Met Miravitlles. De vez en cuando se miran, las referencias al material, a las instalaciones, al personal especializado de Laya Films les abre un mundo de posibilidades, pero mantienen el proyecto en el plano confidencial, a la espera de los fondos que pueda otorgar la República en la reunión que tenga André con Álvarez del Vayo y Negrín. Les han hablado de las rencillas, las desconfianzas entre ambas administraciones.
Miravitlles, quiere dejar claro que el apoyo de la Generalitat será amplio, generoso… en lo que puedan. Dinero no, pero coches, locales:
—Mañana, en cuanto puedas, te enseño las instalaciones del Comissariat. Ya verás. Te podrás instalar allí para lo que tengas que hacer en Cataluña.
—Seguro que nos irá muy bien, aunque la intención es rodar lo más que pueda en Francia. Con la guerra, los bombardeos y las dificultades que pone mi país en la frontera, será lo más prudente. Pero seguro que algunas tomas se deberán hacer aquí. Muchas gracias. A ver que dicen las autoridades españolas.
—La situación es difícil, pero les has de convencer de la necesidad de una propaganda de calidad, exportable al mundo entero. Y solo tu puedes hacerlo.
El sábado 14, la prensa informa de la llegada del escritor francés, portador de un donativo para la República de 7.000.000 de francos, de los cuales 500.000 han sido dados por el famoso escritor alemán Emil Ludwig[v]. Añaden que tiene la intención de rodar una película sobre la guerra. Mientras La Publicitat informará de que algunas escenas se rodarán en España[vi], El Diluvio afirma que se rodará íntegramente en Francia[vii].
En el hotel, un representante del ministerio de Estado, le entrega un ejemplar de El Diluvio. En primera página, los ecos de la intervención de Álvarez del Vayo[viii] en la Sociedad de Naciones. Amablemente, le traduce como, de forma elogiosa, destaca el esfuerzo del ministro en poner de relieve la injusticia de la No Intervención, los incumplimientos de Alemania e Italia, intentando focalizar la atención de los asistentes, pero es un tema que les incomoda. De hecho, desde el inicio de la sesión el tema predominante ha sido el contencioso de Italia con Etiopía. Ha insistido: “No se trata de una guerra civil, sino de una guerra de invasión… Si no se presta atención a nuestras reivindicaciones y quejas, la responsabilidad será de los iniciadores de la idea (de la no-intervención): Francia e Inglaterra”[ix]. En pocos días, el discurso será editado en múltiples idiomas por el Rassemblement pour la paix. Sin embargo, a pesar de haberse incluso proyectado un documental donde se mostraban prisioneros alemanes e italianos como muestra del incumplimiento de la No Intervención[x], el resultado será decepcionante, al votar solo a favor la URSS y México, cuatro en contra (Inglaterra, Francia, Polonia y Rumania) y nueve abstenciones (China, Ecuador, Perú, Irán, Suecia, Letonia, Nueva Zelanda, Bélgica y Bolivia)[xi]. Abstenciones, ha añadido el político, de claro corte cínico.
Malraux, con su precario conocimiento del español, intenta sacar algunas ideas que puedan servirle para la reunión que tendrá el lunes con el mandatario. Lee la crónica de Andrée de Viollis en Ce soir. Le traen un ejemplar del día 13[xii], donde la periodista trata de patética la intervención de Álvarez del Vayo, en una sesión que también se pusieron sobre la mesa las agresiones de Etiopia por parte de Italia y de China por parte de Japón. Condenas formales sin ninguna repercusión en la política invasora de los totalitarismos.
El encuentro en el que Malraux conseguirá el apoyo de la República para su nuevo proyecto cinematográfico tendrá lugar la mañana del lunes 16 de mayo[xiii]. Con su verbo torrencial, Malraux expondrá sus proyectos, el apoyo que espera encontrar en los Estados Unidos, donde le han prometido 1800 salas de cine, y cuyo acceso facilitará la proyectada empresa de Corniglion-Moliner. Le escuchan con cortesía pero mirando el reloj. El presidente del Consejo, el sábado anterior, durante la reunión de la Diputación permanente, ha expuesto lo sucedido en Ginebra, un éxito en su parecer. Azaña escribirá en sus memorias: “Negrín expuso la situación: Ha mejorado lo militar y lo internacional. Lo de Ginebra ha sido un triunfo. Las dificultades crecen en los abastos, por falta de divisas; créditos bloqueados o en litigio. Pero también se arreglará”[xiv].
Precisamente el asunto de las divisas es el escollo más importante. Álvarez del Vayo ha cortado por lo sano. Os ayudaremos en todo lo que podamos —ha dicho—. Pero solo mediante pesetas, no divisas. Equipo también, un coche, un camión, alojamiento, mantenimiento… pero no divisas. España está en un momento crítico. Lo hemos analizado con detenimiento con Méndez Aspe. No hay divisas. A lo que Malraux objeta:
—Pero ya tenemos medio apalabrado un equipo técnico de primera fila: Page, Marion, Thomas, incluso Peskine está planteándose unirse a nosotros para el guion técnico. ¿Cómo les pagaremos? ¿Y los francos que entregué ayer?
—Gracias, muchas gracias por su esfuerzo. Pero hay bloqueos por todas partes, empezando por su país —Malraux agita su flequillo, inquieto. No esperaba esta puya—. Sánchez Arcas, el subsecretario de Propaganda tiene ya las instrucciones. No hay que perder tiempo, pero no hay más madera que la que arde.
Ya le habían dado su apoyo en los primeros balbuceos del proyecto, durante el II Congreso Internacional de escritores; sabían de su viaje a los Estados Unidos; estaban convencidos de que su película superaría en mucho Tierra de España de Ivers y Hemingway, pero no había divisas.
El regateo continuará a mediodía en el Ministerio de Instrucción Pública. Atendidos por el subsecretario de Propaganda, el arquitecto madrileño Manuel Sánchez Arcas, amigo de Picasso y Alberti, finalmente, acuerdan que la ayuda de la República para el proyecto de una película será de 100.000 francos y 750.000 pesetas[xv]. Ya al final, una recomendación de este que será decisiva: ¿Por qué no se pasa por el secretariado del Consejo General del Teatro? Encontrará a Max Aub, que seguro le puede ser de gran ayuda en el reclutamiento de actores españoles. Es un hombre entusiasta y trabajador. Puede confiar en él. Y se despiden deseándose lo mejor.
Malraux va de inmediato a buscar al que será su colaborador más estrecho en el rodaje y, desde ahora, amigo personal de por vida. Lo recuerda de los primeros días de la guerra, en Madrid, y también de haberlo saludado en Valencia, el año anterior a raíz de un congreso[xvi]. Pero Aub no está. El día anterior ha estado muy ocupado en la inauguración del Hogar del Actor Catalán[xvii], a la que habían asistido el ministro de Trabajo, Aiguadé, y muchas otras personalidades, tanto del gobierno de la República como de la Generalitat, así como multitud de actores y actrices, bien conocidos de Aub. Este no aparecerá en todo el día por su oficina, atando flecos y compromisos surgidos en las conversaciones durante dicha ceremonia.
Ya en el hotel, durante un breve refrigerio, Malraux y Corniglion-Molinier hacen balance de lo conseguido, y lo que queda por atar. Desde luego, no podrán contratar ningún actor que no sea español. No solo eso, Sánchez Arcas ha dejado claro que será preciso contratar el máximo personal español, no solo los actores sino también los técnicos, tener un representante sindical y otras imposiciones que a buen seguro dificultarán el avance de la película. También va quedando claro que habrá que rodar la totalidad de la película en España, ¡a saber dónde! Franco avanza y no se detendrá. Los 13 puntos de Negrín son razonables[xviii], pero los fascistas lo tomarán como una señal de agotamiento. Debemos darnos prisa, acuerdan los dos amigos. Ya con el capítulo económico encarrilado, Édouard partirá al día siguiente hacia París en su avioneta.
Otro problema añadido va aflorando: Desde que el gobierno de la República decidió trasladarse de Valencia a Barcelona, a finales de octubre de 1937, los roces con el gobierno catalán fueron constantes. Si por una parte se desconfiaba de la fidelidad de Companys y la Generalitat ante una situación bélica cada vez más difícil, ésta recriminaba a la República, en especial a Negrín, su arrogancia y su asunción de responsabilidades que hasta entonces le habían correspondido. Dicha pugna perjudicó al rodaje de la película, dificultando a su equipo saber a qué administración debían acudir en petición de material o financiación[xix]. Más aún cuando dimita Aiguadé y el vasco Irujo en los días en que se iniciará el rodaje.
Después les han venido a buscar dos representantes de Film Popular. Esta sociedad había tomado el relevo de la Cooperativa Obrera Cinematográfica, y aunque podía considerarse la portavoz de los comunistas PCE y PSUC, así como de su sindicato UGT, amplió su actividad cooperando con otros organismos de difusión y propaganda, como decía su lanzamiento publicitario: “Firma comercial antifascista, al servicio de la República”, que aspiraba a la convergencia de las distintas prácticas cinematográficas, como la producción y la distribución[xx]. Miravitlles les había hablado del proyecto de Malraux unos días antes. Comentan el último número de su boletín, comparando el coste de La Marsellesa de Jean Renoir (10 millones de francos) con lo otorgado por la República a Malraux.
Sentados en la sala de proyecciones, la sesión se ha iniciado con La mujer en la guerra, documental de seis minutos dirigido por Mauricio Sollin en 1937 y el documental sobre el Pabellón de España en la Exposición de París, en la que se pueden ver distintas personalidades, lo que no merece la atención de Malraux. A petición suya, pasan a proyectarle numerosos informativos de España al día[xxi], entre los que el francés puede ver algún plano que quizá pueda servirle luego en el montaje de Sierra de Teruel. También merece su atención el documental La conquista de Teruel, dirigido por Julián de la Flor y producido por la 46 División de El Campesino. En la oscuridad de la sala, alumbrado por el escaso brillo de la pantalla, el escritor toma notas en una libreta: tanques, aviones, movimientos populares… Algunos precarios, otros útiles quizás.
Al día siguiente, temprano, Malraux se presenta en las oficinas del Comité Central del Teatro. Al anuncio de la visita, Max Aub le espera ya a la puerta de su despacho. Idas y venidas, desbarajuste, papeles por todas partes[xxii]. Max cierra la puerta.
Un breve preámbulo en el que recuerdan algunos de los momentos pasados juntos, como en Madrid los primeros días de la contienda, o durante el II Congreso Internacional de escritores para la defensa de la cultura (¡Ah, aquella paella en Benicarló![xxiii]), de inmediato, el francés va al grano:
—¡Vamos a hacer L’espoir![xxiv]
La mirada de estupefacción de Max Aub, que conoce la novela y sabe por la prensa de la visita del francés para hacer una película, es también de defensa ante una intromisión en su vida de la que, intuye que no podría escabullirse.
—Yo puedo dirigir una obra de teatro, es lo que hecho toda mi vida, pero en lo que se refiere al cine, no sé nada de nada.
—Yo tampoco, pero vamos a hacer la película.
Años más tarde, Max Aub reconocerá que en aquel decisivo momento se fraguaba “una gran amistad y admiración por Malraux”[xxv].
El autor francés despliega toda su retahíla de argumentos a favor de la película: 1.800 salas de cine de Estados Unidos, el equipo internacional de técnicos que ya está prácticamente a punto, el dinero que le han asegurado en Hacienda y en Propaganda, hasta saca a relucir la nueva compañía que está ultimando su amigo Édouard, con la que la distribución en América será coser y cantar. Saca un recorte de periódico:
—Mire, me lo ha dado Miravitlles. Un gran tipo, que nos va a ceder un despacho cerca del Paseo de Gracia. El senador Nye pide el aplazamiento de la resolución sobre su enmienda al embargo[xxvi]. Nos dará tiempo a hacer la película e influir en la opinión pública norteamericana. Y francesa, o la inglesa. ¡Acabaremos con la No Intervención! Gracias a ello la República conseguirá armas.
Max Aub suspira, desbordado por el alud verbal del francés. Sabe que no se puede negar.
—¿Qué espera de mí? —ya puestos, al menos poder prepararse para el esfuerzo titánico que intuye.
—Todo. Bueno, que traduzca el guion. Lo tengo bastante avanzado, pero siempre irán saliendo cosas. Y que se ocupe del personal español. Actores, claro, que usted tendrá muy a mano dado su cargo. Pero también attrezzo, electricistas, que me oriente en los exteriores, en fin: que sea mi mano derecha.
Malraux trata de usted a todos sus interlocutores. Hablan en francés, idioma que lo propicia. Se recuesta en el respaldo de la silla: lo ve en sus ojos: no se podrá negar.
Aub, ya en su papel:
—¿Y secretarias? Alguien tendrá que mecanografiar, hacer llamadas, en fin, esas cosas…
—Claro.
—Le recomiendo[xxvii] que hable con María Luz, la conozco de La Vanguardia, y es muy eficiente. La he de llamar, estoy preparando un artículo[xxviii]. Para las cosas de cada día, si me permites —André asiente con una sonrisa, aceptando el tuteo unidireccional— voy a hablar con una amiga mía, esposa del director del Museo de Arte Moderno de Madrid. El otro día comí en su casa y hablamos de una chica que habla perfectamente francés y alemán, que trabaja en la Subsecretaría de Armamento, pero que le pilla muy lejos de su casa y quisiera algo más céntrico. Supongo que Miravitlles estará pensando en algún despacho de la avenida 14 de abril, donde está el Comissariat y también Laya Films. Si es así, a la chica le convendría. Si quieres, mañana te la presento en el Majestic. Se llama Elvira Farreras[xxix].
—Perfecto. A las nueve. Luego podría venir conmigo a ver los estudios de rodaje. Miravitlles me ha cedido un chófer que nos llevará. Ya habrá anunciado mi visita.
El encuentro no dura mucho más. Max necesita respirar, ordenar las ideas que han ido borboteando al calor del verbo del francés.
—Algo pequeño. Las instalaciones de sonido parecen bastantes modernas, pero yo quiero que se vea la solidaridad del pueblo español con la República asediada, y ello va a requerir bastantes extras en una misma secuencia, y no cabrían —“bastantes extras”, Max tuerce el ceño.
Han salido de los Estudios Lepanto. Poca actividad, la industria del cine de ficción está casi paralizada y los reportajes se producen en los otros estudios. Pasando por delante de la Sagrada Familia, se dirigen a Montjuich.
Allí, entran primero en los Estudios Trilla[xxx]. En la fachada, aún restos del letrero “Estudios Dos”, denominación dada al socializar la CNT la industria cinematográfica. Son recibidos por Adolfo de la Riva, copropietario antes de la guerra y ahora director técnico del Consejo Superior Técnico de Producción Cinematográfica, pomposo nombre que reemplazaba el entusiasmo no profesional y poco eficiente de la época anarquista. El encuentro deja mal sabor de boca a los dos visitantes. De la Riva evita al máximo las responsabilidades; habiendo abrazado el comunismo mas por conveniencia que por convicción, solo espera sobrevivir a la contienda[xxxi]. Les remite a los Estudios Orphea, donde les acogerá su amigo Francesc Elías.
El día es desapacible. No habrá hoy bombardeos, comenta el chófer mientras siguen ascendiendo por la parte sur de la montaña de Montjuich, pasando delante del Pueblo Español. Aub indica, señalando con la mano:
—Mira, si venimos a los Orphea, aquí podemos encontrar exteriores a mano.
Francesc Elías, todo sonrisa, les espera en la ampulosa puerta de los Estudios Orphea, antiguo Palacio de la Química en la Exposición Universal de 1929. Visitan con detenimiento las amplias instalaciones, donde trabajan un centenar de personas. Aún quedan vestigios del rodaje de “! No quiero…, no quiero!”[xxxii], iniciado el verano anterior, y finalizada pocos días antes de la visita.
Elías, director Artístico del Comité, les cuenta con orgullo no exento de arrogancia, que su última película, con guion basado en una obra del afamado dramaturgo Jacinto Benavente, una crítica al sistema educativo tradicional, se ha considerado “la película del millón”, por el elevado coste de su producción. Se lamenta de que, a pesar de estar lista desde hace semanas, no han llegado los 3.000 metros de película para positivar.
Malraux mira a Aub. La película virgen, a pesar de las promesas de Sánchez Arcas y Miravitlles de facilitarle todo el material necesario, puede llegar a ser un problema. El francés susurra:
—A mi regreso deberé hablar con Tual. Hemos de estar preparados por si no conseguimos película aquí.
—Un millón —A Aub le ha llamado la atención el importe—. Pues si Propaganda nos da tres cuartos, más francos, quizá baste.
Malraux no oculta una mueca de incredulidad.
–Cuando vea a Corniglion no se lo comente —concluye el francés. Su amigo y piloto ha partido ya hacia París en pos de afianzar sus sueños.
Los dos están de acuerdo de que los Estudios Orphea son la mejor opción. Situados en la ladera de la montaña de Montjuich, dadas las defensas antiaéreas existentes en el castillo que corona la cima, es poco probable que sufran bombardeos. Sí, no hay duda: Estudios Orphea. Con los Trilla como alternativa, Max Aub se ocupará de solicitar los permisos pertinentes, lo que no será fácil.
A media tarde, con la decisión tomada, se dirigen a la avenida 14 de abril bis, donde está ubicada la sede del Comissariat de Propaganda de la Generalitat. Miravitlles, con su jovial sonrisa, les guía a través de una actividad caótica, frenética.
—Seguidme. Aquí, en la planta baja, está mi despacho, las diversas secretarías y el departamento de publicaciones[xxxiii].
Suben al primer piso:
—En este piso podréis tener vuestra sede. Está la Sección de Festivales Benéficos y el equipo de asesores del Comissariat —se calla que consiste en un grupo de intelectuales que han conseguido quedar al margen de las campañas de reclutamiento—. En esta sala podréis celebrar vuestras reuniones.
Abre la puerta, aún hay algún montón de juguetes de la campaña de la Setmana de l’Infant, de la primera semana de enero. La cierra de inmediato. Suben. Se para en el rellano.
—Aquí alucinaréis. Dispondréis de una sala de proyecciones perfectamente equipada. Y la gente de Laya Films —a la que va saludando a su paso—, os ayudarán en todo y por todo.
En el último piso, finalmente, saludan al equipo de correctores y traductores, imprescindible para la extenuante labor de propaganda internacional que desarrolla el Comissariat. Uno de ellos, le muestra un ejemplar de Solidaridad Obrera[xxxiv]. Mire, le dice, hablan de usted cuando fue a visitar Film Popular. ¿Es verdad que rodará en Francia?
Miravitlles corta:
—No. Lo hará aquí, y además se instalará con nosotros. Vamos a ayudarle en todo. Y ahora basta. Vamos a cenar. ¿Te parece bien volver a La Puñalada?
El último día completo de estancia en Barcelona será de repaso de la situación y de planificación de los pasos siguientes. Malraux, contrariado por no poder disponer de actores franceses, entrega a Max Aub las fotografías de los candidatos fallidos.
El español los mira detenidamente y luego, señalando el rostro de Von Stroheim, dice con una media sonrisa bajo sus gruesas gafas:
—A este lo tengo. Bueno, si puede. No vive en Barcelona sino en Lloret de Mar. El estaba en el Hogar del Actor. Pensará ya en su futuro, no creo que se niegue.
—¿Cómo se llama? —pregunta Malraux, dispuesto a anotarlo en una libreta.
—Pedro Codina[xxxv]. Aquí es muy famoso. Y de izquierdas, o eso creo. Es importante que quienes trabajen en la película tengan un buen expediente. Nunca se sabe. Hace, o hacía, vodevil, pero también teatro algo más sustancioso. Y creo que no se notará su posible acento catalán
—Bien, bien. Para los demás, tu verás a quién puedes llamar cuando leas el guion que te he dado. Son importantes los papeles de Peña, el comandante, Muñoz, su segundo y José el campesino que pasa las líneas. Y muchos más, claro.
Aub esboza una sonrisa. Al ver la fotografía de Pierre Larquey, le viene a la cabeza de inmediato José Santpere[xxxvi], que tanto le ha hecho reír en los vodeviles del Paralelo. Cuando participó en el estreno de L’Auca del señor Esteve, en 1917, la obra fue muy celebrada. Le indica a Malraux:
— Mañana mismo voy a verle a su casa, en la calle Caspe[xxxvii]. Estoy seguro de que le encantará el proyecto.
Y también con una sonrisa, brindan con el vino blanco del Penedés que les ha alegrado la tarde.
Max y André hablan largo y tendido del proyecto que va afianzándose. Lejos de La Puñalada y del arrogante Met, al que el primero no tiene gran aprecio. Hablan también de la novela de Malraux, algunos de cuyos pasajes servirán de base a la película. Aub pregunta:
—¿Viste La Vanguardia de ayer?
Malraux niega con un gesto.
—¿Recuerdas el ataque al aeródromo que describes en tu novela[xxxix]? Pues el lunes se destruyeron un montón de Fiat italianos en Caudé[xl]. Sí, cerca de Teruel.
Malraux aprieta los labios. Tantos recuerdos. El avión siniestrado después del combate. Belaïdi, Florein… El rescate, la solidaridad. Aunque no, el ataque a un aeropuerto gracias a las informaciones de un valiente campesino había sido en otra zona, en Arévalo, al otro lado de la sierra de Madrid. Era en los primeros meses: el apocalipsis, la energía desbocada, la entrega total, sin reparos, sin reservas. Y ahora Franco en el Mediterráneo y Lérida en sus manos desde hace un mes[xli].
Se despiden ya tarde, achispados, en la puerta del hotel. Se volverán a ver en unos días. Ahora André debe dejar cerrados los temas en París. Hablar con Tual, claro, pero también ir cerrando ya los contratos con Page, Marion, Thomas. Quizá el más difícil sea el de Peskine, por sus demandas y la falta de divisas. Habrá que ir pensando en algún crédito puente. Lo hablará con Corniglion y también con Gallimard.
Aub, por su parte, ira buscando ya los asistentes españoles. Ha pensado en los hermanos Miró para el attrezzo y Vicente Petit para los decorados, los conoce desde su actividad teatral en Valencia. Actores, una vez cerrado Santpere (no ha habido ningún impedimento, a pesar de su delicada salud), verá de encontrar a un conocido de la época previa al levantamiento, ¡ah, aquel teatro combativo!, Mejuto, aquel actor guapo del grupo Anfistora[xlii], que él frecuentaba durante aquellos meses de vértigo en Madrid. Cree que, por su edad, ahora estará en el ejército. Lo buscará. También localizará a Pedro Codina, en su casa de Lloret de Mar. Y Nicolás Rodríguez[xliii] puede ser un buen brigadista, alto y enjuto. La cabeza le bulle de ideas. Como siempre.
En el coche que le conduce al aeropuerto, Malraux se siente satisfecho de los pasos dados en tan pocos días. Aub se confirma como un buen tipo, en sintonía con sus sueños. El estudio, los despachos del Comissariat, hasta una secretaria y un actor ya acordados. Sí, ahora le espera lo más duro: lo económico. Pero como siempre está convencido de que saldrá airoso, por difícil que parezca. Y Clara, sus celos (justificados), agarrándose a su círculo de amigos con los que a él no le interesa romper. Está decidido a que Josette le acompañe en Barcelona durante todo el rodaje. Sabe que ello soliviantará a Clara. Teme que sea capaz de algún escándalo. Pero no se ve capaz de afrontar un proyecto con tantos riesgos y tanta necesidad de dedicación estando pendiente de su esposa. Josette será diferente, por mucho que a la primera le pese. Intuye que acabará divorciándose, pero no ahora, no ahora. Sabe que ella ha presentado el manuscrito de su Livre de comptes en la NRF, Paulhan no podrá negarse a publicarla, pero el muy ladino no se lo ha comentado a él que, a pesar de todo, sigue siendo su marido[xliv]. Clara está sin duda influenciada por Elsa Triolet, que acaba de sacar Bonsoir Thérèse, su historia de amor con su amigo Louis Aragon. ¿Qué dirá en él, de su deteriorada relación? ¿Querrá ajustar cuentas por escrito?
El avión despega con dos horas de retraso por el mal tiempo, que por otro lado evitará posibles encuentros con aviones fascistas. En un par de semanas estará de vuelta.
NOTAS:
[i] ALBERTÍ (2004): 251
[ii] La Publicitat 14.5.1938 pág. 1 / El Diluvio, 14.5.1938 pág,8
[iii] MIRAVITLLES (1981): 166
[iv] Años más tarde escribirá: “Ha sido (Malraux), quizás, el hombre que más he admirado, ya que era como una proyección muy superior de mi propia vida”. (MIRAVITLLES, Jaume (1981) Més gent que he conegut. Barcelona, Ed. Destino. Página 165.
[v] La Vanguardia, 15.5.1938, página 7
[vi] La Publicitat, 14.5.1838 Página 1
[vii] El Diluvio, 14.5.1938. Página 8
[viii] Buena información en: https://loquesomos.org/julio-alvarez-del-vayo-ministro-de-estado-de-la-ii-republica/
[ix] El Diluvio, 14.5.1938 Página 1 y ss.
[x] Prisoners Prove Intervention in Spain. 1938. Reino Unido. Productora: Progressive Films institute. Director: Ivor Muntagu Documental rodado con cámara fija y micrófono oculto, recoge el interrogatorio de Rudolf Ruecker, teniente de la aviación alemana y del subteniente italiano Gino Poggi. La guerra filmada, dvd nº 3. Filmoteca española, 2009.
[xi] Las Noticias, 14.5.1938 páginas 1 y 4.
[xii] Ce Soir, 13.5.1938 página 3
[xiii] PI Y SUNYER, Carles (1977). La República y la guerra -Memorias de un político catalán. México. Ediciones Oasis, SA. Página 477 y ss. Para el tema judicial: PAGÈS, Pelai (2015). Justícia i guerra civil. Barcelona, Ed. Base, donde analiza la posición de los diversos partidos catalanes.
[xiv] AZAÑA, Manuel (1996). Memorias de guerra 1936-1939. Barcelona, Ed. Crítica. Página395
[xv] El cambio en 1938 era de 20/21 FF/USD; 8,6 Pta/USD. MICHALCZYK, John J. (1977). Andre’s Malraux Espoir: The propaganda/art film and the Spanish Civil War. Mississippi University. Página 29nota.
[xvi] Ver la primera parte de LA VERDADERA HISTORIA DEL RODAJE DE SIERRA DE TERUEL.
[xvii] La Vanguardia, 17.5.1838. Página 2
[xviii]Publicados el 20.4.1938, era un programa político razonable que esperaba, sin éxito, se acogido por las potencias occidentales. https://www.ecorepublicano.es/2015/03/mayo-de-1938-los-trece-puntos-de-negrin.html .
[xix] PI SUÑER, Carles (1975). La República y la guerra. Memorias de un político catalán. México, Ediciones Oasis SA. Páginas 477 y ss.
[xx] SALA NOGUER (1993): 129
[xxi] CAPARRÓS (1977): 166
[xxii] Situación descrita de forma novelada en: CISTERÓ, Antoni (2ª ed. 2018). Campo de esperanza. Capítulo 1. En: https://www.visorhistoria.com/campo-de-esperanza-1/
[xxiii] https://www.visorhistoria.com/benicarlo-1937/
[xxiv] « Combats d’avant garde : Les souvenirs de Max Aub ». Serie de entrevistas realizadas por André Camp. France Culture, mayo 1967. Archivos del Institut National de l’Audiovisuel (INA), París, Francia.
[xxv] Magnífico retrato de Mallraux en: AUB, Max (2001). Cuerpos presentes. Segorbe, Fundación Max Aub. Páginas 199-201.
[xxvi] Las noticias. 14.5.1938. Página 4.
[xxvii] Para mejor comprensión, Aub, español, utilizará el tuteo en los diálogos. No así Malraux, siguiendo su costumbre de tratar de usted a todo el mundo.
[xxviii] “Una muchacha española”. La Vanguardia, 29.5.1938. Página 4.
[xxix] “Testimonios”. Sierra de Teruel, cincuenta años de esperanza. Archivos de la Filmoteca, Año 1, nº 3. Valencia. Página 288.
[xxx] A la sazón gestionado por la anarquista SIE y con poca actividad. A partir de 1940, pasaron a llamarse Estudios Trilla-Orphea. https://www.enciclopedia.cat/diccionari-del-cinema-a-catalunya/trilla-la-riva.-estudios-cinematograficos-espanoles
[xxxi] SALA NOGUER (1993). Página 58.
[xxxii] SÁNCHEZ OLIVEIRA (2003). Página 120 y ss.
[xxxiii] PUJOL, Enric. “Primera noticia general del Comissariat de Propaganda de la Generalitat de Catalunya (1936-1939)”. En: La revolución del bon gust. Barcelona, Viena Edicions. Página 35 y ss.
[xxxiv] Solidaridad Obrera. 17.5.1938, Página 3.
[xxxv] Pedro Codina y Mont (Lloret de Mar, 31 de octubre de 1880 − Buenos Aires, 25 de març de 1952). Actor teatral que había destacado en su papel de “Manelic” en Terra Baixa de Angel Guimerá. Actuaba tanto en catalán como en castellano, en España y América Latina.
[xxxvi] Muy ilustrativa y divertida la entrevista hecha a su hija, Mary Santpere, en la que habla de la colaboración de su padre en Sierra de Teruel. Previa a la proyección de Espoir en TV3. 11.7.1986. En: https://www.visorhistoria.com/anexos/videos/
[xxxvii] TV3. Cinema de mitjanit. 11.7.1986. Declaraciones de su hija, Mary Santpere.
[xxxviii] https://urbanexplorerapp.com/restaurante-los-caracoles-barcelona/historia/
[xxxix] MALRAUX (1995). Páginas 497 y siguientes para toda la secuencia del campesino y el ataque al aeródromo franquista.
[xl] La Vanguardia, 17.5.1938. Página 1.
[xli] THOMAS (1978), II página 861. Lérida había caído el 3 de abril.
[xlii] UCELAY DACAL, Margarita. “El club teatral Anfistora”, en: Dougherty, Dru y Vilches, M.F. (coord.). El teatro en España: entre la tradición y la vanguardia 1918-1939. CSIC-Fund. García Lorca, 1992.
[xliii] https://www.visorhistoria.com/nicolas-rodriguez/
[xliv] BONA (2010), página 325. (Malraux está claramente reflejado en el personaje de Marc)
3.3.- JUNIO 1938 -BORIS PESKINE.
—¿Recibieron sus nuevos aviones, no?
—Éramos uno contra ocho.
—Alto, ¡más dramatismo! Santpere, más dramatismo. Es el mensaje clave de toda la película: poner en evidencia la desigualdad respecto el armamento que están recibiendo los rebeldes y el bloqueo al gobierno legítimo de España.
Max Aub, dominador como pocos del lenguaje castellano, no ha perdido sin embargo su deje francés: grebeldes.
Mejuto[i], que acaba de entrar, le mira con cansancio. Él lo hace bien, y lo sabe. Pero a José Santpere le cuesta adaptarse al necesario dramatismo, olvidando sus décadas de comediante en el Paralelo.
—Fíjate el periódico de hoy: “Las bombas de los países intervencionistas alcanzan a un vapor holandés”[ii]. Pepe, ¿cómo crees que se sentían ayer los pilotos que intentaron repeler el ataque? Y los tripulantes del barco holandés alcanzado por las bombas, ¿eh?
Malraux, en un rincón, lo mira satisfecho. Es consciente de que ha hecho una buena elección. A buen seguro que el otro posible candidato a ayudante de dirección, Corpus Barga, no tendría la misma implicación.
El lunes, día 6 de junio, han empezado los ensayos en una dependencia de Laya Films a falta del permiso para instalarse definitivamente en alguno de los estudios de Montjuich. Un guion aún por redondear y con solo tres de los actores previstos: Mejuto (Severiano Andrés de nombre), Santpere (José) y del Castillo (Miguel), que hoy no ha ido, Respectivamente: Capitán Muñoz, Comandante Peña y Carral, en la película.
Ocupan una reducida estancia. Los actores, aún con el papel mecanografiado la víspera en la mano.
—Volvamos a empezar —gruñe Max.
Malraux mira su reloj; espera a que de nuevo, su asistente interrumpa con algún improperio, se le acerca y le dice:
—Me tengo que ir al aeropuerto. Hoy llega Boris[iii] y quiero que se sienta bien acogido. Usted siga. Nos vemos en su hotel.
Llegará una hora tarde. En el ministerio le han mandado un coche pequeño, un Ford 6 CV. En el Prat le esperan bajo un árbol, Peskine y Louis Page. Los lleva al hotel Majestic donde se alojarán. Después de comer, se les une Max Aub, acompañado de una bella periodista rusa, Bola, corresponsal de Pravda[iv].
Por la tarde visitan el Comissariat de Propaganda. Allí, pueden saludar a las tres secretarias de Producciones Malraux (Marta, Zoé y Elvira). Un futuro colaborador de la película, el cámara Manuel Berenguer irá con ellos al cuarto piso, donde pueden visionar “Batallones de montaña” que él ha realizado[v]. Después, ya de nuevo en el primer piso, les presentan al guionista y director de producción Fernando G. Mantilla[vi], que se incorporará al equipo de rodaje, con el encargo de supervisar la ortodoxia de este según los criterios de la República que es quien financia el proyecto. Él y Piquer, operador, los acompañarán a ver los estudios cinematográficos disponibles en Barcelona. Aunque ya los vieron, quieren reforzar su decisión con la opinión de un técnico reputado. Quizá así, con el apoyo de Mantilla, Max pueda conseguir los permisos requeridos.
Primero visitan los Estudios Lepanto[vii], insonorizados en 1935, pero que consideran excesivamente pequeños. En aquel momento están rodando una película surrealista, con un caballo de cartón que les deja atónitos. A la vuelta, Peskine y Page discuten aparte sobre la conveniencia de meterse en el rodaje de una película en plena guerra civil y con los medios que, a pesar de la grandilocuencia de los españoles, intuyen que serán muy precarios. Quizá para rebajar la tensión, Malraux y Aub llevan a los dos franceses a ver la Sagrada Familia, que Boris Peskine considera: catalana, anarquista, surrealista, aunque también simpática y loca. Han cruzado calles bombardeadas, sacos terreros, entradas a refugios, lo que va asentando la idea del ruso de no quedarse en Barcelona durante el rodaje, por lo que, dado su origen, aducirá problemas de pasaporte en Francia. Sin embargo, sigue dubitativo dada la buena retribución prometida y los proyectos de lanzar la película en Estados Unidos que Malraux a expuesto hábilmente durante la cena.
A la noche hay buen ambiente: se reúnen Malraux, Aub, Peskine, Page y la periodista Bola, a los que se les une Pons, un arquitecto que ya había colaborado en la escuadrilla Malraux dos años antes y que ha viajado en el mismo avión.
A la mañana siguiente, 9 de junio, con Mantilla, el equipo va a visitar los estudios Orphea, las instalaciones mayores y mejor dotadas de Barcelona. Su vecindad con el Pueblo español, por donde pasean, les hace imaginar ya exteriores parecidos a Teruel. Malraux ya los ha visto y para él no hay duda, pero quiere que tanto Page como Peskine den su aprobación y lo oiga Mantilla. Todos coinciden en que son los mejores, aunque la insonorización sea muy deficiente.
Comen opíparamente antes de ir a ver exteriores. Bola les ha traído caviar, lo que no deja de sorprender en una ciudad en guerra. Luego, en un coche oficial, viajan a Montserrat y Cervera en búsqueda de exteriores. A falta de Teruel, la montaña mágica de los catalanes podrá dar el pego. El coche les deja a orillas del Llobregat, antes de llegar a Monistrol, desde donde cogen el funicular aéreo que les conduce al monasterio. Page lo ha visto al momento:
—La cámara aquí, mirando a la montaña, nos dará la impresión de que el avión se estrella, en la secuencia XXXVI.
A falta del guion técnico que preparará el ruso, todos tienen ya interiorizadas las ideas de Malraux respecto a la película. En el monasterio se están ultimando los preparativos para que sea un hospital[viii]. Aub se abraza con Manolo Altolaguirre, que se ocupa de la magnífica imprenta.
—Pero Max, ¿qué haces tu por aquí?
—Ni te lo imaginas. ¡Preparando una película! Te presento a Louis Page, un fotógrafo de renombre. Estamos buscando exteriores que se parezcan a Teruel.
— Pues yo estoy ultimando el poemario de Emilio Prados para el Ejército del Este. Y preparo otro de César Vallejo. Si todo sale bien, va a incluir un grabado de Picasso firmado por él[ix].
Altolaguirre a lo suyo, aunque aportará un colaborador que será de utilidad en una de las secuencias, representando a un voluntario árabe. Añade:
—Por cierto, que hace unos días me encontré en Barcelona con aquel joven que presenté hace años a Cernuda. Serafín[x], ¿te acuerdas? Quizá os sea útil para la película. Es guapo, de eso no hay duda, termina con una sonrisa maliciosa. También es poeta, y fue amigo de Federico.
El comisario de la Generalitat al cargo del cenobio, Carlos Gerhard[xi], entretanto, está enseñando a Malraux los espacios donde podrían alojarse los equipos de rodaje en el caso de que se filmara en la montaña. Peskine, ensimismado con los incunables de la biblioteca, intenta aislarse en sus pensamientos: “¿me conviene colaborar?” se pregunta constantemente.
Regresa el francés.
—Vamos, al coche. Ya tenemos Teruel. Ahora nos falta Linás. Si como me dijo, Max, Cervera tiene un aspecto rural, quizá sirva. Aunque no descarto lo visto en el Pueblo Español, tan cerca de los estudios. Sería tremendamente práctico.
Anochece cuando han terminado de dar una vuelta por el casco antiguo de Cervera. Page ha tomado fotos.
Por el camino, controles constantes retrasan su viaje de regreso. Mientras Max Aub duerme, exhausto, Malraux, Peskine y Page discuten de cine. El director está preocupado por los actores que ha reclutados hasta ahora, en especial aquel Santpere, habituado al quehacer teatral pero ignorante del cinematográfico. Desde luego, no tendría sitio en una película de Eisenstein, referencia para el francés.
Están hambrientos. A los pocos kilómetros, despiertan a Max:
—Aquella fonda que nos prometió, ¿dónde está?
El chófer apunta: estamos ya llegando a Igualada. Max se activa. Le indica el trayecto y al llegar, se dirige a la cocina, anunciando la visita de un “gran personaje importante”. Cenan bien: “Friture et côtelettes et du vin blanc”, recordará Peskine, quien al llegar al hotel indicará a Malraux sus condiciones para colaborar en la película. El director estará de acuerdo en principio, y como muestra del mismo, en presencia de Page, le entregará el guion con las escenas ya disponibles, la mayoría.
Al día siguiente, los franceses regresan a su país. El ruso tendrá dificultades para regresar a Francia. Por falta de autorizaciones, debe desistir de coger el avión y ha de llegar a Perpiñán en coche, desde donde seguirá viaje al día siguiente. En París, le espera Roland Tual, que ejercerá de director de producción de Sierra de Teruel.
Sentados en el parisino café de Flore, acordarán provisionalmente una retribución de 1000 dólares para su colaboración hasta el 15 de julio. La última condición que pone Peskine es la de no tener que desplazarse a Barcelona, ya que dada su condición de ruso “naturalizado y reformado”, no quiere que se le identifique con una producción republicana, y de paso evitará los riesgos en una ciudad bombardeada, que continuamente le recuerda su esposa a quien los amigos llaman CriCri. Corniglion-Molinier y Malraux aceptarán los términos del acuerdo, que finalmente se firmará el jueves 23 de junio.
Los dos hombres se encuentran de nuevo en Perpiñán el sábado 25 de junio. Hay una variación en la retribución, que pasa a ser de 20.000 francos más una eventual participación en los beneficios cuando el filme se proyecte comercialmente. Malraux está eufórico, excitado al ver que se acerca el inicio del rodaje, la culminación de una trayectoria que le ha tenido unido a la suerte de la República española desde el inicio de la guerra. Josette, que le acompaña, comparte esta euforia. Dice a su amiga Suzanne, el día 23[xii]: “¡Qué dichosa le hace a una la felicidad y qué bien sienta este clima! ¡Cómo está una hecha para esto! Cuando soy desgraciada, estoy fea y soy mala, ¿qué amaría él en mí? Pero ¡hoy existe entre nosotros algo tan tranquilo! Todo resulta fácil cuando André está aquí y no estamos en París.”
Sin embargo, el tiempo apremia. En La Depêche[xiii], leen las declaraciones del general Miaja, afirmando que Valencia puede llegar a ser un segundo Madrid. ¿podrán culminar su proyecto? En Francia todo parece fácil, pero en sus idas y venidas desde Barcelona, contemplan los frecuentes bombardeos y leen las noticias que indican que las fuerzas rebeldes avanzan en varios frentes. Finalmente han descartado Cervera, su hipotético Linás, como ubicación de rodaje a pesar de las buenas perspectivas vistas en su viaje semanas antes. A menos de cincuenta kilómetros del frente sería imposible obtener los permisos para un rodaje de varios días. En el mismo periódico, leen que desde Le Havre, parten 194 toneladas de plata de la República como pago de compras hechas en los Estados Unidos, lo que reafirma la necesidad de terminar cuanto antes la no iniciada aún película, para ser promovida en aquel país.
Los desplazamientos sufren algunos retrasos en la frontera, cerrada a las mercancías por orden verbal del lunes anterior. Durante las comidas, comentarán ampliamente la noticia leída en L’Independant[xiv], en la que se informa de la detención de franquistas que habían montado un centro de espionaje en Biarritz, entre ellos el marqués de Rebalzo[xv]. Max, que les consiguió el billete y ha ido a despedirles, queda pensativo. Tantos recuerdos agrios sobre la campaña de desprestigio que algunos de aquellos miserables habían orquestado contra él[xvi]. Para no pensar en ello, saca a relucir las repetidas noticias de ataques rebeldes a barcos ingleses o de otras nacionalidades, lo que puede hacer replantearse la No Intervención. Aub, tomando café, ha señalado el ejemplar del sábado 25, leyendo[xvii]: “Si siguen los ataques, la Gran Bretaña llamará a su embajador y, de no cesar, llegaría a embargar las exportaciones de cítricos y vino desde el bando franquista”. ¡Cínicos cabrones¡, ha dicho dando un golpe con la taza, que se ha vertido.
En Perpiñán Peskine celebrará repetidas reuniones con Denis Marion, en presencia de Malraux y, a menudo, Max Aub. Mme Peskine, CriCri, y Josette, que está radiante ante la posibilidad de compartir esta aventura con su amado, se pasean, compran, compartiendo mesa con sus atareados hombres. Las comidas en el hotel Victoria provocan discusiones sobre la bouillabaisse y su hermana catalana, la bouillinade, que no incorpora el cabracho o escórpora. Christiane Peskine, es marsellesa y defiende apasionadamente la primera. Malraux y Aub, después de días en la Barcelona en guerra, se regalan con opíparas comidas.
El martes 28, Malraux anuncia solemnemente que le han confirmado la transferencia del dinero. Para celebrarlo se desplazan a Casteil para una cena a base de tortillas y cordero asado, en un lugar que el autor conoce bien desde su estancia en Vernet para redactar L’espoir. Peskine, que parte chapuceramente el cordero, exclama: ¡espero que haré mejor el corte técnico del guion!
De vuelta a Perpiñán, cada uno a su hotel. Los Peskine y Malraux en el Grand Hotel, Marion y Aub en el Tívoli. Al día siguiente, los “españoles” (Malraux y Josette, Marion y Aub) regresaran a Barcelona y Peskine se apresta a hacer el guion técnico con los textos recibidos. Sin embargo, para aliviar la tensión vivida, pasan el día en la costa buscando un alojamiento más relajado, que encontrarán en el Grand Hotel de Banyuls.
Durante más de dos semanas, Boris Peskine trabajará intensamente, con alguna pausa durante la que visitará la costa con su esposa. Con la lectura de su proyecto de película, el ruso ve crecer su admiración por el escritor. Llega a decir: “Je ne connais pas un seul metteur en scène travaillant aujourd’hui en France qui approche de lui pour le sens de l’action cinématographique”.
El trabajo se ha desarrollado según lo previsto, así que el miércoles 13 de julio, llegan ya Denis Marion y su esposa, y por la noche también Malraux y Josette a quienes acompañará Max Aub. Después de una opípara cena, paseando por Port-Vendres, encuentran a Illya Ehrenbourg y su esposa, para gran alegría del ruso que puede hablar en su idioma con el periodista y escritor.
El 14 de julio, fiesta nacional, sigue la revisión del trabajo técnico realizado por Peskine. Malraux está cada vez más nervioso, la guerra pinta mal para la República española, el dinero va fluyendo en cuentagotas, algunos actores aún no han sido contratados y muchos colaboradores están con la espada de Damocles de la movilización.
Aunque el contrato de Peskine está previsto hasta el 15 de julio, faltan los últimos ajustes. Malraux, para impresionarle, le sugiere que cuando lance la película en Estados Unidos espera que le acompañe. El director quisiera que, en caso de necesidad, Peskine pudiera seguir ayudando, ya sea en Banyuls o en Barcelona.
La historia nos dice que Sierra de Teruel no fue presentada en Hollywood. Boris Peskine (1911-1991), al estallar la guerra mundial, fue detenido y recluido en los campos de Drancy y Austerlitz, de donde, después de un breve periodo de libertad, fue deportado a Dachau. Liberado el 5 de mayo de 1945, recibió la medalla de la Resistencia. No volvería a trabajar en tareas relacionadas con el cine.
[i] Andrés Mejuto, a la sazón capitán en el ejército, nos cuenta su experiencia: “Vinieron a buscarme para hacer lo de André Malraux y tuvieron que autorizarme porque lo pidieron desde la central del ejército… Gente relacionada con Federico García Lorca (retengamos el dato), que tenía contacto con Malraux y Max Aub, le indicó que había hecho cosas como actor y él me llamó a Barcelona en 1938”. Aunque quizá dramatiza en exceso la situación (o no). “El rodaje estaba hecho a trozos, con bombardeos, huyendo del edificio porque sabíamos que venían a bombardearlo. Franco sabía que se estaba rodando esa película aquí y hacía todo lo posible por evitarlo” (“Testimonios”. En Sierra de Teruel, 50 años de esperanza. Archivos de la Filmoteca. Año 1, nº 3. Valencia, Filmoteca de la Generalitat Valenciana. Página.204)
[ii] La Vanguardia, 8.6.1938. Página 1
[iii] Boris Peskine, colaboró en el guion técnico. Gran parte de este capítulo está basado en sus memorias no publicadas, visibles en: http://docplayer.fr/187080876-Notes-de-boris-peskine-a-propos-de-la-preparation-du-tournage-de-l-espoir-juin-juillet-1938.html
[iv] Se trataría muy posiblemente de María Osten, amante de Mijail Koltsov, que ya había partido para la URSS, donde tiempo después sería detenido y fusilado (como lo fue la propia María tiempo después). https://www.fronterad.com/devorados-por-stalin-la-vida-de-la-periodista-maria-osten/
[v] Documental sobre el Estado Mayor del Ejército del Este, producido por Laia Films, de 10 minutos de duración. CAPARRÓS, José Mª. (1977) El cine republicano español 1931-1939. Barcelona, Dopesa. Página 194.
[vi] Completa biografía en: https://www.filosofia.org/ave/003/c065.htm
[vii] El éxito en la producción de películas hizo que en 1935 se inauguraran los platós sonoros de los Estudios Trilla y Lepanto, y los de doblaje de Adolfo La Riva y de la MGM. http://www.xtec.cat/~xripoll/hcinec3.htm
[viii] https://www.visorhistoria.com/clinica-z-en-montserrat-1936-1939/ por RIUS i BOU, Àngels (2023). Impremta i biblioteca a l’hospital military de Montserrat (1936-1939). Publicacions de l’Abadia de Montserrat.
[ix] https://elpais.com/espana/catalunya/2021-04-13/montserrat-1938-hospital-e-imprenta-del-ejercito-republicano.html No se publicaría hasta inicios de 1939, días antes de abandonar el monasterio. Curiosamente, Picasso firmó el grabado el mismo día en que Malraux y Aub visitaban Montserrat.
[x] https://www.visorhistoria.com/el-deseo-truncado-serafin/
[xi] https://raco.cat/index.php/QuadernsVilaniu/article/view/107599/135417
[xii] CHANTAL, Suzanne (1976). Un amor de André Malraux : Josette Clotis. Barcelona, Grijalbo. Página 113
[xiii] La Dépêche, 24.6.1938. P. 2
[xiv] L’Indépendant, 23.6.1938. P. 1.
[xv] Aquí un gazapo curioso, ya que la expulsión del representante franquista, así como de Bretrán y Musitu y otros colaboradores del espionaje franquista, se realizó en verano, ¡concretamente, el 30 de julio de 1937! (BARRUSO BARES, Pedro (2008). Información, diplomacia y espionaje (La Guerra Civil en el Sur de Francia -1936-1940). San Sebastián. Ed. Hiria. Página 132. ¿Periodismo conmemorativo? No es el único error: el marqués de Rebalso (con s), era a la sazón presidente de Izquierda Republicana, el partido de Azaña. El expulsado fue Francisco de Asís Moreno y de Herrera, conde (no marqués) de los Andes. La imagen ha sido obtenida en: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k52726411/f1.item
[xvi] https://www.visorhistoria.com/1937-max-aub-y-el-timo-de-los-bacilos/ y diversos artículos de VisorHistoria ahondando en el tema
[xvii] L’Indépendant, 25.6.1938. P.1